Algunos condenados por agresión sexual han visto reducidas sus penas gracias a la ley Montero, la del ‘sólo sí es sí’, así que la ministra de la sororidad, de la Amazonia y de las mujeres quizá autodeterminadas pero siempre frágiles está enrabietada y confusa. Esa ley suya era sobre todo retórica, reverberante, más ejemplarizante en verso que en sustancia, o sea que era más importante ponerle al delito otro nombre más sonoro, o meter toda la ley en una pegatina, que hacer que los tipos y las penas fueran coherentes y proporcionados. Como un juez no puede condenar ni absolver a pancartazos, ni con batucadas, y la ley estaba hecha pensando sólo en la rima, ahora hay unas penas mínimas o máximas que han cambiado o bailado y que los reos empiezan a reclamar. Montero culpa a los jueces por no saltarse su propia ley para darle gusto a su eslogan, ya ven, pero a mí esto me deja una esperanza: lo mismo la reforma de la sedición y la malversación acaba dándose la vuelta o disolviéndose igual, por la mala literatura de la ley o por la propia costumbre sanchista.

El Gobierno hace leyes inversas a ellas mismas sin querer, o queriendo, o no sabe lo que hace porque sus leyes las redactan publicistas de flyer o negociadores que han terminado metiendo en sus acuerdos de mil ideologías y mil tribus unas contradicciones, frikadas y morcillas que luego el papel no aguanta (aunque Sánchez sí, que él lo aguanta todo con su hermoso cuerpo de arbotante, como un Atlas de globo terráqueo de despacho de médico). La ley Montero o las leyes Montero se reducen a una muletilla o una apócope, y luego rellenar todo el volumen de la ley con sus cosas leguleyas, formales y como farmacéuticas es algo que se hace ya sin ganas, sin fuerzas, sin convicción o sin conocimiento, y quedan llenas de agujeros y mermelada. La ley del “sí, sí, sí” tuvo que dar muchas vueltas no ya para ser efectiva, sino simplemente para que pudiera llamarse ley y no pintada en las tetas o monólogo de la vagina. Y la ley Trans todavía está perdida por ahí donde el sexo de los ángeles, entre la teología y los dobladillos. O sea, que a saber cómo pueden acabar la sedición y la malversación.

El Gobierno entero, por turnos como un cuerpo de ballet, está sacando el asunto de la malversación como se saca a la bailarina a hacer la peonza

Después de la sedición borrada del Código Penal y del pecado, como una reconstrucción de virginidad, el Gobierno nos va preparando y endulzando la malversación venial, la malversacioncilla piadosa, la malversación que te hace quedar como un héroe en borriquito, como los indepes, o la malversación que te hace quedar como todo un señor, como Griñán, que parece un santo de la malversación como un santo patrón de los pescadores o los barberos. El Gobierno entero, por turnos como un cuerpo de ballet, está sacando el asunto de la malversación como se saca a la bailarina a hacer la peonza. Salen a explicarnos los matices, las diferencias y la necesidad de la cosa, pero tampoco hay mucho que explicar porque la necesidad de Sánchez lo explica todo. Así que uno en lo que piensa, más bien, es en esa gran ironía de que el problema del sanchismo por concretarse en la realidad es lo único que nos puede salvar.

Sale Félix Bolaños, con su cosa de pregonero de trompetilla sobrino del alcalde, y dice que “estudiarán en profundidad” la reforma de la malversación, que es normal que un Gobierno estudie en profundidad legislar lo que los delincuentes propongan para su propio delito. Pero yo, ya digo, lo que pienso es que la única posibilidad contra las barbaridades sanchistas es la propia volubilidad sanchista. Sale incluso Margarita Robles, que es como la notaria del Gobierno, a darle convicción y seriedad a estas excusas, a intentar convencernos de que malversar con lucro personal no puede ser lo mismo que malversar sin lucro personal. Yo pienso en el malversador que se lleva calderilla, pelucos y bonos de spa para la saca, y luego en ese otro malversador que consigue que cientos de millones se repartan en la corte de su partido, y desde luego no es lo mismo, aunque la gravedad me sale al revés que a la ministra coronela. Y vuelvo a eso que decía yo ayer de la construcción y la intención mafiosa que supone este tipo de malversación de capo providente, generoso y apelusado como un abuelo. Pero luego lo que pienso es que aún queda la posibilidad de que todo esto se evapore, o se dé la vuelta, o se olvide con algún otro apocalipsis, alguna otra necesidad de Sánchez, alguna otra cumbre internacional (la camisa de Sánchez en Bali puede hacer olvidar cualquier cosa, como una espiral de hipnotizador).

La ley Montero, las leyes Montero, le salen al revés o no llegan a salir porque la intención no es hacer una ley sino un manifiesto, incluso sustituir las leyes por los manifiestos y a los jueces por manifestantes. Ahora, el ministerio de Igualdad llama machistas a los jueces que no tienen más remedio que aplicar esa ley que seguramente ha olvidado Montero, ley de la que sólo tiene flashes de palabras en una servilleta y algún juramento sobre sangre menstrual. Ahora el Gobierno puede que corrija la ley, que corrija a Montero, que se corrija a sí mismo, que es lo que sabe hacer mejor, eso que se está convirtiendo en la última esperanza no de Sánchez sino del Estado.

Lo mismo estamos aquí preocupándonos tontamente por lo de la sedición y la malversación, que puede ser sólo otro juramento de taberna u otro error, olvido o vuelco futuro de Sánchez, algo que puede terminar al revés no como concepto moral sino como inercia sanchista. Pero no deja de ser triste esta ironía, esto de que, más que una moción de censura de Feijóo, que vuelve a tener miedo a salir de su jersey, o más que un sopapo electoral o una conjura del PSOE de baronía y porrón, la posibilidad más esperanzadora y real es que estas leyes felonas de Sánchez se queden donde el resto de promesas de Sánchez, contradicciones de Sánchez y embustes de Sánchez. O sea, comidos por el perro comedeberes de la Moncloa, enganchados en las claraboyas, doseles o picos de su dormitorio tapizado de hueveras, desaparecidos en el hondo, puro y quizá por una vez deseable cinismo sanchista, con fondo infinito y lujurioso de espejo. 

Algunos condenados por agresión sexual han visto reducidas sus penas gracias a la ley Montero, la del ‘sólo sí es sí’, así que la ministra de la sororidad, de la Amazonia y de las mujeres quizá autodeterminadas pero siempre frágiles está enrabietada y confusa. Esa ley suya era sobre todo retórica, reverberante, más ejemplarizante en verso que en sustancia, o sea que era más importante ponerle al delito otro nombre más sonoro, o meter toda la ley en una pegatina, que hacer que los tipos y las penas fueran coherentes y proporcionados. Como un juez no puede condenar ni absolver a pancartazos, ni con batucadas, y la ley estaba hecha pensando sólo en la rima, ahora hay unas penas mínimas o máximas que han cambiado o bailado y que los reos empiezan a reclamar. Montero culpa a los jueces por no saltarse su propia ley para darle gusto a su eslogan, ya ven, pero a mí esto me deja una esperanza: lo mismo la reforma de la sedición y la malversación acaba dándose la vuelta o disolviéndose igual, por la mala literatura de la ley o por la propia costumbre sanchista.

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