España no es Italia, pero igual que todos nos hemos muerto un poco o al menos nos hemos planchado el bombín de muerto con ese entierro de radionovela de Isabel II, el personal se ha escandalizado, acojonado, felicitado o ilusionado por la victoria de Giorgia Meloni. Meloni se diría que es la Obama de la ultraderecha europea, que trae eras, conjunciones, arrebatos, sofocos y sincronización de menstruos por aquí. Enseguida, Macarena Olona, que se ve como su compañera de litera, la ha puesto en la mesilla como una virgen de Fátima luminiscente con dos melones como dos querubines cabezones, o como la Khaleesi con dos huevos de dragón, rugosos, poderosos, aguardantes. Es su “inspiración”, ha dicho, y uno se imagina ya a Meloni como una Mónica Naranjo para un aspirante de talent show.

La verdad es que ni la política, ni los liderazgos, ni las idiosincrasias sociales funcionan así, por franquicias ni por Eurovisión. Y ese neofascismo entremetido y acostumbrado (Meloni ya estuvo en el gobierno de Berlusconi, ahí es nada la conjunción) es un fenómeno puramente italiano, como los paninari. Vox también se ha felicitado del triunfo, porque conciben lo suyo, sea lo que sea, neofascismo o populismo de la berza campera, como si se jugara por décimos de lotería de Navidad. O sea que a Vox le ha tocado el décimo de Italia como el décimo de la tía de Toledo. No les ha tocado nada, en realidad, porque esto, ya digo, no es Italia sino el erial de Sánchez, donde Vox hace como de espantapájaros que cuida la finca. Esto no es sólo cosa de la derecha, aquí también la gente hacía hermanamientos helenísticos con Syriza cuando parecía que una nueva internacional revolucionaria se levantaba del polvo de sus chanclas. Todos quieren primos triunfadores, por Italia, por Grecia o siquiera por Toledo, donde la tía.

Meloni es tan obvia que ya la vimos salir con dos melones, melones ubérrimos y cojoncianos, de frutera frescales, de lechera de cuento pero con melones, de sueño de labrador o de poeta de égloga y molinera. Yo me acordé de la hilarante marcha fascista de Amarcord, cuando aquel segundón emplatado de gorra y acucarachado de camisa negra, mientras marcha a paso ligero, no encuentra otra manera de resumir la grandeza de la Italia fascista que decir “Mussolini tiene dos cojones así”. En ese momento, hace con los dedos algo que yo creo que no son dos cojones, sino algo más, una calibradora de cojones que se ha dislocado intentando llegar al tamaño del cojón de Mussolini. De momento, esto es lo que ha conseguido Meloni, sublimar el cojoncianismo fascista en el tamaño antediluviano de los melones. El populismo es la idolatría de la obviedad, sean los melones de Meloni o sea la gesta de ser mujer, madre e italiana, como podría haber dicho que es heterótrofa y vertebrada, o la circunstancia de ser cristiana, que tiene tanta importancia como si hubiera dicho que es de la Juventus, al menos en democracia. El populismo es la idolatría de la obviedad, y además de la obviedad inútil.

El populismo es la idolatría de la obviedad, sean los melones de Meloni o sea la gesta de ser mujer, madre e italiana, como podría haber dicho que es heterótrofa y vertebrada, o la circunstancia de ser cristiana

Meloni, obvia y circular como sus melones rimados, ha despertado también reacciones obvias. Sus hermanos de melonar de Vox saludan su triunfo como un augurio de su futura cosecha de melones, y Macarena Olona la ha convertido en su hermana mayor, sueña con ponerse un día su ropa, su corona o sus melones, que son como una coraza de Atenea. Olona había sido esquiva o confusa con eso de presentarse con un nuevo partido, pero la inspiración de Meloni la ha animado y ya declara estar sopesando la posibilidad, como se sopesa un melón, si Vox deja de ser una alternativa. Como Vox nunca ha sido una alternativa, yo creo que la cosa está hecha y el melón está abierto, por supuesto.

Al otro lado del melonar, del espejo del populismo, han llegado esas alertas antifascistas que suenan a sirena de ataque antiaéreo. Para Ione Belarra, estas cosas pasan porque se blanquea a la ultraderecha, no porque la izquierda se haya desentendido de la realidad y ande ocupada sólo en platonismos justicieros e identitarios, en el tortazo al rico o en el género de los ángeles, con la entrepierna muy garabateada. Yolanda Díaz, que es la que más tiene de Meloni, casi más que Olona, por estar más avanzada en ese camino de la obviedad y de la sociedad lactante, se ha puesto triste como un hada madrina triste, quizá al ver que gana la Bruja Mala del Oeste en vez de la Bruja Buena del Este que es ella, cuando se trata más o menos de la misma hechicería y la misma mentira. Desde el sanchismo, María Jesús Montero, que usa un cinismo también de volumen melonar, se ha atrevido a poner a su Gobierno como antídoto del populismo, como si ellos no gobernaran, o cogobernaran, o desgobernaran, con esos populismos. Sí que es inspiración política Meloni, pero aquí lo es todo, de la virología a las tetas un poco precolombinas o prefascistas de Rigoberta Bandini.

Meloni, con sus melones y su frase digna de aquellas muñecas con disco en la espalda, ha ganado en Italia pero no se puede decir que sea una novedad después de haber tenido allí a Berlusconi y a Salvini. Quizá es cosa de allí, o que los populismos de derecha se atemperan en la globalidad, cuando entra Europa con sus fondos y su paraguas, y se terminan convirtiendo en tradicionalismo curil y en xenofobia de paleto (por cierto, para tradicionalismos curiles y xenofobias de paleto no hay que irse hasta Italia). Los populismos de izquierda, por su parte, quizá traen la ruina incluso antes que el ridículo felliniano. Todos, los de un lado y otro, están hechos de obviedades inútiles y de venganzas recocidas que pueden traer desahogo, pero no soluciones. Los populismos, con melón, con cojón o con puñito, no solucionan nada y además están consiguiendo que olvidemos que en cuanto la ciudadanía se equipara a identidad, origen, clase, creencia u opinión, la democracia ha muerto.

Meloni, como una Cicciolina de melones, ha ganado en Italia pero esto no es Italia. Aun así, no creo que en Italia vuelvan las camisas negras ni el ricino. Tampoco, la verdad, creo que las ideas de Meloni vayan mucho más lejos que las de Puigdemont o Artur Mas. Quizá, simplemente, en Italia se han acostumbrado a lo suyo como aquí nos hemos acostumbrado a lo nuestro.

España no es Italia, pero igual que todos nos hemos muerto un poco o al menos nos hemos planchado el bombín de muerto con ese entierro de radionovela de Isabel II, el personal se ha escandalizado, acojonado, felicitado o ilusionado por la victoria de Giorgia Meloni. Meloni se diría que es la Obama de la ultraderecha europea, que trae eras, conjunciones, arrebatos, sofocos y sincronización de menstruos por aquí. Enseguida, Macarena Olona, que se ve como su compañera de litera, la ha puesto en la mesilla como una virgen de Fátima luminiscente con dos melones como dos querubines cabezones, o como la Khaleesi con dos huevos de dragón, rugosos, poderosos, aguardantes. Es su “inspiración”, ha dicho, y uno se imagina ya a Meloni como una Mónica Naranjo para un aspirante de talent show.

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