Ahora Sánchez va a exhumar a José Antonio Primo de Rivera y a Queipo de Llano, o más bien los va a trasplantar, sacando al aire su raíz honda y húmeda de sangre e historia, como mandrágoras. El día que se acaben los muertos, como cuando se acabe el dinero de los ricos y el dinero de Europa, el día que se acaben las monedas enterradas de los muertos y las monedas de oro de muela de los demás, no sé qué hará Sánchez. Sánchez parece que gobierna con un detector de metales, que lo mismo se encuentra una momia de la guerra, con su hebilla de soldado o su cruz de monaguillo brillando entre el esqueleto como un escarabajo egipcio, que se encuentra un mechero de oro de los señores de los puros, como una pistola de oro de un criminal muy poco discreto. Con eso Sánchez hace política, hace economía o hace una colección de buscador de playa, heterogénea y grimosa, entre el tesoro, el fetiche, la basura, el exvoto y la acusación.

Franco ya se olvidó, o sea que Sánchez ya acabó con el franquismo llevándose su ataúd, pequeño como una cajita de pesetas de Franco, a un panteón con algo de pozo de casa regional de la familia, donde ya parece sólo el cadáver de un señor notario. A lo mejor ya no había franquismo o sólo había un franquismo de mesón, más alguna tienda de abanicos con la dueña putrefacta e intacta como una reliquia. Pero el caso es que Sánchez, con esa ceremonia de traslado o más bien de exorcismo, se convertía en el que venció al franquismo, como un Cid progre, y eso es lo que importa. Sánchez ya había acabado con el franquismo, pues, pero parece que aún quedaban sus precuelas o sus alfiles, nada menos que José Antonio y Queipo de Llano, que aún seguían ahí, no ya en sus tumbas encharcadas y sus basílicas de hielo, sino en la alacena de Sánchez.

Si fuera cuestión de memoria, sería más urgente recordar en Euskadi, y si fuera cuestión de democracia, sería más urgente aplicarse en Cataluña

José Antonio Primo de Rivera, fascista como con ramillete, cursi, febril y vulgar, enamorado de su fascismo primigenio como de una monja o una prima del pueblo, aún seguía en el Valle de los Caídos, dueño de la otra mitad de sombra que no era la de Franco. Queipo de Llano, sanguinario y meapilas, Virrey de Andalucía y carnicero de Sevilla, con más vozarrón y menos astucia que Franco, seguía junto a su Macarena, la dolorosa que ciñó hasta 2011 su fajín, macabro como si estuviera hecho con pelo de fusilado. Ahí seguían los dos, en capilla o en fresquera, mientras la memoria seguía siendo democrática y Sánchez seguía siendo el liberador del franquismo. Quizá la memoria democrática también tiene una larga cola, una cola como la de Medinaceli pero a la inversa, la misma cola que tiene Sánchez, como un papa, para repartir bendiciones y tocar cabezas así como algunos tocan música con copas de agua. O quizá es que ni lo de Franco, ni lo de José Antonio ni lo de Queipo tiene tanto que ver con la memoria sino con la oportunidad.

Sánchez va administrando su tesoro de muertos, su joyerito de muertos, como una herencia, que no tiene otra cosa que esa herencia y un par de trajes azulinos como un par de calzas de hidalgo tieso. Los muertos son valiosos, más éstos, que son como pecios o copones del fascismo. Los muertos no se pueden sacar todos a la vez, con excavadora o en magna procesión, replantarlos a todos como en un parterre de cementerio de poetas o distribuirlos por jarroncitos familiares. No se puede hacer eso porque la gente enseguida se olvida, no tanto del franquismo, de aquel fascismo de curitas con pistolón y de generalones con hisopo, sino de su vencedor, de nuestro liberador, o sea de Sánchez. El franquismo hay que revivirlo de vez en cuando en un muerto vampírico, no para que no nos olvidemos de Franco sino para que no nos olvidemos de Sánchez.

Los muertos hay que irlos graduando, dosificando, destelarañando, exhibiendo muy lenta y arqueológicamente, como se va descubriendo y desentrañando una pirámide. Si no, enseguida se acaba toda la emoción y se acaba todo el franquismo, que en realidad ya se acabó en esa tienda de abanicos con la dueña fosilizada junto al botijo con anís (el franquismo ya sólo está en las cajoneras de la Moncloa, a mano como el típex). Ahora Sánchez va a exhumar, trasladar o aventar a Primo de Rivera y a Queipo de Llano, no por cuestión de memoria ni de democracia, ni siquiera de arqueología, que en cualquier caso sería pertinente, sino por cuestión de oportunidad. Si fuera cuestión de memoria, sería más urgente recordar en Euskadi, y si fuera cuestión de democracia, sería más urgente aplicarse en Cataluña. No, más bien es que los ricos no van a cundir como creía Sánchez, que el dinero de Europa nadie sabe muy bien dónde está, y que nuestra economía es una economía de farmacia de guardia y halitosis (la ministra María Jesús Montero se ha puesto a explicar los presupuestos con pastillas Ricola y Juanola, y ha sido como cuando los niños ponen a pelear a un vaquero contra un dinosaurio). Pero los muertos nunca fallan y Félix Bolaños siempre tiene preparado su traje de funerario del Oeste y su cara de López Vázquez dando la cabezada.

De que Primo de Rivera y Queipo de Llano siguieran donde están, bajo crucifijos de alcoba, plumón de ángel, Vírgenes generalas y engolados curitas alopécicos, no se quejó mucho la Iglesia, ni esos sentimentales hermanos macarenos, siempre con lágrimas de puñalito de nácar a punto de brotar. Pero tampoco se ha quejado demasiado Sánchez. No, al menos, hasta que le ha hecho falta un muerto que echarse a la boca y a las encuestas. Después de estos muertos de mojama, eso sí, parece que en la alacena o en el cofrecito sólo le quedan hormigas o botones.

Ahora Sánchez va a exhumar a José Antonio Primo de Rivera y a Queipo de Llano, o más bien los va a trasplantar, sacando al aire su raíz honda y húmeda de sangre e historia, como mandrágoras. El día que se acaben los muertos, como cuando se acabe el dinero de los ricos y el dinero de Europa, el día que se acaben las monedas enterradas de los muertos y las monedas de oro de muela de los demás, no sé qué hará Sánchez. Sánchez parece que gobierna con un detector de metales, que lo mismo se encuentra una momia de la guerra, con su hebilla de soldado o su cruz de monaguillo brillando entre el esqueleto como un escarabajo egipcio, que se encuentra un mechero de oro de los señores de los puros, como una pistola de oro de un criminal muy poco discreto. Con eso Sánchez hace política, hace economía o hace una colección de buscador de playa, heterogénea y grimosa, entre el tesoro, el fetiche, la basura, el exvoto y la acusación.

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