Yolanda Díaz parece que quiere ser Felipe González, que es como si quisiera ser Lola Flores. Díaz ha comparado su proyecto con aquel PSOE de la rosa aclavelada y el lerele, que quizá era un PSOE un poco jerezano y renegrío, como la Faraona. Lo que pasa, claro, es que Felipe y Guerra sí sabían lo que querían hacer con España, y Díaz no. Aquel PSOE que nos modernizaría como a zurriagazos tenía pensada su España casi desde la foto de la tortilla, donde por cierto no había tortilla sino, por lo que cuentan, patés y quesos que les habían regalado en Francia (ahí se veía ya una izquierda más afrancesada que castiza y más intelectual que menestral). Yo creo que la tortilla metafórica era España, esa vieja España con su hambre velazqueña y sus olivos fenicios que había que transformar en Europa y en democracia, o al menos en partitocracia. Pero Yolanda no tiene su España ni pensada ni a medio cocer, todavía no sabe qué hacer y, lo más curioso, cree que no tiene que saberlo, sino que se lo tiene que decir la propia España al oído, como una princesa con caracola o ranita. Más o menos igual está Olona, a la que quizá le falta que le hable también su mito, su mentor o su pajarito.

La reconversión industrial no se la pidió a Felipe la gente en asambleas con puestos de globos y de hacerse trenzas

A España no la iba a conocer ni la madre que la parió, según dijo Alfonso Guerra, que siempre fue un intelectual con estos momentos como de banderillero. Sin embargo, lo de Díaz más bien parece lo contrario, una España que no hay que cambiar (España, en aquellos tiempos, cambió incluso a su pesar), sino que ya está ahí, hecha, completa, perfecta, doradita, y sólo se trata de agarrarla como un pollo asado. La verdad es que la gente, en el 82 o ahora, siempre va a pedir lo mismo, o sea más, y tomarle nota como un ayudante de Santa Claus no es hacer política sino hacer dibujitos animados. No había nada de dibujitos animados en el felipismo, que fue real, pragmático y hasta cínico y sucio. La reconversión industrial no se la pidió a Felipe la gente en asambleas con puestos de globos y de hacerse trenzas. Tampoco fueron en alegre comitiva con margaritas y compotas para rogarle que nos metiera en la OTAN después de aquel “de entrada, no”. Lo de Yolanda no sólo es incompatible con aquel PSOE, sino que uno sigue pensando que es incompatible, simplemente, con la política.

Yolanda Díaz no sabe qué va a hacer con España, ni siquiera lo está pensando, que aún tiene que ir de gira, como Mr. Marshall, para que el personal le pida deseos y cosechadoras con la boina en la mano, tibias de sol y pasto (la mano y la boina). Ella habla de “un proyecto de país” precisamente cuando casi lo único que no tiene es proyecto. Lo suyo tiene nombre, tiene operarios, tiene pretensiones, tiene calendario y merchandising de vuelta ciclista, tiene hasta princesa o infantita (ella) como una competición de hípica, y lo único que no tiene es proyecto, el programa que diría el gran Julio Anguita si volviera con el carro egipcio de su planta, de su látigo y de su parla. De creerla, Díaz sería un raro caso de izquierdista sin ideología, sin dogma, sin sistema del mundo, sin libro con el que darte bibliazos, sin la idea machacona y coñazo con que nos salvará a todos. De creerla, claro.

Yolanda Díaz aún no sabe qué quiere hacer con España, pero ya sabe que quiere ser como Felipe, en realidad ya se siente como Felipe, amada y casi raptada por la España que la espera como a un torero. Yolanda, claro, ha empezado por arriba, por el mito, el mito de Felipe o el mito de ella. Uno no imagina el mito de Felipe sin sus ideas, aunque las ideas fueran de Guerra, pero en el caso de Yolanda las ideas harían imposible el mito. Con ideas, con un programa, con un norte, a Yolanda no sólo se le estropearía toda esa cabalgata del proceso de escucha, sino que estaríamos ya discutiendo o refutando esas ideas. Sin embargo, si las ideas no son suyas, sino que ella simplemente escucha el cricrí de lo que quiere España, se trataría de discutir o refutar la misma voz del pueblo, esa blasfemia. Su mito, o sea ella como voz o cántaro o pandero del pueblo, no sólo no necesita ideas, sino que requiere la ausencia de ideas.

Yolanda Díaz parecía que lo iba a inventar todo otra vez, la izquierda, el podemismo y el fular, pero lo que hace es tirar de la cretona, de los mitos de cretona como Felipe González o como el pueblo. Ella no es que quiera ser como Felipe, sino que ha empezado por decidir ser Felipe, o sea por hacerse mito del pueblo, aunque prescindiendo esta vez de historia, de bagaje, de ideología y del propio pueblo, que así es mucho más fácil. En el otro extremo también tenemos a Macarena Olona recorriendo su camino de sacralización personal y desideologización (esos viajes suyos de autodescubrimiento o purificación son su equivalente al proceso de escucha de Yolanda, aunque Olona sólo escuche glifos precolombinos y campanazos jacobeos). En los dos casos se trata de volver nuevas y un poco indianas sin haber dicho en realidad nada nuevo ni nada suyo. Yolanda Díaz, toda gracia, eco y reflejos, como esas vírgenes cantarinas y peinadoras de los villancicos, no es que quiera ser Felipe ni Lola Flores, que así juntos parecen ciertamente una pareja de tablao. Díaz, me voy dando cuenta, es una ortodoxa de la nueva izquierda, puro Laclau y puro Gramsci, o sea puro significante vacío y pura aspiración de hegemonía. Lo es incluso aunque ella no lo sepa, que seguramente es el caso (yo creo que ella piensa que está inventando la izquierda y la sandalia). Yolanda irá por las ciudades, ferias y aldeas, como un aguador o una chirigota, a escuchar a la gente o a pasear cántaros o panderos del pueblo, pero la gente no es ninguna ideología, sino una forma de llegar al poder. Y ella no tiene un partido ni una España metaforizada o cuajada en tortilla o en programa, sino que sólo se tiene a sí misma y a sus peines de plata fina. El populismo más puro y despiadado, igual a la izquierda que a la derecha, es el que ya sólo ofrece porvenir sin ideas e iconos sin historia. Yolanda Díaz y Macarena Olona no son ni las primeras ni las más auténticas, sólo se han propuesto ser más sedosas que los que lo intentaron antes.

Yolanda Díaz parece que quiere ser Felipe González, que es como si quisiera ser Lola Flores. Díaz ha comparado su proyecto con aquel PSOE de la rosa aclavelada y el lerele, que quizá era un PSOE un poco jerezano y renegrío, como la Faraona. Lo que pasa, claro, es que Felipe y Guerra sí sabían lo que querían hacer con España, y Díaz no. Aquel PSOE que nos modernizaría como a zurriagazos tenía pensada su España casi desde la foto de la tortilla, donde por cierto no había tortilla sino, por lo que cuentan, patés y quesos que les habían regalado en Francia (ahí se veía ya una izquierda más afrancesada que castiza y más intelectual que menestral). Yo creo que la tortilla metafórica era España, esa vieja España con su hambre velazqueña y sus olivos fenicios que había que transformar en Europa y en democracia, o al menos en partitocracia. Pero Yolanda no tiene su España ni pensada ni a medio cocer, todavía no sabe qué hacer y, lo más curioso, cree que no tiene que saberlo, sino que se lo tiene que decir la propia España al oído, como una princesa con caracola o ranita. Más o menos igual está Olona, a la que quizá le falta que le hable también su mito, su mentor o su pajarito.

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