El capitán de la selección inglesa, Harry Kane, había mostrado su deseo de lucir el brazalete con la leyenda One Love, en apoyo al colectivo LGTBI, durante el mundial de Qatar, pero ayer jugó el partido contra Irán sin el símbolo contra la la discriminación sexual. Ser gay en Qatar es delito. Tampoco se respetan los derechos de las mujeres y, por supuesto, no hay libertad de opinión ni nada que se parezca a una democracia.
La FIFA amenazó a las selecciones que habían anunciado su disposición a exhibir ese símbolo de protesta con mostrar tarjeta amarilla a los jugadores que se atrevieran a hacerlo. Nadie se saltó la prohibición. Tan sólo una periodista y ex futbolista de la BBC, Alex Scott, hizo su crónica precisamente durante el partido Inglaterra/Irán luciendo el brazalete. Por el momento, nadie le ha quitado el micrófono.
La selección de Irán, por cierto, desafió al régimen de los ayatolas no cantando el himno de su país antes del partido, en protesta por la represión que se ejerce contra los que defienden los derechos de las mujeres. Supongo que el riesgo de hacer eso es mayor que el que supone que te saquen una tarjeta amarilla.
Qatar ganó su nominación para el mundial en 2010 en medio de oscuras maniobras, como, por ejemplo, la presión del ex presidente francés Nicolás Sarkozy al entonces presidente de la UEFA, el también francés Michel Platini, para que el balón terminara cayendo en el país del Golfo. Poco después de que Sarkozy ayudara a inclinar la balanza hacia Qatar, un fondo qatarí rescataba por sorpresa al hundido PSG, que ahora preside el empresario qatarí Nasser Al-Khelaifi.
Para la FIFA este mundial es un negocio seguro, ya que ingresará por distintos conceptos 5.745 millones de euros. A cambio, Qatar pretende lavar un poco su deteriorada imagen, mostrarse al mundo como un país moderno, en el que su capital Doha brilla como una joya en el desierto, con el objetivo de atraer empresas y turistas.
La inversión que se ha hecho para modernizar el pequeño país (del tamaño de una provincia española) supera los 200.000 millones de euros. Sólo los estadios construidos para el evento (nadie sabe qué pasará con ellos cuando termine el mundial) han costado 6.600 millones. El diario The Guardian estima que desde 2010 han muerto en Qatar 6.600 emigrantes, que han trabajado en condiciones a veces infrahumanas.
Infantino se sentó en el partido inaugural junto al príncipe heredero de Arabia Saudí. En su discurso le faltó añadir: "Hoy me siento Jamal Khasogui"
Qatar, que logró la independencia hace poco más de 50 años, es el tercer país del mundo por sus reservas de gas natural y tiene una renta per cápita que es el doble de la de España. El fondo soberano qatarí mueve 450.000 millones de euros. Esa es la fuerza que le permite al emir de Qatar, Tamim bin Hamad al Thani, poner a la FIFA de rodillas.
El sábado pasado, Gianni Infantino, presidente de la FIFA se salió de madre con un discurso en el que llamó "hipócritas" a los países (europeos) que critican que en Qatar no se respeten los derechos humanos. Infantino hizo un alarde retórico: "Hoy me siendo qatarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay..." En el partido inaugural del domingo (Qatar/Ecuador), el presidente de la FIFA se sentó junto al príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman. Tendría que haber añadido en su discurso: "Hoy me siento Jamal Khasogui" (que fue el periodista asesinado en el consulado de Estambul en 2018 y de cuyo asesinato se considera instigador al príncipe).
Todo lo que sea mostrar al mundo lo que ocurre en Qatar, lo que oculta su lavado de cara, me parece bien. Hay que incomodar a los que creen que el dinero lo puede todo.
Algunos de los que manejan el negocio del fútbol cierran los ojos a lo que ocurre a su alrededor por puro interés. No porque quieran llevar el deporte a países de Oriente que practican otra religión. No. Sencillamente, es porque así se llenan los bolsillos. Lo hemos visto en España con la celebración de la supercopa en Arabia Saudí. La Federación Española hizo un buen negocio, pero, además, su presidente, Luis Rubiales, se las ingenió para que su amigo (¿y socio?) Gerard Piqué se embolsara una comisión de 24 millones de euros.
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