Britaly es la original forma que el prestigioso semanario británico The Economist ha encontrado en su última portada para nombrar la crisis abierta en Reino Unido tras la renuncia al cargo de primera ministra, de la efímera Liz Truss, más efímera que una lechuga. El término Britaly, que sin duda pasará a la historia política, es tremendamente gráfico porque acerca la evolución de los acontecimientos políticos del Reino Unido a las sucesivas crisis de gobierno que lleva viviendo mi país, Italia, desde el nacimiento de la Primera República. Un juego de tronos, el del partido Tory, a la busca de un nuevo líder que se abre entre el caos que parece haberse apoderado de la vida pública británica.

Hace algo más de tres años, el partido conservador británico, aún en el poder, aplastaba en las urnas a los laboristas, liderados en aquel ya histórico 13 de diciembre de 2019 por Jeremy Corbyn, que obtuvo el peor resultado para su formación en 80 años. Boris Johnson, en cambio, cosechaba el mayor éxito de los tories desde la época de la 'Dama de Hierro', Margaret Thatcher.

Se creía -qué efímera y líquida es la política moderna- que aquel arrollador triunfo del histriónico y pelirrojo líder iba a despejar definitivamente el futuro de Gran Bretaña durante muchos años, y por supuesto, que iluminaría el túnel por el que debía transitar aquel país hacia el Brexit, tremendamente incierto entonces.

La niebla de Londres se asemeja a la de Roma

Hoy, las aguas políticas que corren por el Támesis bajo el puente de Londres se parecen más a las del romano Tíber, que discurre por la capital italiana. La tradicional estabilidad, de la que tanto han presumido históricamente los británicos, se ha convertido en una suerte de caos como el que estamos acostumbrados a vivir en el país de la bota La diferencia es que los italianos estamos muy curtidos en este tipo de convulsiones y, en ellas, encontramos cada año y medio aproximadamente -tiempo medio de duración de nuestros gobiernos- el equilibrio. Está por ver si en el Reino Unido son capaces de conseguir algo parecido. Habiendo trabajado más de 15 años en empresas inglesas, mucho me temo que no.

La estabilidad de la que tanto han presumido históricamente los británicos, se ha convertido en caos similar al que estamos acostumbrados a vivir en Italia

Desde la era de la 'Dama de Hierro', Gran Bretaña era el bastión de la permanencia, pero ésta ha saltado por los aires. Vale la pena recordar que Thatcher se mantuvo en el poder 11 años y el laborista Toni Blair lo conservó 10. Desde el verano de 2016, el Reino Unido ha tenido cuatro primeros ministros: David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Liz Truss, que se ha convertido en la peor premier en la historia del país. Europa, a todo esto, contempla el espectáculo desde la perplejidad, la preocupación y la ironía.

La traumática salida de Truss por su errático planteamiento en estas semanas de la política fiscal ha sumido a su partido en el desastre más absoluto. Las encuestas de intención de voto que menudean durante estos días anticipan que, de celebrarse ahora mismo elecciones, el Partido Laborista obtendría una mayoría absoluta que dejaría pequeña la que obtuvieron los conservadores con Johnson hace tres años y diez meses. En aquellos comicios, el controvertido Boris obtuvo un 44% de los sufragios. Los laboristas podrían llegar a obtener ahora un 55%.

Un harakiri sorprendente

No existen precedentes en la historia política reciente, ni en Gran Bretaña ni en ningún otro país europeo, de un destrozo tan brutal de la confianza ciudadana como el que han protagonizado los conservadores británicos. Desde luego, esto no es achacable a Liz Truss, o no únicamente a ella. Había que ver cómo sudaba tinta el pasado miércoles 19 de octubre en la Cámara de los Comunes la pobre y descabezada líder, a la que casi se 'comen viva' los representantes de la oposición y parte de los suyos.

La historia reciente, las últimas semanas en la vida política de una formación que tradicionalmente se consideraba un bloque firme como una roca son, sencillamente, demoledoras. La traumática salida de Boris Johnson, entre sus excentricidades, mentiras, líos amorosos y otros chanchullos, fue un ejemplo del rosario de errores que un mandatario jamás debe permitirse. Defenestrado aquel controvertido periodista devenido con los años en político, urgía encontrar un líder, o una líder, capaz de retomar con firmeza el timón del partido y del gobierno y devolver la confianza y la estabilidad, en un contexto de crisis económica e incertidumbres que habían transitado desde la catástrofe sanitaria de la pandemia a la brutalidad de la guerra en Ucrania.

Un proceso enloquecido

En su renuncia, hecha pública en la tarde del jueves frente al emblemático número 10 de Downing Street, Liz Truss, tremendamente cansada y con rostro avejentado, anunció que los conservadores elegirían un nuevo líder en la semana entrante. Y que ella permanecería en el cargo sólo durante ese tiempo.

El exministro de Finanzas, el multimillonario de origen indio Rishi Sunak, la líder conservadora de la Cámara de los Comunes y carismática exministra de Defensa, Penny Mordaunt, y sorprendentemente, el exprimer ministro Boris Johnson. Surrealista hasta el final, como es el personaje, se acaba de publicar que volvió apresuradamente a Londres, procedente del Caribe, en cuanto se enteró de la dimisión de Liz Truss. Los tories han articulado un procedimiento exprés para salvar cuanto antes este bache, de forma que el nombramiento de los candidatos a la sucesión debe quedar finalizada el lunes, y el 28 de octubre, como muy tarde, se conocerá el nombre del sucesor. 

Italia como espejo

Sea quien sea el elegido, el siguiente mirlo blanco, tendrá que conseguir, no ya resucitar, sino evitar que perezca definitivamente un partido que está herido de muerte. ¿Qué los conservadores, los tories, no desaparecerán nunca por más que arrecie la tormenta porque les contempla una larguísima trayectoria histórica? Que se miren en el espejo italiano. Nadie hubiera firmado hace algo más de tres décadas la eliminación de la escena de la Democracia Cristiana de De Gasperi, Moro o Andreotti o del Partido Socialista de Craxi, y hoy no son más que un recuerdo lejano. 

Que aprendan de la historia reciente de Europa, por su bien, y si no, que dejen paso a otros más capaces de servir a los ciudadanos.

El 10 de Downing Street lleva camino de anunciarse en Airbnb como lugar ideal para estancias exprés. El chiste circulaba […]