Putin, que va perfeccionando en sus comparecencias una pinta como de Rumpelstiltskin subido a un taburete, ha vuelto a sacarnos las armas nucleares como el abuelo que saca la garrota, o la pata de palo hecha garrota, entre la ira, la impotencia y el batacazo. Y es que Putin ya no tiene otra cosa que sacar, es como cuando el Dúo Sacapuntas o la Bombi sacaban su estribillo en el Un, dos, tres, una cosa esperada y agotada que todo el mundo coreaba mientras el actor hacía mutis por aquel decorado con chulapos de macetero o corsarios de desayuno en el que el personaje se disolvía hasta el siguiente estribillo. Armas nucleares, o al menos su sombra ojival, su amenaza presente, invisible, obsesiva, como la Pelos para Beatriz Carvajal… Pues claro que Putin saca las armas nucleares, no nos va a amenazar con sus bandas de música, por mucho que en ellas parezca aglomerarse toda la marcialidad y la metalurgia que les queda.

Ya sabíamos que Putin tiene armas nucleares, pero, además, gracias a estas rabietas de garrota, a estas exhibiciones de músculo con tatuaje de viejo, con ancla de Popeye, sabemos que no tiene nada más. Putin tiene armas nucleares como un asador de pollos tiene pollos, ese pollo asado que se convierte en la única mercancía posible para el negocio y en la única grandeza posible para el pueblo, para el pobre que dominguea y alardea de él heráldicamente. El arma nuclear es como el pollo asado heráldico de Putin, que se ve señoreado en el barrio pero en realidad hambrea en la vida y en la guerra. Rusia es como un gran barbecho achampiñonado de armas nucleares dispuestas como distantes espantapájaros, siquiera espantapájaros de moscas. La Gran Rusia es un desierto con cactus de armas nucleares y lagartos con sombrero de mariachi. El poderío ruso es como la gran erección de viejo, imaginada, guardada, conservada en orín, más fantaseada que usable, más de boquilla que de alcoba, de las armas nucleares. A saber, llegado el caso, si aquello se levantaría…

El ejército ruso estaba hecho de generales de lata de conservas, tanques de lata de conservas y muchachos asustados que terminan en ataúdes de lata de conservas

Claro que Putin nos saca sus armas nucleares, es como si Pozí nos sacara joroba o Carmen de Mairena nos sacara la lengua. No nos va a amenazar con sus palacios de helado o con el nunchaku que guarda en sus fondillos… Sobre todo, claro, Putin no puede amenazarnos con su ejército, su ejército convencional me refiero, que ahora en esta guerra de Ucrania nos hemos dado cuenta de que era un ejército sólo coreográfico, un ejército del Bolshói o de musical de leñadores, todo telón de terciopelo, zancadas de grand jeté y hachas usadas como balalaika. El ejército ruso, lo vemos ahora, estaba hecho de generales de lata de conservas, tanques de lata de conservas y muchachos asustados que terminan en ataúdes de lata de conservas. Detrás de las gorras de plato y de esos pechos condecorados como el pato Lucas condecorado, lo que hay es un ejército de cementerio de coches y de cementerio humano, una picadora de carne de chavalería, presos y jubilatas, más aún después de la movilización ordenada por Putin.

Putin ha mirado en las alforjas del caballo y en el cajón de los cubiertos y sólo le quedan las armas nucleares y la picadora de carne, claro, que algunos dirán que eso fue también la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria, una picadora en la que acabaron puede que 30 millones de soviéticos, si no más. Pero la picadora de carne es lenta y está pasada de moda, por eso Putin apuesta por el relámpago nuclear, siquiera como miedo subliminal y barato. Putin nos saca las armas nucleares, a ver, que ya nadie les respeta, ya nadie les tiene miedo, que hasta Azerbayán, Armenia, Kirguistán y Tayikistán se animan a liarse a petardazos, como cuando el profe se va de la clase. Rusia, que iba a entrar en Kiev a los pocos días con música triunfal de Músorgski (La Gran Puerta de Kiev es el final de sus Cuadros de una exposición), es incapaz de ganar una guerra convencional contra un país de cereal al que Occidente (como dice Putin) no ha mandado aviación, ni material pesado, ni siquiera soldados con chicle y chocolatina. Así que ya sólo están las armas nucleares como la pastillita azul del viejo.

Putin sólo tiene ya armas nucleares y saleritos de polonio, lo demás son generales fondones, un ejército sólo de ropa, una economía insignificante, como de una España estirada y diluida por toda Eurasia, su petróleo y su gas como un quinqué que ya se apaga, y un país grandísimo y blanquísimo igual que esa mesa suya que parece un trampolín de salto de esquí. Las armas nucleares, con cierta cosa arrugada de condón arrugado, no son su fuerza sino su debilidad, su más íntima vergüenza. Putin no podría ganar una guerra convencional contra la OTAN ni contra Zelenski en chándal de la mili, qué va a hacer sino sacar las armas nucleares, en su funda al menos. La verdad es que Putin no puede ganar la guerra convencional y las guerras nucleares no se pueden ganar, así que Putin está perdido, solo o con todo el planeta. O quizá Putin aún puede, a la vez, no ganar y no perder.

Las armas nucleares las podría utilizar Putin en cualquier momento, para eso no necesita referendos de pega, que es como si necesitara un sello del ayuntamiento. Putin, sacando sus armas nucleares, está buscando otra salida, la única que tiene, una paz con cierta dignidad y con otro trozo de tierra blanco que sumar a su amontonamiento de tierras como de armiños, que Rusia apenas tiene eso, una colección de armiños de grandeza que son sólo escarcha moteada. Una paz que lo salve a él, eso es lo que busca. En cualquier otro escenario, él acaba pulverizado, con o sin el resto del mundo. A Putin sólo le quedan las armas nucleares, no como al que le queda sólo una bala o una pastillita azul, sino como al que le queda sólo una moneda o un naipe, en la peor de las noches de juego y vodka.

Putin, que va perfeccionando en sus comparecencias una pinta como de Rumpelstiltskin subido a un taburete, ha vuelto a sacarnos las armas nucleares como el abuelo que saca la garrota, o la pata de palo hecha garrota, entre la ira, la impotencia y el batacazo. Y es que Putin ya no tiene otra cosa que sacar, es como cuando el Dúo Sacapuntas o la Bombi sacaban su estribillo en el Un, dos, tres, una cosa esperada y agotada que todo el mundo coreaba mientras el actor hacía mutis por aquel decorado con chulapos de macetero o corsarios de desayuno en el que el personaje se disolvía hasta el siguiente estribillo. Armas nucleares, o al menos su sombra ojival, su amenaza presente, invisible, obsesiva, como la Pelos para Beatriz Carvajal… Pues claro que Putin saca las armas nucleares, no nos va a amenazar con sus bandas de música, por mucho que en ellas parezca aglomerarse toda la marcialidad y la metalurgia que les queda.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí