Puigdemont se está quedando solo, eso es lo que cree Pedro Sánchez, que Puigdemont va a acabar amargado, consumido, como un Napoleón con sombrero de papel o de cacerola, mientras los demás fugados van regresando, no para rendir cuentas sino para ser perdonados por la gracia de nuestro presidente, franciscano sin corbata pero con helipuerto de ángeles. En la España del fin del mundo, en la que todas las leyes se cumplen, el Gobierno aún se preocupa de los indepes, de sus melancolías, de su angustia metafísica y de su soledad, que cuando chocan con las leyes no producen contradicciones ni insolidaridad sino sólo oportunidades. La tesis de Sánchez, cree uno, es que la derrota del secesionismo catalán puede ser indistinguible de su triunfo, y para eso nada mejor que dejar por ahí un loco con garfio y espada de madera, luchando en su torreón contra la ropa de los baúles. Alguien que haga de perdedor, el único perdedor en realidad, porque todos los demás indepes, y también el franciscano de luz de mariposa de la Moncloa, ganarán.
Tan útil como un héroe de la retirada (que yo creo que el independentismo aún no tiene) suele ser en estos casos un pelele romanticoide muriendo por su amor loco, o sea terminando con él y en él la pasión del independentismo, como con un hermoso tiro de una de esas pistolas románticas que parecen violines. Puigdemont allí en Waterloo, o en algún otro sitio con nombre comido por la hiedra, con su república como la momia de su novia cadáver bajo la cama, ya en ese final sin fin de la demencia, mientras, en la práctica, Cataluña sigue siendo propiedad de los nacionalistas y una excepción en el Estado de derecho (quizá las leyes se cumplen en España, pero no en Cataluña). Sánchez podría presentar a Puigdemont como ejemplo de lo que pasa cuando no se dialoga, la imagen rota y ridícula de alguien que sigue ordenando andanadas contra España desde las cajoneras de su destierro. Al otro lado, claro, pondría el independentismo reconducido, convencido, apaciguado por el franciscano con botijo con charquito que es él.
Lo que está ocurriendo ahora es que la tesis de Sánchez sobre Cataluña ya tiene el pelele pero le falta el héroe de la retirada
Lo que está ocurriendo ahora, en la España del fin del mundo, mientras el planeta se vuela los sesos sin romanticismo y sin pistolita de poeta, es que la tesis de Sánchez sobre Cataluña ya tiene el pelele pero, como digo, le falta el héroe de la retirada. Aragonès creo que no puede ser héroe de nada, ni siquiera de poner la mesa en su famosa mesa, y Junqueras, el zelote, ha sido demasiado extremista con el hierro en la mano para que el personal se crea ahora una conversión a la antigua y pacífica religión de la pela. Queda también una sociedad fanatizada que, frustrado el camino de la república fanática, está desubicada, como las sectas a las que les ha fallado el fin del mundo con el equipaje preparado. En el independentismo están deseando contradecirse con cuajo, o conseguir que la gente olvide sus contradicciones, pero eso sólo le sale bien a Sánchez. Les falta ese héroe que desengañe a los fanáticos sin descomponerse, porque los jefes del plan saben perfectamente que la única diferencia entre la república soñada y la Cataluña apaciguada que les ofrece Sánchez, franciscano con cinturón de soga y vela de sebo, es que la república soñada no la financiaría el estado Español.
Vuelven los huidos, todavía como con sus vestidos de pasar las fronteras disfrazados de pastor, tranquilos porque saben cómo se cumplen las leyes en la España sanchista, o en la Cataluña sanchista. Sánchez, por su parte, confía en que sigan viniendo, que así le van construyendo el relato del apaciguamiento de una manera casi bíblica, llena de hijos pródigos con zurrón. Que sigan viniendo todos excepto Puigdemont, que luce mejor en su cripta, el último loco de la loca república independiente, mientras el posindependentismo se prepara para gobernar Cataluña con más poder, más dinero, más impunidad y más vista gorda que nunca. A cualquiera se le quitan las ganas de una independencia simbólica a sangre y fuego, teniendo una independencia práctica a mesa puesta. Con suficiente dinero, yo creo que Sánchez podría convencer a Putin de que dejara la nación del alma y los mapas y disfrutara de la nación del bollo y la pela.
Casi nos consuela en este fin del mundo que Sánchez siga siendo Sánchez y que los indepes sigan siendo los indepes. Es como si sus miserias sentimentales y palaciegas nos vinieran a tranquilizar, a decirnos que todo sigue igual, que no pasa nada, que aquí está la España unamuniana o machadiana, como siempre, eterna como una baraja española, y que ahí está el franciscano de Cortefiel, el gurú de la antipolítica, sin corbata pero con babilonios que lo abanican, a lo suyo, a seguir posando y resistiendo. Ahí fuera pueden estar la recesión, la guerra de Putin, el planeta hirviendo y llameando como una olla de acelgas, pero Puigdemont, la soledad de Puigdemont, como un farero loco montando barcos de botella, eso puede salvar Cataluña, puede salvar a Sánchez. Ahora que sólo queremos sobrevivir al verano y luego al invierno, como si fuéramos todos campesinos feudales, eso de una Cataluña sanchista, indistinguible de una Cataluña independiente salvo en quién pone el dinero, casi nos parecería la normalidad, la paz, la victoria. Seguro que Sánchez también lo piensa, o piensa que lo pensamos, y por eso está llamando ahora a los indepes a su seno, como un franciscano de migas y pajaritos.
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