Los precios de los alimentos chorrean de un día a otro como los propios alimentos en su bolsa de malla, con la inevitabilidad de la gravedad o de la podredumbre, pero aún no sabemos si se van a topar, si se pueden topar, si el Gobierno los va a topar, si el Gobierno los puede topar. Yo creo que dicen tanto lo de topar porque ya con la sola palabra parece que se les ha puesto un tapón gordo, a presión, de los de gaseosa antigua, a esos precios burbujeantes o explosivos. A lo mejor es cierto que no se pueden topar, como dice el ministro Planas en contra de lo que dice la vicepresidenta Yolanda Díaz, o sea como dice el Gobierno en contra del Gobierno. A lo mejor es cierto que sí se pueden topar, como dice un ministerio contra otro ministerio como un galeón de la Castellana contra otro galeón de la Castellana. Esto último sería una gran ventaja, porque acabaríamos con la inflación por el método definitivo y casi mágico de prohibir que los precios suban. Yolanda podría salvar el mundo, otra vez, con obviedades tiernas, poderosas y seguramente imposibles, como versos de Gloria Fuertes.
A lo mejor es que a la izquierda le basta con inspirar, que ya luego, si eso, todo lo rematan el dinero y hasta los señores de los puros ferroviarios
Los precios de los alimentos suben, como todo lo demás, lo que pasa es que en la cesta básica de la compra, colmada de acelgas como sauces y pesada de patatas auríferas, está la metáfora misma de la supervivencia y de la necesidad, y a lo mejor de la izquierda. Quiero decir que no es como la electricidad o el gas. El calor siempre se puede sobrellevar haciéndose más agujeros en el calzoncillo climático y quitándose las corbatas como sostenes de alambre. El frío siempre se puede pasar bajo mantas y calcetines o simplemente en el iglú del pisito, aceptando el pisito como iglú y racializándose uno en ese pasar frío natural, sano, hiperbóreo. Hasta la gasolina parece un lujo o un capricho estando el tren gratis (aunque el tren siga funcionando con electricidad, no a pedales). Más hondo en la pobreza que la pobreza energética está la pobreza del rugido de tripas, que es una pobreza neolítica más allá de la que ya no hay otra pobreza, aunque quizá sí puede haber consuelo, ese consuelo que siempre aporta la izquierda. A lo que voy es a que quizá los precios de los alimentos no se pueden topar, pero sí se puede hablar de toparlos, con lo que se conserva la cesta simbólica y caballeresca de la izquierda aunque el personal siga pasando al final la misma hambre y la misma tiesura.
No sabemos si el precio de los alimentos se puede topar, si se va a topar, no lo sabe ni el Gobierno, que lanza heraldos contradictorios o lanza a ese ángel de la ambigüedad que es Isabel Rodríguez, como un ángel andrógino de las palabras: “Yo creo que es muy importante que todos hagamos una pedagogía para dar tranquilidad a las familias”, ha dicho sin decir nada cuando se le ha preguntado sobre el asunto. El propio capitalismo ha reaccionado antes que la izquierda, que Carrefour ya está haciendo publicidad y negocio con la cosa, lanzando una cesta de la compra completa por 30 euros que hasta parece preparada por una monjita. Me da que, bastante antes de que cualquier acuerdo de la izquierda simbólica se sustancie en la realidad, veremos competencia capitalista por la cesta básica más barata. Seguramente, entonces, la izquierda simbólica, sin hacer nada ni inventar nada, se apuntará el tanto, y a seguir para adelante en su carrera de triunfos.
Los españolitos en el supermercado parecen ahora buscadores de perlas, cultivadores de arroz o colilleros de patatas, y el Gobierno, o los dos Gobiernos, o el Gobierno desdoblado (parece que el Gobierno de Sánchez juega al ajedrez contra sí mismo) busca más consuelo que soluciones. Los precios de los alimentos se podrán topar o no, que el Gobierno aún se lo piensa o aún lo estudia (¿será insolvencia o mala fe?), pero desde luego eso no se puede hacer con todo, no se puede topar todo, que sería como si Yolanda Díaz tapara con su dedo de dedalito de loza los cañones de la crisis. Lo que pasa es que era el día en que Sánchez se encontraba en la Moncloa con ciudadanos de recortable o de Playmobil, y Yolanda quiso dejar su envite simbólico, su capacho simbólico, su hambre simbólica y también sus soluciones simbólicas, muy conocedora de que la simbología es el campo de juego y de batalla común en este Gobierno o desgobierno.
Todo sube, pero la cesta básica de la compra, esa cesta de nanas de la cebolla, no sólo representa el hambre definitiva y asesina, sino el cuerno de la abundancia pobre y heráldico de la izquierda, esa izquierda que es como un rico caballero con un cardo en el escudo. La cesta de la compra tiene un doble valor, alimenticio y simbólico, y el Gobierno, o los Gobiernos, desde el desacuerdo o desde el equívoco, quizá está intentando salvar siquiera lo simbólico. De momento, el éxito del negocio de la solidaridad parece que es para Carrefour, ya ven qué ironía. A lo mejor es que Carrefour es más de izquierdas que el Gobierno. O a lo mejor es que a la izquierda le basta con inspirar, que ya luego, si eso, todo lo rematan el dinero y hasta los señores de los puros ferroviarios, invitados a su lado como Sánchez invitaba a los prebostes del Ibex. Claro que eso era antes de darse cuenta de que ellos eran el mal y de que él era de izquierdas de toda la vida, como las lentejas.
Los precios de los alimentos chorrean de un día a otro como los propios alimentos en su bolsa de malla, con la inevitabilidad de la gravedad o de la podredumbre, pero aún no sabemos si se van a topar, si se pueden topar, si el Gobierno los va a topar, si el Gobierno los puede topar. Yo creo que dicen tanto lo de topar porque ya con la sola palabra parece que se les ha puesto un tapón gordo, a presión, de los de gaseosa antigua, a esos precios burbujeantes o explosivos. A lo mejor es cierto que no se pueden topar, como dice el ministro Planas en contra de lo que dice la vicepresidenta Yolanda Díaz, o sea como dice el Gobierno en contra del Gobierno. A lo mejor es cierto que sí se pueden topar, como dice un ministerio contra otro ministerio como un galeón de la Castellana contra otro galeón de la Castellana. Esto último sería una gran ventaja, porque acabaríamos con la inflación por el método definitivo y casi mágico de prohibir que los precios suban. Yolanda podría salvar el mundo, otra vez, con obviedades tiernas, poderosas y seguramente imposibles, como versos de Gloria Fuertes.
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