La sedición será equivalente al botellón, como si el levantamiento para subvertir las leyes y desobedecer las sentencias de los tribunales fuera igual que mear en los portales con gran chorro de vaca o de filigrana. Pronto, a la sedición se le unirá la malversación, o uno de sus tipos, como otra trasgresión de colegiales y de sabadete. La sedición, según el diccionario, que ya es como un libro de mosqueteros, es el “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión”. La malversación, explican los miniaturistas de la RAE, es el “delito que cometen las autoridades o funcionarios que sustraen o consienten que un tercero sustraiga caudales o efectos públicos que tienen a su cargo”. Algunos dicen que el diccionario y el Código Penal hablan con lenguaje de marinería, que contemplan delitos y maneras del siglo XIX. Pero estos delitos no se borran o se ablandan ahora porque ya no se cometan o no tengan sentido, sino precisamente para poder cometerse cuando más sentido tienen. Son delitos tan actuales que su desaparición les parece urgente, sustancial y festiva.
El Código Penal no se está cambiando a capricho de un mero gobernante asultanado, voluble y camastrón, sino que se está cambiando a capricho de los propios delincuentes. Ni en las islas gobernadas por piratas pasó lo que está pasando con Sánchez, que los delincuentes decidan sus penas y que el orden dependa de los que quieren destruir el propio orden. En este caso, los delincuentes no sólo serían los indepes, tristes y sorprendidos al ver que el Estado de derecho no les permite hacer lo que les parecía natural, conveniente y provechoso, sino, por ejemplo, también el expresidente andaluz José Antonio Griñán, triste y sorprendido exactamente por lo mismo.
Sánchez, los indepes y el ultraizquierdismo iliberal están barriendo o purificando el Código Penal de trabas, como están intentando barrer y purificar de trabas todo el país
Ya ven ustedes que nuestro diccionario de gótico y facistol aclara que la malversación se da tanto por sustraer esos fondos públicos como por consentir que otro los sustraiga, que al fin y al cabo ese bien público se ha perdido ahí entre uno mismo, el colega, el partido o la ideología. La idea de que mangar para el partido, para la causa o para la famiglia debe tener penas más leves que mangar para uno no sólo supone ignorar toda la arquitectura mafiosa, que incluye esa pomposa cavalleria rusticana que aún pretenden exhibir Griñán o Junqueras. No, también supone que, de nuevo, el mismo delincuente, los indepes con todo lo público arrebatado para su cruzada o el PSOE de viejos caciques de duro de plata en la mano, se conceden a sí mismos la facilidad o la impunidad para delinquir, para mantener el sistema, la mafia y la caballerosidad del favor, de la omertá y de la escopeta de chimenea.
Sánchez, los indepes y el ultraizquierdismo iliberal están barriendo o purificando el Código Penal de trabas, como están intentando barrer y purificar de trabas todo el país. Pero el objetivo no es llevarse a casa un Miró amoscado para el váter amoscado, como aquel Juan Antonio Roca hortera de la operación Malaya. Ni siquiera es mantenerse en el poder como los socialistas andaluces con su cajón de duros, mendrugos y castañas para el pobre, o sea mantenerse en el poder de una manera meramente acomodada, conservadora y hasta mezquina. Con la sedición dulcificada será mucho más fácil atreverse a abolir las leyes o la propia Constitución desde balconcillos de traca o desde entierros de la sardina del pueblo o de la raza. Con la malversación dulcificada, además, nada impedirá que se usen los recursos públicos para ese fin. Con estos dos regalos unidos, la sedición barata y la malversación barata, se tienen las herramientas para una subversión poderosa y total. Y no sólo de los indepes, sino que lo podría intentar igual esa izquierda que considera que llenar las calles de guiñoles es más democrático que el voto y el derecho. O el propio Sánchez, quién sabe. No se trata ya de la corrupción política, pues, sino de la corrupción de la democracia.
La sedición es una travesura, la malversación una distracción, y a todo esto, que es una invitación al caos, a la rapiña, a la desestabilización y a la muerte del orden constitucional, Sánchez lo llama “desinflamar”. ¿Qué harán los indepes adánicos y los revolucionarios cartoneros con estas dos poderosas y blandas herramientas, sino desinflamarse? Lo que se hizo antes aun con la incertidumbre, y lo que se prometió que se haría otra vez, luego, ya con el castigo, no se hará sin embargo ahora, con la alfombra puesta y el embozo calentito, sino que sin duda todo se desinflamará. O sea, que la desinflamación es dar todas las facilidades y todos los pertrechos para que puedan hacer algo que ya aseguraron que harían antes de todas esas facilidades y esos pertrechos, pero que ahora no harán. Esa parece ser la lógica, muy sanchista, de la situación.
No, no se trata de homologar nada, que en Alemania los indepes santurrones o errabundos podrían estar con la perpetua, sin más esperanza que cavar con el cepillo de dientes, por alterar el orden constitucional e intentar la secesión. Ni se trata de adecuarse a los tiempos, como si se jubilaran leyes sobre la capa embozada, el espadín o los duelos. Con la sedición y la malversación equiparadas al grafiti o al escupitajo, toda la democracia podría demolerse por insistencia, por desconchaduras. Y no tiene que ser la insistencia de los nacionalismos, podría ser la de Sánchez, el más obstinado de todos en acabar con el Estado.
La sedición será equivalente al botellón, como si el levantamiento para subvertir las leyes y desobedecer las sentencias de los tribunales fuera igual que mear en los portales con gran chorro de vaca o de filigrana. Pronto, a la sedición se le unirá la malversación, o uno de sus tipos, como otra trasgresión de colegiales y de sabadete. La sedición, según el diccionario, que ya es como un libro de mosqueteros, es el “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión”. La malversación, explican los miniaturistas de la RAE, es el “delito que cometen las autoridades o funcionarios que sustraen o consienten que un tercero sustraiga caudales o efectos públicos que tienen a su cargo”. Algunos dicen que el diccionario y el Código Penal hablan con lenguaje de marinería, que contemplan delitos y maneras del siglo XIX. Pero estos delitos no se borran o se ablandan ahora porque ya no se cometan o no tengan sentido, sino precisamente para poder cometerse cuando más sentido tienen. Son delitos tan actuales que su desaparición les parece urgente, sustancial y festiva.
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