Son tres y de su madre recuerdan que siempre les repetía: "Manteneos siempre unidas. Así tendréis más fuerza para enfrentaros a las adversidades". Cuando eran jóvenes, el mensaje les parecía más banal, pero ahora lo transmiten a sus hijos y a sus nietos. Charo, Ana y Lolo son conscientes de que han salido adelante muchas veces porque sabían que no estaban solas. En el viaje de la vida contaban con la confianza de sus hermanas como punto de partida. Y siguen haciéndolo.
Charo, Ana y Lolo son muy diferentes. Charo, la mayor, ha sido siempre una especie de gran matrona familiar; Ana, más tímida, es juiciosa desde la infancia; y Lolo, la pequeña y de salud más frágil, un pozo insondable de generosidad. Las tres se complementan y se respetan. De respeto solía hablarles su padre, un adelantado a su generación que prefería pasear con ellas antes que juntarse con otros hombres en un bar. En un pueblo de la España de los 50.
Las tres han heredado de Teresa, su madre, un sentido práctico sorprendente y una gran capacidad resolutiva. Teresa, que perdió la movilidad en una pierna en la adolescencia, cosía en la cama para ayudar al sustento de la familia. Siempre se sintió a la par que su marido, José María, en la casa y fuera. Y ellas tomaron nota. De su padre aprendieron el amor por los números y las letras. Habría sido un gran maestro si no se hubiera quedado huérfano con nueve años. Su madre murió del Covid de los años 20, la gripe.
Charo, Ana y Lolo son nuestras Supremas. Los primos, sus hijos y sobrinos, las llamamos así porque nos parecen seres superiores. Son seres superiores. Cocinan como los mejores chefs del planeta. Cosen o tejen con gran arte. Y han manejado las cuentas familiares con habilidad. Ahora leen más y cocinan menos, pero siempre tienen caldo en la nevera, como dice Rigoberta Bandini. O gazpacho en verano. Las tres tienen sus puertas abiertas a hijos, sobrinos y nietos sin exigencias ni condiciones. Están ahí y nada se les pone por delante.
Lo que más me gusta de las Supremas es su confianza en los que quieren. Prestan un apoyo incondicional y saben escuchar"
Lo que más me gusta de las Supremas es su confianza en los que quieren. Prestan un apoyo incondicional y saben escuchar. Es algo de lo que se han dado cuenta bien las nuevas generaciones: los nietos y las nietas se sienten reconfortados con ellas. A los más jóvenes les parece admirable el amor que vuelcan al preparar un arroz o una ensalada. Es tal que una de mis sobrinas era incapaz de decirle a Charo que no le gustaban los pimientos rojos en la ensalada para que no se disgustase. “Lo hace con tanta ilusión”, comentaba Ana, a sus 13 años, para justificarse.
Si un día notas que alguna de ellas tiene la voz luminosa es porque han hablado con alguna nieta un buen rato, o porque algún hijo ha recibido buenas noticias. Siempre están pendientes. Nos dicen que su vida ha tenido momentos buenos y momentos complicados y nos animan a no desistir cuando el viento sopla en contra. Solo nos piden que estemos unidos.
A las Supremas les gusta hablar. Todos los días se llaman y si pueden salir a dar una vuelta, Ana y Charo, las dos viudas, lo hacen. Lolo vive con Pablo, su marido, algo más lejos. Pablo se integra con ellas como una más. Le recuerdo cuando era novio de Lolo, siempre dispuesto a echar una mano a quien lo necesitara. Así sigue. Igual te ayuda con una mudanza que te arregla la televisión. Es quien mejor se ha adaptado al cambio tecnológico.
Cuando las Supremas hablan, se remontan muchas veces a su infancia en el pueblo. No son de las que van allí de veraneo. Pero suelen regresar con sus recuerdos. Cuentan cómo en su casa no faltaba de nada, pero no sobraba. Tenían animales, que a veces cuidaban para luego comérselos. La anécdota del corderito Pascualín que acaba en sus platos todavía hace que se le salten las lágrimas a Lolo, que no fue capaz de probar bocado.
Sus charlas son interminables, como sus encuentros. Y suelen decir que sería bueno recopilar esos recuerdos en un libro porque es una vida que nada tiene que ver con la nuestra y seguro que algo aprenderíamos. En realidad, reflejan cómo ha cambiado este país. En los años 50 incluso en las ciudades vivían muchos adultos en pisos pequeños, con baños comunitarios. Las mujeres trabajaban en lo que podían hasta que se casaban a no ser que tuvieran formación o una plaza en la Administración. Su labor a cargo de la familia hizo posible que creciera la clase media. Sabían cómo gestionar ingresos y gastos con más tino que muchos contables.
Las Supremas veranean juntas. Este año es la primera vez que lo han hecho después del coronavirus. Pablo y Lolo extremaron los cuidados porque a los dos les ha embestido el cáncer. Por fin pudieron irse en julio a la Costa Brava al apartamento de Pablo y Lolo. Siempre les acompaña Carlos, hijo de Ana, con síndrome de Down. Es quien más disfruta de estos viajes en familia. Esta vez han bajado más a la playa porque han colocado barandillas y así no temen caerse. A Charo, con una cadera operada, no le daba confianza antes. Ana, la más andarina, suele llevar la voz cantante en las excursiones.
No se hacen selfies para colgar en Instagram pero nos envían fotos por whapp. Presumen de vida. Y por eso son seres superiores.
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