Lo creamos o no, EEUU no siempre fue una potencia global y sus gobiernos no siempre estuvieron interesados en intervenir en guerras a lo largo y ancho del planeta. Y atención, porque estoy usando la palabra “guerras”, la terrible e injusta diplomacia de cañoneras o el “Shores of Tripoli” que cantan los Marines de EE.UU. difícilmente se podrían calificar como tales.
Desde su nacimiento y hasta la Guerra hispano-americana, EE.UU. tan solo se vio envuelto en dos guerras contra sus iguales, la de 1812 contra Reino Unido, de la cual su orgullo nacional salió muy mal parado y la de 1848-49 contra México, que sirvió para salvar su maltrecho ego de potencia naciente y para afianzar a las élites sureñas de cara a la cruenta Guerra Civil (1861-65).
A pesar de como deje nuestro ego patrio, la Guerra de 1898 no fue ni mucho menos una guerra entre iguales, España estaba inmersa en una guerra de guerrillas en Cuba, donde estaban ausentes las más elementales nociones de higiene y sanidad y donde la fiebre amarilla y otras enfermedades se cobraron hasta 9 de cada 10 bajas españolas.
Además, EE.UU. tenía su base industrial y humana al lado de la isla, mientras que los “rayaditos” españoles debían cruzar el Atlántico siempre que no tuviesen las 10.000 pesetas para evitar morir por Cuba española. Muchos errores de mando después y ante un ejército español que pese a haber sufrido un cruento bloqueo peleó francamente bien, EE.UU. ganaba su primera guerra frente a una potencia mundial.
Era una verdadera guerra y el público estadounidense no estaba por la labor de soportar estas cifras en un futuro
Con la convicción de que los “malditos hunos” que hundían barcos indiscriminadamente en el Atlántico y ante el telegrama Zimmermann que presuponía que un México revanchista iba a acudir en auxilio del Káiser, México que nunca recibió el telegrama, pero que difícilmente habría podido invadir a EE.UU. por cuestiones internas, EE.UU. partió a la carga pensando que Verdún era la Loma de San Juan.
El Ejército de EE.UU., numeroso, pero mal pertrechado para la IGM, desde falta de cascos de acero hasta nula experiencia en trincheras y artillería, fue crucial en la victoria aliada. No obstante, en los 11 meses de combate efectivo, EE.UU. sufrió unas 116.000 bajas, resultando una brutal sangría de 10.000 americanos por mes, esto ya era una verdadera guerra y el público estadounidense no estaba por la labor de soportar estas cifras en un futuro.
Aquí es donde nace el aislacionismo de EE.UU. Es un sentimiento incluso más fuerte que su equivalente europeo puesto que todo eso pasaba “over there”, mientras que, por una “pequeña y espléndida guerra” en la que solo hacía falta gritar “Remember the Main and to hell with Spain” EE.UU. había ganado el control de facto sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas. En este caso, el público de EEUU tuvo la impresión de no haber ganado nada por interponerse en una lucha entre europeos y el haber perdido mucho.
Gente como el héroe-piloto Charles Lindbergh se hizo abanderado de esa idea de que EE.UU. no debía intervenir más, pero atención, no debía intervenir más en Europa y en Asia y no debía hacerlo debido a los costes humanos que eso suponía. Ante el final de los “Felices Veinte” y el hundimiento de la bolsa en 1929, esta opción tuvo pocos contrincantes en EEUU.
Todo ello, hasta que llegó Franklin D. Roosevelt a quien, si se me permite decirlo, considero el mejor presidente de la historia de los EE.UU., no solo por conformarse con el consejo que un jefe nativo-americano dio a Anuar el Sadat y que considero la mejor lección de diplomacia posible “Sé que tu tribu, la tribu de los Árabes, está enfadada contigo porque has fumado la pipa de la paz con la tribu de los Israelíes, pero ser un jefe no supone hacer lo fácil, sino hacer lo correcto” sino por encaminar a EE.UU. de vuelta al intervencionismo.
Roosevelt tomó a un Estado fracturado, empobrecido, desilusionado y con un ejército del tamaño de Yugoslavia y lo transformó en una potencia mundial
Sin los destructores y el armamento que EE.UU. envío a Gran Bretaña en su “Finest Hour” existía una posibilidad mayor que cero de que la isla cayese en manos de los nazis, sin los Tigres Voladores y el apoyo al gobierno nacionalista chino ¿Cuántas violaciones de Nanking habríamos visto? Sin el programa de Préstamo y Arriendo prácticamente gratuito para la URSS ¿Habría aguantado la URSS, habría avanzado a la velocidad necesaria? Roosevelt tomó a un Estado fracturado, empobrecido, desilusionado y con un ejército del tamaño de Yugoslavia y lo transformó en una potencia mundial capaz de luchar y vencer en dos frentes.
Se pueden criticar muchos excesos de EE.UU., se pueden encontrar horribles episodios de crímenes de guerra en intervenciones cuestionables, se puede apuntar a la carnicería que fue Vietnam y a como los reclutas de EE.UU. eran enviados prácticamente como los mobik rusos, pero nunca se puede negar que EE.UU. fue un pilar de la libertad de gran parte de Europa, de la supervivencia del pueblo judío y de la defensa de nuestro continente cuyos costes aún somos reacios a asumir.
Y esa es la lección que el pueblo estadounidense necesita recuperar hoy, ser un jefe significa hacer lo correcto por encima de lo fácil y lo correcto es desbaratar a quien quiere convertir a Europa en un valle de lágrimas.
Retomo las palabras del líder de quien dos veces fue el mayor enemigo de EE.UU. y que resumen a la perfección el momento que estamos viviendo y porque el “arsenal de la democracia no puede permanecer impasible”. “Victory at all costs, victory in spite of all terror, victory however long and hard the road may be; for without victory, there is no survival”.
Victor Vasilescu es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas, máster en Relaciones Internacionales-Estudios Africanos.
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