Con esta guerra de las lucecitas y los fogones, que parece una guerra de elfos de Santa Claus, se nos está olvidando que el Sánchez descorbatado está intentando ganar la otra guerra, la guerra de Putin, como un 007 descorbatado, ya extremo, al borde de la muerte o de la lancha. Nosotros no tenemos un gran ejército ni una gran economía, pero sabemos sudar con abanico y botijo, como un decorado de retratista de feria, e incluso podemos comernos unos callos en un chiringuito, poniendo ahí todo nuestro honor de legionario igual que en el cinquillo playero. Yo creo que podemos desmoralizar a Putin sólo con nuestra capacidad de sufrimiento, que así, aguantando estos calores y aguantando a Sánchez, Putin se dará cuenta de que somos irreductibles. Si Sánchez mejorara su política energética y exterior y desechara sus supersticiones margaritosas sobre la energía, sin duda ahorraríamos mucho más, pero Putin no se enteraría. Sin embargo, vernos sudar valientemente en calzoncillo de lunares es como ver a todos los españoles con su armadura ritual de samurái, una cosa acojonante.

Sánchez nos hará pasar calor y luego frío, como en una de aquellas pensiones de la chinche, el ventanuco y el cocido, pero esta guerra la vamos a ganar. Sin duda depende mucho más de lo que haga Alemania, pero Alemania tiene industria. Y sin duda depende mucho más de lo que haga Estados Unidos, pero Estados Unidos tiene poder militar. El españolito, sin embargo, sólo puede poner su sufrimiento festivo, como si pusiera su torero con bota de vino, y eso es justo lo que está haciendo Sánchez, poniendo su tablao, o sea nuestro quejío, siempre muy apreciado por el guiri. Además, algo tendremos que hacer también ante nuestros socios europeos. Sánchez, que al principio parecía tener intención de rechazar las imposiciones de ahorro energético por lo de nuestra excepción ibérica (todo aquí suena a denominación de origen de salchichón), luego se dio cuenta de que no podía quedar mal con esa gente a la que había paseado por el Prado como un cochero de caballos sevillano. Y fue entonces cuando se quitó la corbata y apagó el chiringuito.

            Sánchez se quita la corbata como Rambo se ajustaba el cuchillo y nosotros nos disponemos a pasarlas canutas como una manera de hacer la mili en Ucrania, pero esta guerra la vamos a ganar. O eso piensan en el sotanillo de la Moncloa, que ya está estampado de camuflaje (inútilmente, como esos tangas de camuflaje) y lleno de teléfonos de trinchera con operadores de gafa de alambre. Cada uno hace la guerra como puede, y ya digo que aprovechar mejor nuestras plantas termosolares, o seguir invirtiendo en nuclear, o extraer nuestro gas, o arreglar lo de Argelia, incluso hablar más de iluminación led y menos de oscuridades con grillo, todo esto sería mucho más útil. Pero, ah, eso nos dejaría sin épica bélica, sólo con nuestro cochero sevillano, convenientemente descorbatado, enseñándoles a los guiris nuestras isabelonas castizas, nuestros chorritos moros y nuestras ensaimadas barrocas, y contándoles anécdotas de Joselito el Gallo.

En la Moncloa creen que sólo tendremos que aguantar en la trinchera este verano y este invierno, como veranos e inviernos de Napoleón; que sobreviviremos con sandía y calzoncillo Abanderado y con potaje y jersey de la abuela, y que luego Putin ya no tendrá con qué chantajearnos y la guerra estará ganada. Uno lo que piensa, la verdad, es que seguramente no hacía falta toda esta posguerra en la guerra, toda esta achicoria, toda esta buscada sensación de miseria, de necesidad de miseria, este parto de la miseria expresado en sudores y tembleques, sólo porque Sánchez parece que no tiene otra forma de que parezcamos útiles y esforzados, o de que él parezca útil y esforzado, ahí con su camisa desabrochada como un general de trinchera desabrochado.

Nosotros no tenemos un gran ejército ni una gran economía, pero tenemos a Sánchez, descorbatado como un cantaor, entre lamentos de yunque y lámparas de aceite, temblonas como estómagos o pupilas de pobre"

La altiva e industriosa Europa que nos llamaba PIGS ahora necesita nuestra solidaridad, y Sánchez, un poco con mentalidad de siervo, quiere que ese sacrificio del pobre se note no tanto en la utilidad como en la entrega y el sufrimiento. No de él, claro, sino del país. Nosotros no tenemos un gran ejército ni una gran economía, pero tenemos a Sánchez, descorbatado como un cantaor, entre lamentos de yunque y lámparas de aceite, temblonas como estómagos o pupilas de pobre. Algo habrá que hacer por esa Europa que lo convirtió en estadista de cóctel y en historiador de campanario de pueblo; la Europa que le dio un rico dinero para sus recuperaciones, resiliencias y otras molduras, dinero que se ha visto poco pero a él le ha vestido mucho. Se podrían hacer cosas más útiles y menos dolorosas, pero Sánchez se viste ya como para ir a la mina de un sufrimiento coplero o para cortar el cable rojo en la última escena, lleno de la gloriosa tizne de un guion infame.

Vamos a pasar calor, vamos a pasar frío, vamos a ser pobres como pobres de musical, vamos a ver a Sánchez medirnos la temperatura del sobaco durante la agonía y apagar hasta los semáforos, que a lo mejor vuelve a poner guardias de tráfico con gorro de perilla, como prusianos de las isletas, o incluso serenos, que sólo consumen silbatos. Uno no cree que nada de esto sea necesario, o al menos tan brutalmente, pero Sánchez quiere dar lecciones de moral, de geopolítica y de arte tenebrista a costa de su pueblo. Yo creo que con eso Europa tiene ganada la guerra y Sánchez tiene ganada otra cena de gala entre candelabros napoleónicos y mastines de Velázquez.

Con esta guerra de las lucecitas y los fogones, que parece una guerra de elfos de Santa Claus, se nos está olvidando que el Sánchez descorbatado está intentando ganar la otra guerra, la guerra de Putin, como un 007 descorbatado, ya extremo, al borde de la muerte o de la lancha. Nosotros no tenemos un gran ejército ni una gran economía, pero sabemos sudar con abanico y botijo, como un decorado de retratista de feria, e incluso podemos comernos unos callos en un chiringuito, poniendo ahí todo nuestro honor de legionario igual que en el cinquillo playero. Yo creo que podemos desmoralizar a Putin sólo con nuestra capacidad de sufrimiento, que así, aguantando estos calores y aguantando a Sánchez, Putin se dará cuenta de que somos irreductibles. Si Sánchez mejorara su política energética y exterior y desechara sus supersticiones margaritosas sobre la energía, sin duda ahorraríamos mucho más, pero Putin no se enteraría. Sin embargo, vernos sudar valientemente en calzoncillo de lunares es como ver a todos los españoles con su armadura ritual de samurái, una cosa acojonante.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí