La sedición será equivalente al botellón, como si el levantamiento para subvertir las leyes y desobedecer las sentencias de los tribunales fuera igual que mear en los portales con gran chorro de vaca o de filigrana. Pronto, a la sedición se le unirá la malversación, o uno de sus tipos, como otra trasgresión de colegiales y de sabadete. La sedición, según el diccionario, que ya es como un libro de mosqueteros, es el “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión”. La malversación, explican los miniaturistas de la RAE, es el “delito que cometen las autoridades o funcionarios que sustraen o consienten que un tercero sustraiga caudales o efectos públicos que tienen a su cargo”. Algunos dicen que el diccionario y el Código Penal hablan con lenguaje de marinería, que contemplan delitos y maneras del siglo XIX. Pero estos delitos no se borran o se ablandan ahora porque ya no se cometan o no tengan sentido, sino precisamente para poder cometerse cuando más sentido tienen. Son delitos tan actuales que su desaparición les parece urgente, sustancial y festiva.
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