Ya se están preparando los partidos para las elecciones de mayo del año que viene. Ya están haciendo sus cálculos porque, además del poder autonómico y municipal, estas elecciones son la antesala de las generales y dependiendo del resultado obtenido en las elecciones a las comunidades autónomas se abre una perspectiva u otra de cara a la gran prueba, que son las generales, especialmente para el PP, cuyo nuevo presidente se juega el prestigio en esa cita electoral.
La apuesta de Murcia está relativamente al alcance de la mano porque, consolidado el popular Fernando López Miras tras la traumática moción de censura de marzo de 2021, es improbable que se repita la tentación de volver a votar mayoritariamente al PSOE que nunca hasta 2019 había sido primera fuerza en esa región. Lo normal es que el PP recupere su liderazgo y la duda que queda es si Vox tendrá algo que decir, o que exigir, en ese territorio.
La experiencia de Andalucía debería haber servido a los de Santiago Abascal para contener sus impulsos y para entrar por la vía de la humildad a la hora de hacer vaticinios. Salvo esa derivada, lo lógico es que Fernando López Miras se haga con el votante de Ciudadanos en su casi totalidad y alcance o arañe la mayoría absoluta.
Todo ayuda a la tarea común de ganar las elecciones generales pero la importancia y el peso de Murcia es incomparablemente menor que el de Valencia.
Ahí sí que se juega mucho el nuevo presidente del PP. En la batalla por Valencia está una parte importantísima del crédito de Alberto Núñez Feijóo de cara a los comicios de ámbito nacional.
Valencia fue durante muchos años feudo del Partido Popular con la alcaldesa de la ciudad Rita Barberá y Francisco Camps, sucesor de Eduardo Zaplana y antecesor de Alberto Fabra, como presidentes de la comunidad, este último recogiendo ya los restos del naufragio.
Perdido el poder entre acusaciones de corrupción - que en el caso de Camps se han saldado hasta el momento con el archivo de 9 de las 10 causas abiertas contra él, en espera de lo que suceda en la décima- pero que acabaron manchando a todo militante del PP tuviera o no relación con un caso de corrupción, el partido entró en fase de agonía que le ha durado hasta fechas muy recientes.
Ahora sus líderes han cambiado, las caras son otras, los casos de corrupción han quedado atrás en la memoria de los valencianos y el PP está en condiciones de volver a mirar a la cara al partido en el gobierno.
En el caso de la comunidad valenciana, además de las acusaciones de tráfico de influencias que pesan sobre el presidente, Ximo Puig, por haber favorecido los negocios de su hermano, está el deterioro de la imagen del conglomerado Compromís, uno de las firmantes del pacto del Botànic, por el que se firmó el acuerdo de coalición que hoy gobierna Valencia.
Precisamente la vicepresidenta del gobierno y líder de Iniciativa del Poble Valenciá, Mónica Oltra, se ha visto obligada a renunciar a su cargo por su imputación en un caso de abusos a una menor tutelada por la consejería de la que ella era responsable con el agravante de que el presunto abusador era su ex marido.
Y por mucho que en Compromís se quiera hacer como que se ha pasado página, las imágenes de la última verbena de la coalición, con toda la cúpula del partido arropándola tres días antes de que se viera obligada a renunciar están en la memoria de los valencianos.
El daño a Compromís es más que evidente y, de rechazo, el daño al gobierno de Ximo Puig también lo es. Y a eso se suma el hecho de que Unidas Podemos está a la baja en todos los territorios del país.
Esas son unas condiciones óptimas para que el nuevo líder del PP en esa comunidad, Carlos Mazón, esté en condiciones de disputarle el gobierno a un PSOE disminuido internamente y huérfano de apoyos externos sólidos.
Los sondeos empiezan a dar un cierto margen de ventaja al PP sobre el tripartito pero no es suficiente como para cantar ni mucho menos victoria.
Pero de lo que no hay ninguna duda es de que Núñez Feijóo se juega en Valencia una parte importante de su crédito como gobernante en el futuro.
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