En La Sexta han sacado otra vez el búnker atómico de la Moncloa, que está entre guerra de Lego y sala de parchís del pabellón de neuróticos. Este búnker nos lo ponen de vez en cuando para meternos en el hormiguero de la seguridad global y en la intensidad peliculera de los misilazos y los meteoritos, y para que todos nuestros enemigos sepan que aún podemos llamar a la Guardia Civil bajo veinte metros de hormigón, que tampoco vamos a hacer mucho más. Ahora es como el colchón blindado de Sánchez, por si ataca Putin, o las encuestas, o la melancolía. Si hay una guerra nuclear, el españolito estará reconfortado de que al menos se salven su presidente y su corte, que al fin y al cabo representan lo mejorcito del país. Sánchez incluso podría comenzar desde allí la repoblación de España o del planeta, reiniciar la civilización si hace falta, una civilización de guapos y sin ricos, sólo clase media trabajadora, funcionariado progre y figuración de la Moncloa, que es como la figuración de un anuncio navideño.
Uno se pregunta para qué necesita Sánchez un búnker, él que ha sobrevivido ya a varios fines del mundo, desabotonado y todo (Sánchez sin corbata, caminando sin prisa pero con determinación con su traje azulino, es como Superman buscando una cabina). Pero yo diría que el búnker es simbólico además de material, como el Falcon, que no es sólo un avión para ir a conciertos de noviete o hacer safaris de incendios, sino que es como las alas de Niké o el arco de Apolo, un atributo. Uno recuerda aquella imagen tan potente de Sánchez en su despacho, hablando por teléfono y escribiendo con la mano izquierda porque el teléfono se lo habían colocado mal o lo tiene colocado mal. Era un símbolo del poder del héroe, que es pura voluntad y pura soledad, con su teléfono como su espada, con su sillón como un reclinatorio, y nada ni nadie más (aunque, eso sí, fuera un poder que no sabe dónde poner el teléfono para escribir a la vez que habla). El búnker es más, el búnker simbólico es el castillo simbólico, la seguridad de un poder completo, inexpugnable y que todo lo alcanza, asistido de jerarquías y levas. El búnker es el Sánchez más puro. Yo creo que Sánchez duerme en el búnker como el niño que duerme en la casita del árbol.
Tenemos un búnker en la Moncloa, que ya no es que nos recuerde la solidez de la guerra o de los cataclismos, ni que nos esperance con que tengamos algo que hacer en un ataque nuclear, aparte de llamar a la Guardia Civil en morse. Tenemos un búnker que es el poder reconcentrado, justo a la vez que un presidente que también es el poder reconcentrado, o sea que la verdadera Moncloa es el búnker y yo creo que todo lo de arriba es una tapadera, como una lavandería china. Yo llamo sotanillo de la Moncloa a ese lugar o estado del alma donde vive el gabinete de Sánchez como galeotes, donde estaba ese Iván Redondo como el Amo del Calabozo y donde ahora baja de vez en cuando Félix Bolaños con su aire de zangolotino siniestro, un poco como Norman Bates. Pero el sotanillo material o espiritual es realmente este búnker simbólico y este búnker físico a la vez.
Una guerra nuclear lo que haría sería librar a Sánchez de ese paripé de tener que hacer vida de vez en cuando en ese Congreso de comadres
Todo el país es el búnker de la Moncloa, todo el PSOE es el búnker de la Moncloa, y yo creo que una guerra nuclear lo que haría sería librar a Sánchez de ese paripé de tener que hacer vida de vez en cuando en ese Congreso de comadres, en ese partido de franquiciados, e incluso en los salones picassianos de la Moncloa, donde debe dialogar con las macetas o con Yolanda Díaz, que tiene algo de folclórico, alegre y cubista geranio ideológico. En el búnker no hay que hacer nada de eso, sino que una vez que han sonado las alarmas, han girado las bombillas rojas y se han cerrado las puertas de grave acero español de olla express, todo se maneja con una voz y con un dedo, como en un submarino. Y así debería ser siempre, esa como vida de recio marino que es el poder de verdad.
Nos vuelven a sacar el búnker atómico de la Moncloa como de vez en cuando nos vuelven a sacar nuestro único portaaviones, con marcialidad de pobre. El búnker no es un sótano cerrado, lleno de latas de alubias y cascos de minero, sino una oficina donde trabajan un centenar de personas como si fueran los curris de Fraggle Rock, quizá porque creen que trabajar en las profundidades le da profundidad a su trabajo. A mí me parece que es un búnker muy español, que no parece una war room sino un pisito de funcionario o una oficina de caja de ahorros, con un blindaje sólo para viejas. Se supone que es secreto pero ya lo hemos visto muchas veces, e incluso el Gobierno de Sánchez se hizo fotografiar allí cuando la pandemia, yo creo que porque el portaaviones no estaba disponible. El búnker se construyó con Felipe González, que siempre digo que lo inventó todo, sobre todo el poder acementado y acuevado que él ya empezó por la Bodeguilla. Pero yo creo que el búnker estaba muerto o desaprovechado hasta que ha llegado Sánchez, su verdadero destinatario o destino, haya guerra nuclear o sólo guerra de morro y resiliencia.
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