La crisis abierta con China a cuenta de la visita de la segunda autoridad norteamericana Nancy Pelosi es lo que menos puede interesar en estos momentos a EEUU que tiene toda su atención puesta en la invasión de Ucrania por parte del autócrata ruso Vladimir Putin, cuyos efectos no sólo se están produciendo sobre una empobrecida e insegura Europa, que depende del suministro de gas ruso para garantizar el bienestar de sus ciudadanos sino que amenaza el orden mundial conocido desde la caída de la Unión Soviética en 1991.
Y, como suele pasar en toda confrontación, siquiera sea verbal, que no es el caso, los más entusiastas suelen ser los habitantes del contendiente más poderoso, en este caso de China, que celebran con entusiasmo las maniobras militares, claramente intimidatorias, que las autoridades de Pekín están llevando a cabo en torno a la que se supone que es la pieza desgajada de la República Popular de China aunque de hecho nunca en los últimos más de 70 años el régimen de la República China, que es como se llama el régimen de Taiwan, ha estado sometido a la China comunista.
Cierto es que el rechazo a las tesis comunistas e incluso el odio al régimen del continente ha sido tambièn una tendencia recurrente de los gobernantes de Taiwan.
El sólo hecho de iniciar una ofensiva de maniobras militares obliga a EEUU a ponerse en guardia para intentar atajar esa posible tentación
Pero independientemente de que la China continental, la China de Xi Jingping, no está ahora mismo en condiciones ni económicas ni políticas de iniciar una invasión de las islas que forman Taiwan, el sólo hecho de iniciar una ofensiva de maniobras militares abiertamente intimidatorias obliga a EEUU a ponerse en guardia para intentar atajar esa posible tentación en la que se supone que China no podría permitirse el lujo de caer ahora.
Desde la catastrófica retirada de Afganistán el poderío militar estadounidense ha sido puesto en cuestión por parte de sus adversarios. No es seguro pero es muy probable que en otras condiciones el poco prudente pero sólo relativamente provocador viaje de Nancy Pelosi a Taipei, la capital de Taiwan, no hubiera tenido la misma sulfúrica reacción por parte de las autoridades chinas si el fracaso de Afganistán no hubiera tenido lugar.
Porque China tiene ahora mismo una situación económica debilitada por los efectos de su política de Covid Cero y tiene pendiente este otoño el congreso decisivo en el que el presidente de la República Popular y secretario general del Partido Comunista de China va a apostar por prolongar su mandato al frente de la República dado que el Comité Central del PCC ya ha votado la reforma de la Constitución que permitirá a Xi Jinping presentarse indefinidamente a la reelección, acabando con el límite de dos mandatos que se encontraba en vigor.
En esas condiciones puede que para contentar a los más feroces partidarios de la reunificación de la “provincia disidente”, que es como se denomina en la República Popular a Taiwan, Xi pudiera aceptar la invasión o la toma de una de las pequeñas islas que la rodean. Pero en ese caso estaríamos ante una declaración de guerra con los Estados Unidos y precisamente por eso es muy improbable que ese asalto al equilibrio inestable de la región se produzca.
Por eso China está aplicando sanciones a Estados Unidos que siempre pueden ser revertidas. La suspensión de la cooperación en la repatriación de inmigrantes ilegales, en la asistencia judicial penal, en la lucha contra los delitos transnacionales y las conversaciones sobre la lucha contra el cambio climático son varias de esas medidas.
Además de eso, se ponen en estado de “pausa” las reuniones de trabajo entre las carteras de Defensa de ambas potencias y también las del llamado Mecanismo de Consulta de Seguridad Marítima Militar. Eso significa un distanciamiento evidente pero no una ruptura.
Y eso es lo que se le ha dicho al embajador chino en Washington Qin Gang, ante el que se ha condenado las medidas "de provocación" tomadas por Pekín contra Taiwan pero ante el que se ha querido reiterar que Estados Unidos no quiere una crisis en la región.
Y mucho menos si en esa crisis se incluye a Japón. Porque entonces sí estaríamos hablando del estallido de una tercera guerra mundial. Por eso China tiene que tener muy presente hasta dónde llega su reacción a una “provocación” de la señora Pelosi que ni siquiera ha sido autorizada por el presidente norteamericano Joe Biden.
Porque según fuentes japonesas cinco misiles chinos cayeron dentro de la zona económica exclusiva de Japón, que se extiende varios cientos de kilómetros desde su costa. Y, en vista de la aproximación a Japón de drones chinos que han sobrevolado Taiwan, la Fuerza de Autodefensa de Japón ha enviado en respuesta varios aviones de combate, ha dicho Fumio Kishida, primer ministro japonés
"Es un problema grave que afecta nuestra seguridad nacional y la seguridad de nuestros ciudadanos. Las acciones de China esta vez tienen un impacto serio en la paz y la estabilidad de nuestra región y la comunidad internacional", añadió Kishida, a modo de advertencia de las consecuencias que una acción "desmedida" de China, que ya está en el límite de lo tolerable políticamente y de lo diplomáticamente asumible, podría tener en toda la zona.
Por eso, lo previsible es que la tensión con China se vaya aplacando con el paso de los días y que lo sucedido con Japón no vuelva a producirse mientras, eso sí, permanece con toda su crueldad la agresión rusa a Ucrania y los crímenes de guerra cometidos en ese país se suceden.
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