Pedro Sánchez ya ha olvidado lo de la cogobernanza, eso que él mencionaba una y otra vez como si fuera una invocación a una santa patrona, Santa Rita quizá, cuando nos comía el bicho. La ley de ahorro energético lo ha colocado como al principio del virus, cuando aparecía como en el puente de mando de un portaviones, orlado de militares abotonados con remaches y de mapas pisados con cronómetros. Aquellas autonomías que de repente llegaron a tener competencias para manejar una pandemia como mejor vieran sus alcaldones, sus alguaciles y sus tribunales de aguas, ahora no tienen competencias para apagar o encender las fuentes municipales o los escaparates de bolsos, que en la oscura noche volverán a parecer guepardos persiguiendo gacelas. Se diría que Sánchez es federalista para las catástrofes y una especie de almirante magnético para las medallas. En ambos casos parece que sólo deja caos para los demás y buenas fotos mandando o surfeando en el fin del mundo, como en Apocalypse now.

No sólo es Ayuso, que defiende las luces de Madrid como las de un faro alejandrino y cleopátrico; también en el País Vasco se han rebelado contra esas medidas tan tajantes como genéricas o “efectistas”. Yo no sé si Sánchez también le dirá a Urkullu que la ley hay que cumplirla, esa orden de comandante en jefe con apostura de águila calva que le ha salido tan rotunda pero que, llegando a Euskadi y, sobre todo, a Cataluña, se convierte en carcajada. En la España sanchista la ley diría uno que es más bien líquida, como la culpa de los sediciosos o las sentencias que no les gustan; como los estados de alarma ilegales o como el poder mudable que tienen las autonomías, libres para luchar con sus guantes de practicante de pueblo contra un virus mundial, pero sometidas a Sánchez cuando se trata de ayudar a Alemania, ayudarla siquiera pareciendo nosotros más tristes, cosa que consuela mucho el alma luterana.

Euskadi lo cambia todo, y ya verán cómo las medidas, de una u otra forma, se flexibilizan, se adecúan, se circunscriben, y lo que en Ayuso era insolidaridad y verbeneo de luces, como antes era verbeneo de cañas, de repente adquiere con los socios de Sánchez sus matices de racionalidad, adaptabilidad, coyuntura y diálogo respetuoso y constructivo. Ayuso tendría que recurrir al TC mientras se apega a sus competencias, me refiero a las competencias ya escritas, no las que Sánchez suelta a las autonomías para irse de vacaciones o dedicarse a la pesca del izquierdista flojeras o del juez amoscado. Urkullu, sin embargo, sólo ha tenido que levantar la mano y decir que no, como un guardia, el guardia de Sánchez y hasta el guardia de las leyes, que a ver qué significa una ley, ahora mismo, en la España sanchista.

Según el color y la temperatura, las autonomías reaccionan o se pliegan ante el líder descorbatado, descamisado y silvano (un día Sánchez bajará del Falcon como si fuera Orzowei). Alguna incluso se adelanta al apagón como el que se adelanta a la reverencia (en Valencia ya se apagó la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que fue como si se apagara un trasatlántico, entre el romanticismo de claro de luna y el naufragio). Unas apelan a las competencias, otras a la ideología, otras a la lógica, otras al pragmatismo; unas se lo piensan, otras se levantan con la antorcha o el pararrayos de la libertad o la economía, un poco alegóricas y un poco electrocutadas; otras exigen con poder y otras obedecen no tanto por convicción como por no molestar (Moreno Bonilla). Y el resultado es, de nuevo, el caos.

Con la cogobernanza como una Virgen marinera o con Sánchez como un comandante con gafas de aviador, el resultado es el mismo, el caos

Con la cogobernanza como una Virgen marinera o con Sánchez como un comandante con gafas de aviador, el resultado es el mismo, el caos. La razón no está en que Sánchez mande o deje mandar, sino en que, en cualquier caso, Sánchez no es capaz de establecer unas normas racionales, claras, equitativas, sensatas, esté él en la proa o en la hamaca. Por ejemplo, la temperatura sin referencia a la humedad puede ser una magnitud termodinámica pero no es nada humana. Los 27 grados de Madrid no son los de Canarias, donde con esa temperatura se puede sudar como en el Caribe, sin fin y sin consuelo. Lo mismo esos 27 grados los ha escogido algún burócrata europeo mesetario, al que eso de la humedad le coge tan lejos como los cocos, y Sánchez, con prisas de mandar y de quitarse la corbata como el guay de la oficina, se ha limitado a copiar. ¿Y qué ocurre ahora con la ventilación para el bicho, cuando las puertas de los comercios se deben cerrar como con cabrestante, como si fueran compuertas de embalse? Y así casi todo. ¿Fundido en negro o iluminación led? ¿Se ahorra más apagando una juguetería que poniendo gratis los trenes? En realidad Sánchez no lo sabe, no se lo ha preguntado, no lo ha estudiado, sólo quiere aparecer como el gran ahorrador, el gran sobrio, el gran solidario, el gran apagador, igual que con el bicho quiso aparecer como el gran salvador. Hasta que se vio impotente y endilgó el marrón, claro. 

Las comunidades asienten, remolonean, protestan o se sublevan, y el caso es que el caos vuelve a rodearnos. Es algo que ocurre, ya digo, no porque mande el Gobierno o manden las autonomías con sus presidentes obispales, sino porque de nuevo las normas que deja Sánchez son arbitrarias, improvisadas, confusas, cosméticas, contradictorias y hasta ridículas; porque ignoran la realidad y la complejidad y vuelven a dar la sensación de que Sánchez sólo trabaja para sus selfis. Dado que el PNV se ha desmarcado de la ley, de la frugalidad sanchista que siempre es frugalidad para los demás, de ese Viernes Santo de luto, farol y ponzoña de flores que parece ahora la Moncloa, todos esperan arreglos, modificaciones, adaptaciones y reculamientos. En realidad, Sánchez estuvo haciendo eso mismo toda la pandemia y el caos continuó. Seguramente el caos es ya un principio termodinámico para Sánchez, la propia ley de la entropía del sanchismo. Y esa ley sí que se cumple, vaya Sánchez de jefe de escuadrón o de simple querubín anunciador de la cogobernanza o de Santa Rita. 

Pedro Sánchez ya ha olvidado lo de la cogobernanza, eso que él mencionaba una y otra vez como si fuera una invocación a una santa patrona, Santa Rita quizá, cuando nos comía el bicho. La ley de ahorro energético lo ha colocado como al principio del virus, cuando aparecía como en el puente de mando de un portaviones, orlado de militares abotonados con remaches y de mapas pisados con cronómetros. Aquellas autonomías que de repente llegaron a tener competencias para manejar una pandemia como mejor vieran sus alcaldones, sus alguaciles y sus tribunales de aguas, ahora no tienen competencias para apagar o encender las fuentes municipales o los escaparates de bolsos, que en la oscura noche volverán a parecer guepardos persiguiendo gacelas. Se diría que Sánchez es federalista para las catástrofes y una especie de almirante magnético para las medallas. En ambos casos parece que sólo deja caos para los demás y buenas fotos mandando o surfeando en el fin del mundo, como en Apocalypse now.

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