Probablemente no sabremos nunca quién ejecutó y quién ordenó el atentado que ha costado la vida a Daria Dugina, hija del filósofo ultranacionalista Alexander Dugin. Pero la rapidez con la que el FSB (Servicio Federal de Seguridad de Rusia) determinó la autoría y las circunstancias del asesinato, apenas tardó 48 horas, hacen sospechar.
Algunos datos justifican las dudas. Hoy se cumplen seis meses del comienzo de la invasión de Ucrania, una operación que Vladimir Putin planificó como un paseo militar y que desde hace semanas se encuentra estancada. Más aún, con un ejercito ucraniano que ha demostrado estar mucho mejor preparado de lo que se pensaba y con una comunidad internacional (a excepción de China) volcada en el apoyo a Volodímir Zelenski.
Los recientes ataques a Crimea han demostrado que incluso la península que Putin se anexionó sin casi oposición en 2014 no está del todo segura. Por mucho que los medios rusos afirmen que sus tropas van ganando la guerra es una evidencia que no es así.
Pero Putin necesita imperiosamente ganar. Su prestigio está en juego. Necesita dar una vuelta de tuerca al conflicto, sacarlo del impasse en el que se encuentra.
Todas las guerras necesitan un héroe o una víctima. Pues bien, la joven periodista Daria Dugina ya lo es para el imaginario de la Rusia oficial. En el acto de despedida celebrado ayer en Moscú, su padre narró con dramatismo sus últimas palabras: "Quiero estar del lado de las fuerzas de la luz". Al acto no faltó el vicepresidente de la Duma y miembro del partido de Putin, Serguéi Neverov, que también pronunció un discurso y no sólo adjudicó la autoría del atentado a una agente de los servicios secretos de Ucrania (Natalia Vovk), sino que apuntó a la complicidad de Estonia, país por el que supuestamente escapó al día siguiente de cometer el crimen. La acusación es una carga de profundidad contra un país, Estonia, miembro de la Unión Europea.
El asesinato de Daria Dugina da una justificación a Putin para redoblar su ofensiva contra Ucrania
Concluyó el acto el propio padre de la periodista: "Pienso que hay que matar, matar y matar a los ucranianos".
Si este atentado no es un típico acto de provocación se le parece mucho. Al menos, cumple con todos sus requisitos y da, esa es la clave, una excusa a Putin para redoblar sus esfuerzos e iniciar operaciones de castigo dentro de Ucrania.
En la biografía de Putin (no lo olvidemos, antiguo agente del KGB) hay un suceso oscuro. La serie de atentados contra edificios en territorio ruso que se llevó a cabo en septiembre de 1999. Las matanzas dieron pie a la segunda guerra en Chechenia y fueron la antesala de la victoria de Putin en las elecciones presidenciales de 2000. Lo curioso es que en un bloque de Riazán se localizó un artefacto que no llegó a estallar. El entonces director del FSB, Nikolái Patrushev, dijo que aquella bomba formaba parte "de un ejercicio de entrenamiento".
La provocación, el Kompromat, son inventos de los servicios de espionaje soviético. Felix Dzerzhinsky, primer jefe de la Cheka y de la GPU -antecedentes del KGB- fue el primero que puso en marcha las llamadas operaciones de desinformación. En eso, los servicios soviéticos fueron auténticos maestros. La inteligencia y la crueldad son requisitos indispensables para este tipo de operaciones. "Nosotros representamos el terror organizado", solía decir Dzerzhinsy.
Nadie puede afirmar que el atentado que ha costado la vida a Daria Dugina sea un acto de provocación. Pero Rusia nunca permitirá que se lleve a cabo una investigación independiente sobre un asesinato que, en todo caso, le viene muy bien a Putin.
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