El Mundial, ese grandioso evento futbolístico tan esperado por millones de personas en todo el mundo durante cuatro años, por fin ha llegado. ¿Por fin? Para muchos otros, que también somos millones, esta edición no va a merecer ni un minuto de nuestra atención. Las excepcionales circunstancias que han rodeado el proceso que ha conducido a celebrarlo en un país tan atípico como Qatar, en unas fechas tan inhabituales como lo son las semanas previas a la Navidad, y las características de este emirato, desarrollado en términos económicos pero sumido en el subdesarrollo político y social más absoluto, le han hecho acreedor de un desprecio generalizado y global.
Catar es un emirato que, al igual que otros de su entorno, se mantiene como un territorio franco en cuanto al respeto de la democracia y a la salvaguarda de los Derechos Humanos y de los derechos de las mujeres o de colectivos como el LGTBi. Hablamos de países en los que se encarcela o se condena a la pena capital a los homosexuales por el mero hecho de serlo y en los que las mujeres son obligadas a una estricta y degradante sumisión al varón. Estados en los que otros derechos, como los laborales, por ejemplo, no pasan de ser un mal chiste. No es menor el hecho de que durante los meses previos a la celebración de este campeonato mundial miles de trabajadores hayan muerto en las obras acometidas para acomodar los estadios y las infraestructuras a las exigencias propias del evento.
¡Este maldito mundial no debería haberse organizado jamás en Qatar!
Lo que vamos a presenciar en los próximos días no es más que el fruto de un gigantesco conglomerado de corrupción y de intereses que dominan el fútbol mundial desde hace décadas. Los cataríes ‘se han comprado’ un mundial y tienen muy claro que imponen sus reglas. A costa de todo y de todos. Lo que ya hemos visto y lo que vamos a vivir no son más que las aberrantes consecuencias de ello. Lo demuestran hasta en aspectos tan absurdos como el desarrollo del trabajo de los informadores, periodistas de todo el mundo que se han desplazado allí para informar del evento. No se pueden grabar imágenes o realizar entrevistas a los astros del balón a las puertas de los hoteles, algo corriente en Europa ni otras muchas prácticas que en cualquier país occidental son cotidianas. En Qatar, como el en resto de las monarquías y emiratos del golfo, lo que no está prohibido, directamente, está normativizado hasta extremos increíbles.
He utilizado el término corrupción en el mundo del fútbol cuando tal vez debería haberme referido a una corrupción mucho más generalizada y que afecta casi por completo a muchos ámbitos del mundo del deporte con carácter global, habida cuenta de los ‘chanchullos’ conocidos en el seno del Comité Olímpico Internacional en los últimos años, por poner un ejemplo. Un fétido hedor a cloaca que va a sobrevolar cada uno de los estadios, cada uno de los encuentros entre las distintas selecciones, durante las próximas tres semanas.
El silencio como única ‘respuesta’, la cobardía y mucha indiferencia… para ‘poner el cazo’
En este punto, confieso que me habría gustado que algún gran club de los que lideran este universo futbolístico mundial -coloquen aquí el nombre de la entidad que prefieran- se hubiera manifestado o hubiera alzado su voz, siquiera a nivel testimonial, contra esta gran farsa de hipocresía y corrupción. ¡Aún no pierdo la esperanza de que alguno lo haga! Me valdría también que algún gobierno, de manera oficial, aún asumiendo el riesgo de perjudicar a su selección nacional, pusiera pie en pared contra unos jerarcas, políticos y deportivos, que se conducen de manera absolutamente feudal como si sus podridos petrodólares y su inmenso poder pudieran pasar por encima de todo y atropellar la dignidad o incluso la vida de miles, de millones de personas en todo el mundo que son agraviadas, directa o indirectamente, por su pútrida visión de cómo deben organizarse la vida y las relaciones humanas. En España fue reciente objeto de debate el hecho de si nuestro seleccionador, Luis Enrique, debía pronunciarse o ‘hacer un gesto’ sobre la falta de respeto a los derechos más elementales en Catar. Se le preguntó en rueda de prensa y se limitó a dar una respuesta ‘muy profesional’: él es un profesional del fútbol y su función no es hablar de política. A muchos les puede resultar ‘limpio’ el argumento… a mí me parece insuficiente.
El desprecio al colectivo LGTBi es insoportable
Leo en la prensa deportiva especializada que altos cargos de la FIFA, incluida alguna mujer, se oponen radicalmente a que se exhiban banderas LGTBi en los estadios, para no ‘politizar’ un evento deportivo. Me darían ganas de reír si no fuera para llorar porque todos sabemos que la única razón para esta estúpida imposición es la de no morder la mano de quienes les ‘untan’ convenientemente con prebendas o dinero, no se vayan a sentir ‘molestos’. Me resulta vomitivo el que hayan querido, ‘en un vano intento de nadar y guardar la ropa’, enfatizar que si un jugador de alguna selección quiere portar un brazalete de capitán con los colores arco iris no pondrían objeciones.
Mucho más valientes han sido algunos artistas y cantantes, de talla global, que se han negado a participar en esta repugnante tramoya. Quiero hacer una mención especial a dos de nuestras estrellas más universales, como Karina y Raphael, que han alzado su voz. La primera estuvo conmigo esta semana, en Cuatro al Día, denunciando la hipocresía de los que sí va a ir. Decía Karina, y con toda la razón, que los que vayan, al menos, podrían destinar el dinero a ONG en favor de las mujeres y de los Derechos Humanos. Mucho me temo que su llamamiento caerá en saco roto e incluso arrancará más de una cínica sonrisa por parte de ‘tiburones’ que creen que en esta vida todo se compra y se vende si hay dinero ‘calentito’ de por medio. Raphael también ha reconocido que él no hubiera acudido nunca, si se lo hubieran ofrecido. Nombres de la talla de Shakira o el mítico Rod Stewart también se han negado.
Algo está cambiando: futbolistas de primer nivel a punto de ‘salir del armario
Pese a quien pese, algo está cambiando, también en un mundo tan entreverado de intereses políticos y económicos mezclados con la más rancia hipocresía como es el del fútbol. He leído hace menos de una semana en un diario británico, The Sun, que dos conocidos jugadores de la ‘premier’ estaban a punto de hacer pública su homosexualidad y a oficializar su relación.
Llevo años reclamando que, al igual que ha ido ocurriendo en otros deportes, los futbolistas de alto nivel que no han salido del armario, que me consta que no son pocos, se atrevan a hacerlo y den un paso al frente. Felizmente, creo que queda ya muy poco para ello. El mundo será un poco mejor cuando esto ocurra y daremos un paso más en el afianzamiento de derechos que son ya imparables e irrenunciables, porque han costado siglos de lucha, de sangre, de sudor y de lágrimas.
José Luis Gayá se perderá el Mundial de Qatar 2022. El lateral izquierdo del Valencia CF causa baja en la […]El Mundial, ese grandioso evento futbolístico tan esperado por millones de personas en todo el mundo durante cuatro años, por fin ha llegado. ¿Por fin? Para muchos otros, que también somos millones, esta edición no va a merecer ni un minuto de nuestra atención. Las excepcionales circunstancias que han rodeado el proceso que ha conducido a celebrarlo en un país tan atípico como Qatar, en unas fechas tan inhabituales como lo son las semanas previas a la Navidad, y las características de este emirato, desarrollado en términos económicos pero sumido en el subdesarrollo político y social más absoluto, le han hecho acreedor de un desprecio generalizado y global.