Un año más, como en un cansino ‘déjà vu’, han vuelto a repetirse los gritos y los silbidos hacia el presidente del Gobierno en el inicio de la parada militar que, como es tradición, recorre el madrileño Paseo de la Castellana con motivo de la festividad del 12 de octubre. Siempre que hay un presidente socialista hay abucheos, y esto es algo lamentable. Ocultarlo sería faltar a la verdad. Encubrirlo en errores de protocolo que, sin duda, han existido, es hilar demasiado fino en el retorcimiento de una acción, coordinada por el sector de la opinión y de los medios más conservadores de este país, en la que todo vale con tal de derribar al actual inquilino de La Moncloa y a su gobierno.
Ocurrió en 2021 y ha vuelto a ocurrir el pasado miércoles 12 de octubre. Vaya por delante que siempre me ha parecido impresentable, y una ‘catetada’, silbar o increpar a la máxima autoridad del Estado después del Rey. Más aún el hacerlo en una fecha tan señalada como es el día de la Fiesta Nacional.
El día de la Hispanidad está concebido como una jornada en la que el protagonismo absoluto debe corresponder a la nación española, la más antigua de Europa, de la que se enorgullecen todos sus nacionales y cuantos habitan en ella. Otras cosas forman parte del politiqueo más barato y pueril en el que, sin embargo, nos vemos envueltos casi a diario, fruto de la crispación creciente que vive este país. Se puede ser patriota sin necesidad de conducirse de un modo tan radical y paleto. Mucho me temo que, buena parte de esa gente, de los que protestaban el miércoles tan ruidosamente, pertenecen a ese rancio estrato social que cree que la patria, el himno, la bandera y la propia Hispanidad son únicamente suyos, y no del conjunto de los españoles, piensen como piensen y voten lo que voten.
Errores de protocolo. No voy a caer, en exceso, en la tentación de buscar o hurgar en la intrahistoria de lo que ha sido un error de protocolo, tal y como ha reconocido el propio líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo, pero esto último sí que merece ser explicado.
Que el protocolo es fundamental es una evidencia. Que se estudia al milímetro, en este caso al segundo, es algo en lo que todos estamos de acuerdo. Los expertos lo sabemos bien. No quiero, en absoluto, quitarle importancia a un error, clarísimo, que sin duda es producto de una disfunción entre los servicios correspondientes de La Moncloa y de la Casa Real. Tal vez una agenda mal programada o un cronograma no suficientemente diseñado… ¡al segundo! Y perfectamente engranado entre el Rey don Felipe VI y el presidente del Gobierno. Atascos no hubo en Madrid, como cualquiera puede imaginarse. Dicho todo lo anterior, que las aperturas de los distintos informativos de radio y televisión y que páginas enteras de prensa, de papel y digital, lleven ya días dándole vueltas a este engorroso asunto es muy triste.
Parte de los que protestaban tan ruidosamente, pertenecen a ese rancio estrato social que cree que la patria, el himno, la bandera y la Hispanidad son únicamente suyos
Apologetas del ‘cuánto peor, mejor’. ¡Me hacen gracia los que aseguran que en ningún país del mundo se hace esperar al jefe del Estado! Baste recordar ejemplos como el de la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, de la que se ha recordado en estos dos últimos días que también hizo esperar a los Reyes de España. Los que dan pábulo a una supuesta intencionalidad de los servicios de protocolo del Palacio de La Moncloa a la hora de ‘diseñar’ un calculado retraso de uno o dos minutos del presidente del Gobierno para evitar los abucheos deberían pensar en que, si fueran tan maquiavélicos como algunos medios conservadores tratan de dar a entender, habrían previsto también que, generando una polémica de esta dimensión, a lo único que habrían contribuido es a hacer más gruesa ‘la bola’ de la escandalera que se ha organizado en España. ¡Cómo si no tuviéramos problemas más acuciantes que un simple retardo de un minuto en la caravana presidencial!
Se ha llegado a conjeturar, en el colmo del retorcimiento, sobre sí el ‘speaker’ del acto, no había anunciado la llegada de Pedro Sánchez para evitar así, o diluir, el momento de más algarabía en las protestas, como se venía comprobando en anteriores ediciones. La verdad es que la llegada fue tan precipitada que el ‘relator’ no tuvo tiempo de anunciar al jefe del Ejecutivo. La explicación es válida también para los que han denunciado que no hubo un saludo previo, como es preceptivo, a la ministra de Defensa, a la presidenta de la Comunidad de Madrid, al alcalde de la capital y al JEME, como máximo responsable del Ejército.
No fue el único error de protocolo; hubo alguno más, subrayado con fruición por los medios más antigubernamentales, como el hecho de que el jefe del Ejecutivo abandonara también el Palacio Real, en la recepción posterior, instantes antes que el jefe del Estado. Insisto en que cualquier argumento parece válido para cuestionar al gobierno de coalición… aunque el cuestionamiento, como es el caso, se produzca incluso ‘ad hominem’, algo bastante poco constructivo en aras al respeto a una democracia moderna y a un Estado de Derecho consolidado como debería ser el que se mantiene en España desde la muerte del dictador Francisco Franco.
Más cintura, más capacidad para acuerdos y menos crispación. Cuando la sociedad española tiene planteados retos tan importantes en materia social, económica, con un otoño-invierno que se prevé especialmente duro, e institucional, con un Consejo General del Poder Judicial increíblemente bloqueado desde hace años, el día de la Fiesta Nacional debería haber sido aprovechado por todos los actores políticos, por todos, como un privilegiado punto de encuentro para aunar voluntades, recuperar ese consenso del que tan necesitado está la política española, y destensar el brutal nivel de crispación al que nos hemos visto abocados, especialmente desde la primavera de 2020, en la que se desató una terrible pandemia que tanto se ha llevado por delante, además de decenas de vidas humanas.
Mucho me temo que, en esto, y lo digo como buen italiano que siempre repite que en mi tierra todos nacemos con un ‘manual de negociación’ bajo el pañal, los españoles aún deben aprender a desarrollar una empatía social, una flexibilidad y una ‘cintura’ política que aún, desgraciadamente, no se ha logrado en España.
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