La transición energética, o el proceso de abandono progresivo y gradual de algunas formas de energía mientras que en paralelo se desarrollan, implementan e integran otras para cubrir las necesidades de la sociedad, no es un concepto nuevo. La humanidad ha experimentado varias transiciones energéticas a lo largo de su historia. La domesticación del fuego facilitó la creación de herramientas gracias a procesos térmicos, y la máquina de vapor alimentó la revolución industrial. La llegada de la luz eléctrica acabó sustituyendo al queroseno, que previamente libró a las ballenas de una extinción segura por el uso intensivo de aceite de ballena para iluminar casas y ciudades.
Desde hace más de dos siglos hemos alimentado el crecimiento económico y el progreso tecnológico quemando carbón, petróleo y gas. Y en ello radica el origen de la actual situación, dominada por el cambio climático y la dependencia energética.
Renovable no es sinónimo de sostenible
La historia de la energía es como nuestro armario: no renunciamos a nuestras pertenencias sino que aumentamos nuestro fondo indumentario con nuevas adquisiciones. El petróleo no desplazó al carbón, como el gas no ha reemplazado al petróleo ni las renovables han sustituido a los combustibles fósiles. Todos se acumulan para hacer frente a una demanda cada vez más elevada. En los últimos 40 años el consumo de energía mundial se ha incrementado en un 100%, mientras que las energías renovables, principalmente en la última década, han crecido apenas un 5%. Esto significa que la producción de energía a partir de combustibles fósiles ha crecido un 95%, con el consecuente aumento en la emisiones de CO2.
La transición energética requiere una moderación de la demanda, una revolución en el uso y una remodelación del sistema energético
La transición energética se encuentra todavía en una fase incipiente. Pasar página y dejar atrás una civilización basada en las energías fósiles no solo requiere un incremento exponencial en el uso de energías renovables, sino una moderación de la demanda, una revolución en el uso y una remodelación de nuestro sistema energético. Un crecimiento exponencial se enfrenta por un lado a una limitación en la capacidad de producción de las tecnologías necesarias, y por otro a las potenciales consecuencias de una explotación masiva de de los recursos minerales necesarios para fabricar dichas soluciones tecnológicas. No queremos repetir errores del pasado en lo que se refiere al daño al medio ambiente. Ciertos juegos geopolíticos pueden poner en riesgo las transiciones energética y digital, y convertir la necesaria transición climática en una transición no sostenible.
La IA, una acelerador del cambio
En una situación de crecimiento de la población mundial, con una demanda energética creciente y un sistema de recursos finitos como es la Tierra, transitar de un sistema a otro sin plantearnos una revolución en los usos que permita una reducción eficiente de la demanda es, sin lugar a dudas, insostenible a corto, medio y largo plazo. En este sentido, la transición energética y la Inteligencia Artificial están íntimamente ligadas.
La IA permitirá una aceleración en la descentralización de la generación, produciendo más cerca de los puntos de consumo y reduciendo con ello costes y pérdidas. A través de la predicción en la generación y en el consumo, podrán optimizarse los procesos de gestión limitando la fricción tecnológica, favoreciendo la flexibilidad y evitando picos de consumo. Por otro lado, permitirá la creación de nuevos servicios y modelos de negocio, así como una implementación más sostenible, contribuyendo a una reducción de la demanda.
De la capacidad que tengamos de gestionar la transición de forma sostenible dependerá nuestra forma de vivir mañana y nuestra relación con el medio ambiente.
Verónica Bermúdez Benito es directora de Investigación Senior en QEERI (Centro de Energía del Qatar Environment and Energy Research Institute) y experta en energías renovables
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