En una sala oscura, una anciana de piel muy blanca camina despacio hacia una mesa para cobrar su pensión. De repente, cuando está a unos metros de su objetivo, aparecen a su espalda decenas de mujeres con burka negro y cochecitos de bebé, que corren para llegar antes que ella a cobrar un dinero público que escasea. Sólo hay dos opciones, dinero para las pensiones o dinero para la inmigración. Justo en ese momento termina el spot electoral del partido Demócrata de Suecia, preguntándote qué harías tú, y pidiendo el voto. Es un spot de 2010, pero muestra perfectamente el principal y casi único mensaje del partido.
Sverigedemokraterna se fundó en 1988 por líderes de extrema derecha, del fascismo sueco y de nacionalistas blancos. Y así era visto, como un partido fascista más (de hecho, algunos miembros iban vestidos con uniformes nazis en sus actos) y nunca consiguió ningún éxito electoral. Pero las cosas cambiaron a partir de 2005, con el liderazgo de Jimmie Åkesson, que quiso dar un aire nuevo, echando a los últimos resquicios de fascistas, modernizando la comunicación y suavizando los mensajes políticos.
No. De repente no habían dejado de ser anti-inmigrantes, sino que ahora lo disimulaban. Por ejemplo, ya no hablaban solo de racismo o de deportar a inmigrantes por razones étnicas, sino que relataban cómo los inmigrantes “no asimilados” estaban destripando no solo la identidad cultural de la nación, sino también el corazón del bienestar social del estado sueco, que ya no podía mantenerse económicamente. Una apelación clara a la emoción y al bolsillo, para convencer a la ciudadanía. Y eso sí les funcionó. En las elecciones generales de 2010, el partido entró por primera vez en el Riksdag sueco, con el 5,7% de los votos y 20 diputados. En 2014, un 12,9% y 49 diputados. En 2018, 17,5% de votos y 62 diputados. Tercera fuerza política sueca.
El próximo 11 de septiembre hay, de nuevo, elecciones. Las encuestas auguran por ahora resultados similares en un país donde casi siempre gana la socialdemocracia, que desde 1936 hasta 1976 gobernó siempre, que desde 1982 solo ha perdido tres elecciones -1996, 2006 y 2010-, y que gobierna desde 2014.
A esta comunicación no se la puede combatir riéndose de quién la hace, ni insultando a los seguidores que la reciben o comparten
Sin embargo, el continuo aumento del porcentaje de votos de Sverigedemokraterna debería hacernos reflexionar sobre el porqué. Una primera opción, obvia, es la mejora de la comunicación. Al igual que muchos otros partidos de extrema derecha o populistas de derecha, su lenguaje emocional, relatos simples y memorables, modos de organización en comunidades online, creación de contenidos, así como otras herramientas clásicas del populismo, como la búsqueda de antagonistas y el anti establishment, lo convierten en un enemigo temible para los partidos políticos tradicionales. Porque a esta comunicación no se la puede combatir riéndose de quién la hace, ni insultando a los seguidores que la reciben o comparten. Porque eso los refuerza dentro de sus comunidades, que se retroalimentan y fortalecen cuando se sienten atacadas.
Por eso desde el partido se ayudó a generar estas comunidades burbuja a partir de grupos cerrados de Facebook y de Whastapp, que se nutrían de contenidos de dos webs nuevas (apoyadas desde el partido y desde fuera): Samhallsnytt (Noticias en la sociedad) y Nyheter Idag (Noticias de hoy), y que junto con un sitio llamado Fria Tider (Tiempos libres), se encontraban entre los 10 sitios de noticias más compartidos de Suecia en las anteriores elecciones de 2018. De ahí salían noticias contra los inmigrantes, o hablando de inseguridad, que después recorrían los teléfonos de los miembros de estas comunidades, que podían enviarlo a sus grupos de amigos o familiares. Nada diferente a como suele funcionar la comunicación de cualquier partido populista, pero sí diferente a como había funcionado la comunicación de Sverigedemokraterna hasta entonces.
Pero también es interesante analizar el contexto político y social en Suecia. Porque allí, como en otros países, se ha intentado correlacionar lo que sucede en la calle o en la economía con su relación en el voto. Por ejemplo, se ha intentado correlacionar que allí donde hay más desempleo es donde más votos logra el partido demócrata. Sin embargo, las conclusiones son mixtas: algunos trabajos indican que es cierto, pero otros indican que no es así.
En cambio, es el aumento de la inmigración lo que sí se correlaciona con el aumento de votos. No se trata del aumento de por sí, como veremos más adelante, pero queremos poner en contexto la situación en el país. A finales del siglo XX y principios del siglo XXI, Suecia tuvo un gran aumento de solicitudes de asilo y de inmigración. Si en 1990 el número de inmigrantes era de 790.445, para 2019 el número había aumentado a 2.019.733 inmigrantes -en Suecia viven 10 millones de personas en total-, especialmente de Asia occidental (Siria e Irak). Estas cifras también han cambiado la demografía. Diferentes estudios indican que para 2065, más de la mitad de la población será de procedencia extranjera, con un 25% de musulmanes. Los inmigrantes se concentran principalmente en las áreas urbanas de Svealand y Götaland.
Diferentes estudios indican que para 2065 más de la mitad de la población será de procedencia extranjera, con un 25% de musulmanes
Es el aumento de la inmigración lo que Sverigedemokraterna esgrime para infundir miedo. En su narrativa, no se trata solo de inseguridad, sino también de no poder tener servicios públicos para todos. Se habla de miedo al otro, al de fuera, al que es diferente. De que son una amenaza. No es algo nuevo. Ya desde los años sesenta hay teorías demostradas (por ejemplo de Williams o Blalock) que postulan que un grupo minoritario representa una amenaza para la posición social de la mayoría cuando crece en número o cuando empieza a competir por los recursos. Es ahí donde la extrema derecha encuentra su fuerza. Si aumenta la inmigración, puede aumentar la percepción de amenaza al status quo.
Sin embargo, es interesante observar un fenómeno en Suecia (que probablemente puede repetirse en otros países, pero que solo hemos visto demostrado aquí). Se trata del concepto del “otro imaginado” versus el “otro experimentado”. Es decir, existen teorías demostradas ya hace muchos años (Allport, 1954) de que cuando hay un contacto intergrupal significativo, disminuye la desconfianza y la percepción de amenaza hacia ese grupo externo. En cambio, cuando esa relación intergrupal tiene lugar de manera fugaz y rápida, esa desconfianza y percepción de amenaza, basada en el prejuicio, aumenta. Cuando no conocemos al “otro”, imaginamos que puede ser una amenaza posible, especialmente si es muy diferente. Cuando lo conocemos y nos relacionamos en el día a día, esa amenaza desaparece en la mayoría de casos.
Cuando no conocemos al “otro”, imaginamos que puede ser una amenaza posible, especialmente si es muy diferente
Partiendo esta premisa, Rydgren y Ruth (2013) y sobre todo Valdez (2014) quisieron analizar si esas hipótesis tenían correlación política real, y observaron los resultados electorales suecos de Sverigedemokraterna en: 1) barrios donde vivían muchos inmigrantes, 2) en barrios que colindaban con esos barrios de inmigrantes, y 3) en barrios que ni tenían inmigrantes ni los tenían cerca. Los resultados eran claros en ambos artículos académicos: donde más se votaba a la extrema derecha era en los barrios colindantes a barrios de inmigrantes.
Volvemos a la percepción del “otro imaginado” versus la percepción del “otro experimentado”. Allí donde no había inmigrantes -en municipios rurales- no había percepción de amenaza y, por ende, no había voto a la extrema derecha. Allí donde se cohabitaba con inmigrantes, en el propio barrio, y se experimentaban relaciones diarias con ellos, donde se normalizaba la relación, tampoco era mayor a la media el voto al partido demócrata. En cambio, en barrios sin demasiados inmigrantes, pero que tenían barrios de inmigrantes al lado, en grandes ciudades, donde te cruzas fugazmente con ellos en el metro, en las plazas… el voto a la extrema derecha crece. Son relaciones superficiales que no permiten “humanizarlos”, y que permiten, a su vez, que las noticias negativas hacia la inmigración que les lleguen a esos vecinos les sean más creíbles.
Los estudios mostraban, además, otras dos cosas interesantes. En primer lugar, que el aumento electoral tenía lugar especialmente en barrios cercanos a lugares donde la inmigración es reciente. Esto sugeriría que los efectos negativos del contacto disminuyen con el tiempo, quizás a medida que se desarrollan relaciones intergrupales significativas -el “otro experimentado”- en un conjunto más amplio de la población. En segundo lugar, Valdez también observaba que el porcentaje de voto a los demócratas suecos es más alto que la media en las zonas en las que los inmigrantes son visibles en los espacios públicos en porcentajes superiores a su proporción real en la población de la ciudad (por ejemplo donde hay centros comerciales).
En resumen, la percepción de amenaza trata de visibilidad y de relaciones. De imaginar al otro o de experimentarlo. Esa es el arma para muchos partidos de extrema derecha o, al menos, para el partido demócrata sueco. No es la única arma, por supuesto, pero es una de ellas. En comunicación política, las emociones lo son todo.
Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma, politólogo y coautor del libro Cómo comunica la alt-right. De la rana Pepe al virus chino.
Àlex Llonch es politólogo especializado en comunicación política y corporativa. Escritor y tertuliano en distintos medios de comunicación.
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