Pablo Iglesias y Carmen Calvo, antiguos y aún mandones como viejas ayas, estuvieron instruyendo a Aimar Bretos sobre periodismo y política, coberturas electorales, criterios profesionales y otros mitos y unicornios del oficio. Aimar Bretos, más estando en ese templo de la ortodoxia de la fe que es la SER, parecía nuevo, parecía un becario de Aaron Sorkin, parecía un chico que ha caído del guindo con sombrilla y dodotis, parecía David Jiménez con libretita de Tintín, o parecía que nos tomaba el pelo con cínica apostura y voz de rey león, que yo creo que a esta gente lo que se le pide es voz como a las vedetes se les piden piernas. Pablo Iglesias, sin duda, instauraría un Ministerio de la Verdad y un Pravda exquisitamente constructivista. Carmen Calvo, por su parte, es hija de la política de colonización partidista de toda la sociedad que inventó Felipe. O sea, que aún resulta más duro o más hiriente que a Aimar Bretos, periodista con hoja de parra, estos personajes le den lecciones del oficio, siquiera con cinismo.
La relación entre política y periodismo ya ha merecido muchos cantares de amor y guerra, es algo así como esa orgía de dioses y humanos de las mitologías, con su verdad y su sangre, con su putiferio y su inocencia. Es, en realidad, un conflicto, una tensión y un encamamiento que se da entre todos los poderes, político, mediático, económico, cultural, religioso, judicial; una promiscuidad atrayente, peligrosa, provechosa, fatal, en la que sólo existen burbujas de pureza, como existen burbujas de absoluto lacayismo, y lo demás suele ser tira y afloja o supervivencia y juego. A lo mejor Aimar Bretos está en su burbuja de voz de bolero y no se ha enterado, ni siquiera estando donde está, de lo que son tertulianos de cuota, tertulianos de las tortas, listas negras y listas blancas, directores de informativos con pedigrí o columnistas con recomendación del partido como esas recomendaciones del señor cura. Me parece increíble, pero lo mismo, ya digo, una vez que te meten en la pecera de la SER, con eco de basílica, a uno enseguida le parece que hace periodismo como el que enseña latín.
La discusión o discrepancia, en realidad, no abarcaba todo el problema histórico, arqueológico o teológico del periodismo y la política, sino la cobertura de las campañas electorales en los medios públicos, ya saben, el minutaje, el orden y esos protocolos que establece la ley electoral. “¿No crees que RTVE está llena de excelentes profesionales que son capaces de determinar la información electoral según su interés informativo?”, inquiría Bretos ante Calvo. Lo de los excelentes profesionales es algo que nunca falta, que ya saben que los profesionales sólo pueden ser excelentes, no puede haber mediocres, malos, perezosos, chupatintas o interesados, en RTVE o en el ayuntamiento (lo de los excelentes profesionales me lo sacaban a mí mucho los de Canal Sur, cuando yo me empeñaba en destacar sus excelencias en mis columnas).
El excelentísimo profesional, en fin, lo mismo está ahí, bajo toda la ropa del perchero, lo mismo existe incluso en TV3, o lo mismo no te lo encuentras porque todos están ya aburridos de la tele pública desde Espinete. El caso es que, en un medio público, hasta los excelentes profesionales tienen un jefe que puso un jefe que puso un político. En los medios públicos mandan los políticos y si no haces caso al jefe político te pueden enviar a archivar material de los electroduendes o a cubrir huracanes en vez de ponerte un taburetito acolchado en los informativos o un sillón picassiano para entrevistar a Sánchez. Esas cosas Bretos no las percibe desde el Himalaya azafranado de la SER.
El sarcasmo aún puede dar otra cabriola, que hasta en TeleSusana se quejaban de ese minutaje impuesto y antiperiodístico
“Venga, Aimar, vamos…”, se sonreía Pablo Iglesias. Tiene razón Pablo Iglesias, siquiera en el cinismo (recuerden cuando él se pedía la televisión pública y los servicios secretos para ir haciendo revolución). Yo creo que Calvo e Iglesias están de acuerdo en ese minutaje tasado y ponderado en los medios públicos durante las campañas porque ven democrático repartirse la escaleta igual que repartirse los jueces. Yo, la verdad, no dejo de verlo sarcástico, como si los partidos disimularan así su total control sobre los medios públicos, equilibrando la balanza desbalanceada unos cuantos días al año, unos días como de carnaval. El sarcasmo aún puede dar otra cabriola, que hasta en TeleSusana se quejaban de ese minutaje impuesto y antiperiodístico con grave scroll de cartelones por debajo, como si se hubiera muerto Juan y Medio o algo así, por si con eso se nos olvidaba que seguía siendo TeleSusana.
La prensa no puede ni tiene que ser pura, ni neutral, ni científica, ni siquiera objetiva (¿quién decidiría eso?), tiene que ser simplemente libre, sin más límite que la ley. Esto no es otro bolero, sino que esa libertad es lo único que nos asegura la pluralidad (lo preocupante no es ver en el quiosco portadas contradictorias, como ahora, sino que un día fueran unánimes). Como nada es perfecto y los políticos quieren controlarlo todo, aunque a Bretos se le caigan lágrimas de trapo de muñeca de trapo, entre los excelentes profesionales hay tertulianos de cuota y hay columnistas de argumentario, como hay periódicos catedralicios y hay radios que suenan con crooners desde nubes angelicales. Pero esto no lo mide ni lo evalúa un Ministerio de la Verdad ni la asociación de boleristas, sino el ciudadano, claro.
La prensa tiene que ser libre y, sin embargo, la paradoja es que el medio público es el único que no tiene derecho a ser libre. Al estar pagado por todos, estaría obligado a ser matemáticamente neutral. Como esto es imposible, uno lo que cree es que no debería haber medios públicos, a menos que se limitaran a dar el tiempo y a transmitir conciertos. Son los medios públicos los que atentan contra la libertad de prensa, no los privados, al contrario de lo que decía Pablo Iglesias, que ahora es influencer de bots. Al final yo creo que la discusión quedó estancada en una especie de cinismo corporativo que les abrigaba a los tres: los políticos siguen mandando en los medios públicos y algunos medios privados siguen creyéndose públicos, institucionales, vaticanistas, el simple karaoke de la democracia con boleristas juveniles prestando la voz.
Pablo Iglesias y Carmen Calvo, antiguos y aún mandones como viejas ayas, estuvieron instruyendo a Aimar Bretos sobre periodismo y política, coberturas electorales, criterios profesionales y otros mitos y unicornios del oficio. Aimar Bretos, más estando en ese templo de la ortodoxia de la fe que es la SER, parecía nuevo, parecía un becario de Aaron Sorkin, parecía un chico que ha caído del guindo con sombrilla y dodotis, parecía David Jiménez con libretita de Tintín, o parecía que nos tomaba el pelo con cínica apostura y voz de rey león, que yo creo que a esta gente lo que se le pide es voz como a las vedetes se les piden piernas. Pablo Iglesias, sin duda, instauraría un Ministerio de la Verdad y un Pravda exquisitamente constructivista. Carmen Calvo, por su parte, es hija de la política de colonización partidista de toda la sociedad que inventó Felipe. O sea, que aún resulta más duro o más hiriente que a Aimar Bretos, periodista con hoja de parra, estos personajes le den lecciones del oficio, siquiera con cinismo.
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