Sánchez va a tener que quedarse sin ministros, que el que no le sale creativo o metepatas le sale revolucionario de botellín o antisistema de dacha. Y también va a tener que quedarse sin barones, que el que no le sale irónico le sale harto. El ministro José Luis Escrivá se dejó caer con una “recentralización fiscal” apuntando a Ayuso y Bonilla, pero no tuvo en cuenta la España plurinacional, federal, frankensteniana, de saca y buche, que el propio presidente ha ido apuntalando. O sea, que Moncloa ya se ha hecho la despistada y ha puesto la idea en ese cajón de calcetines desparejados que son las “opiniones personales”. Por su parte, Emiliano García-Page, que ve llegar un futuro anublado desde su torreón manchego como una carta del Tarot, ha criticado las malas compañías de Sánchez y esa manera de conducirse que tiene el presidente entre mecidas y aplausos, como si fuera el Cristo gitano del PSOE. Luego hablan de los versos libres del PP, cuando parece que en el PSOE nadie rima con Sánchez salvo Sánchez, que va a tener que acabar en la autopolítica como en el autoerotismo.

Hay ministros que tienen su ministerio como una colonia de nudistas, para colgar taparrabos y ristras de cebollas. Hay otros que, por encima del ministerio, tienen un sacerdocio, como Yolanda Díaz, que se siente llamada a dar sopas de pobre o a teorizar sobre ellas apareciéndose en los mercados, allí sobre los brócolis como una Virgencita en un árbol. Hay otros, como Escrivá, que creo yo que piensan demasiado deprisa, piensan sin consultar al oráculo, piensan quizá en una socialdemocracia de libro sin darse cuenta de que estamos en el sanchismo de libro, y lanzan estas ocurrencias que se quedan entre la coherencia ideológica y la inoportunidad política. Escrivá quería frenar a Bonilla y a Ayuso, pero eso hay que hacerlo sin molestar o preocupar al gallinero nacionalista, cosa que requiere una operación de precisión atómica y caradura bien templada que debe planearse con tiempo por los sotanillos de la Moncloa.

García-Page se da cuenta de que esa España subastada de Sánchez va a hundirlo a él, va a hundir al PSOE y va a hundir al país

La recentralización fiscal, antes que nada, no puede llamarse así, que suena a toque de corneta franquista a todo el nacionalismo centrífugo, o sea a los jefes de Sánchez. Como ha dicho Isabel Rodríguez desde esa especie de cátedra de preescolar que es su portavocía, el nombre correcto es “armonización fiscal”. La armonización ya no suena a corneta, sino a clave bien temperado, y además no es lo mismo, porque esta armonía de las autonomías seguro que se preocupa de que los de siempre se puedan armonizar mejor que nadie.

Tampoco se puede hablar, como ha dicho Escrivá, de evitar la competencia entre autonomías. Competencia puede haber, mientras ganen las que tienen que ganar, de nuevo las de siempre, o sea competencia con reglas trucadas. No tienen más que ver a ERC, que se siente legitimada para derogar la Constitución y declarar la independencia de Cataluña tras un pacharán pero se queja de que Andalucía se atreva a bajar impuestos, un intolerable juego sucio. Una Andalucía que, por lo visto, ya no es esa especie de Marruecos con gazpacho que el catalanismo tenía para los veranos en el sur y para las mucamitas del Ensanche, sino que ahora les hace competencia desleal y abusona, como japoneses del sur, que hasta Joaquín va teniendo cara de japonés riéndose.

El PSOE de Sánchez puede ser plurinacional a la hora de hacer moñas, federalista a la hora de repartir las tajadas, foral a la hora de reclutar socios y cogobernante a la hora de quitarse de en medio. Pero el mismo PSOE de Sánchez será centralista y armonizador ante el descoco de Madrid y Andalucía, que, simplemente, se espabilan en esta España de autonomías oportunistas y robaperas. Madrid y Andalucía, en realidad, sólo aplican sus competencias, sólo están tocando sus impuestos, no piden prebendas en mesas de negociación entre cabezas humanas y de cochinillos, ni han derogado la Constitución desde la Cibeles o desde el oratorio de San Felipe Neri. Pero los ventajistas quieren mantener sus ventajas y los privilegiados quieren mantener sus privilegios.

Andalucía, la pobre y negra Andalucía, con su eterno blues aceitunero, no puede bajar los impuestos o dar facilidades para invertir, no vaya a ser que Cataluña se llegue a ver vulgar, pareja o incluso pobre a su lado. En Cataluña también podrían hacer lo mismo, podrían competir y ser mejores, como ellos siempre han dicho que son mejores. Sin embargo, allí no pueden bajar impuestos porque tienen que pagar el procés, su improductivo ejército de mimos y de matones, de enchufados y de apóstoles. Mejor frenar la avilantez de Andalucía, que ya se está saliendo del lugar que le corresponde, que ya quiere hasta el dinero que era antes de sus senyorets.

De todo esto creo yo que se da cuenta García-Page desde su mirilla de pueblo, desde la lucidez de una mirilla de pueblo. Se da cuenta no ya de que unos ministros se montan revoluciones en el minibar o en la frutería y otros tropiezan con las contradicciones del sanchismo, sino que esa España subastada de Sánchez, ese Gobierno guirigay que sólo sostiene la pagoda floreada de Sánchez, con creyentes de alquiler y milagros de muellecito, va a hundirlo a él, va a hundir al PSOE y va a hundir al país.

Sánchez va a tener que quedarse sin barones, que al fin y al cabo el PSOE es él, su personalidad, sus emanaciones que marcan una época, como aquellos limones del Caribe o aquel “busco a Jacq’s”. Y va a tener que quedarse sin ministros, o al menos sólo con dos, la espeluznante ministra de la sonrisa cosida, Isabel Rodríguez, y el compañero de cuarto perfecto, ese Epi que se comió a Blas, o sea ese Félix Bolaños que se comió a Iván Redondo. Para manejar España a su manera, para esperar el próximo fin del mundo o para esperar su propio hundimiento dentro del hundimiento de todo el país, a Sánchez tampoco le hace falta más.

Sánchez va a tener que quedarse sin ministros, que el que no le sale creativo o metepatas le sale revolucionario de botellín o antisistema de dacha. Y también va a tener que quedarse sin barones, que el que no le sale irónico le sale harto. El ministro José Luis Escrivá se dejó caer con una “recentralización fiscal” apuntando a Ayuso y Bonilla, pero no tuvo en cuenta la España plurinacional, federal, frankensteniana, de saca y buche, que el propio presidente ha ido apuntalando. O sea, que Moncloa ya se ha hecho la despistada y ha puesto la idea en ese cajón de calcetines desparejados que son las “opiniones personales”. Por su parte, Emiliano García-Page, que ve llegar un futuro anublado desde su torreón manchego como una carta del Tarot, ha criticado las malas compañías de Sánchez y esa manera de conducirse que tiene el presidente entre mecidas y aplausos, como si fuera el Cristo gitano del PSOE. Luego hablan de los versos libres del PP, cuando parece que en el PSOE nadie rima con Sánchez salvo Sánchez, que va a tener que acabar en la autopolítica como en el autoerotismo.

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