El Mundial, ese grandioso evento futbolístico tan esperado por millones de personas en todo el mundo durante cuatro años, por fin ha llegado. ¿Por fin? Para muchos otros, que también somos millones, esta edición no va a merecer ni un minuto de nuestra atención. Las excepcionales circunstancias que han rodeado el proceso que ha conducido a celebrarlo en un país tan atípico como Qatar, en unas fechas tan inhabituales como lo son las semanas previas a la Navidad, y las características de este emirato, desarrollado en términos económicos pero sumido en el subdesarrollo político y social más absoluto, le han hecho acreedor de un desprecio generalizado y global.
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