Al profesor de violín barroco del Conservatorio de Castellón lo han despedido por no tener el título de valenciano, valenciano barroco supone uno, o valenciano violinístico quizá. En cualquier caso, el valenciano contrapuntístico y churrigueresco que hará falta para tocar el violín con el beneplácito de algún Bach valenciano de consejería. El profesor, el madrileño Ángel Sampedro, que yo creo que ya nació barroco como un querubín o una menina, es uno de estos pioneros o puristas de la música barroca y antigua aquí en España, místicos del sonido desromantizado y desvibratizado y amantes de la cuerda de tripa como un cabello de una musa. Pero ni su currículo, que viene de capillas de Flandes y orquestas luisinas, ni tampoco su pinta, que viene directamente de algún ventanuco de Rembrandt, sirven en aquel conservatorio donde el violín, antes que barroco y antes que violín, es valenciano como una traca. O sea, que admitirían antes a un violinista de paelleras que a un violinista del barroco madrileño, que es un barroco pobre y digno como parece este profesor algo velazqueño.
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