Empecemos por decir que nunca en la Historia de la Monarquía española habíamos tenido una Princesa de Asturias, y más tarde Reina, tan preparada como lo está Letizia. Cierto es que en otros tiempos no tan remotos las mujeres no tenían formación que no fuera la del hogar.
Pero no siempre fue así: la reina Isabel La Católica llamó a su lado a Beatriz Galindo, llamada La Latina porque dominaba esa lengua además del griego y era una seguidora de Aristóteles. Beatriz Galindo fue una consejera leal de la reina Isabel y de sus cuatro hijas en una época en la que hubo en la corte española varias mujeres ilustradas y con merecimientos académicos.
Quiero decir que casos los ha habido pero han sido muy poco frecuentes. Esta Reina que tenemos ahora ha traído a la Monarquía española, además de un principio de realidad, puesto que es una plebeya que ha tenido que adaptarse a los usos y costumbres de cualquier monarquía europea -nada que ver con la pompa de la monarquía inglesa, de todos modos- unos conocimientos del sentir de la calle que son imprescindibles para la supervivencia de la Institución en una sociedad moderna como es la española.
Por eso se echa de menos que Doña Letizia no acuda a más actos y sobre todo se echa de menos que no le permitan actuar con la naturalidad con que ella es capaz de hacer las cosas.
No se trata de que se comporte como si no hubiera abandonado su profesión de periodista pero sí de aprovechar esa antigua dimensión de su persona para implementar todos los actos donde ella podría brillar con luz propia si no estuviera aherrojada por discursos preparados -aunque ella haya metido la pluma, lo que es seguro que hace- faltos de la calidez que ella suele suplir preguntando.
Ella podría brillar con luz propia si no estuviera aherrojada por discursos preparados
En eso no ha perdido completamente el tic de todo periodista, que consiste en preguntar. La Reina Letizia, pregunta, se interesa por los asuntos que se le encomiendan y se prepara a fondo cada vez que tiene que intervenir.
Pero interviene poco. Además de apoyar al Rey, cosa que ha hecho siempre pero con resultados desiguales en el pasado, pero que ahora por fin se ha adaptado a su función con excelentes resultados, la Reina necesitaría participar en más actos en solitario, debería permitírsele una cierta mayor libertad a la hora de elegir qué papel puede jugar en la continuidad de una Monarquía que es la gran garantía constitucional que nos hemos dado los españoles.
El reportaje publicado en El País hace unas semanas, a finales del mes de agosto, nos mostraba una Reina empática, decidida, solidaria, afectuosa, lejos del retrato que se hace a menudo de ella como una mujer altiva y distante.
En las distancias cortas no lo es, pero esa es una faceta que se nos viene hurtando porque no se le da el protagonismo que requeriría dejar un poco más “suelta” a la Reina sin que eso suponga que deje de cumplir el papel para el que está ahora perfectamente preparada.
Ahora que sus hijas han abandonado la infancia y son ya dos adolescentes, una estudiando en el Atlantic College del Reino Unido y la otra a punto de dejar el nido, cosa que hará siguiendo los pasos de su hermana, la función de la Reina con respecto a ellas tiene necesariamente que cambiar. Ya no son unas niñas pequeñas a las que proteger de toda intromisión, ya son dos jovencitas a las que hay que seguir guiando pero con una dedicación diferente.
Es el momento, pienso, de que la Reina desarrolle una actividad más “suya”, algo para lo que está perfectamente preparada pero insuficientemente aprovechada. Cumple hoy 50 espléndidos años y sería un auténtico desperdicio no aprovechar en toda su capacidad y sus aptitudes para la comunicación, para el afecto, para la empatía que puede ella transmitir.
Es una opción que la Casa del Rey no debería dejar sin explorar.
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