Sabe que ha cometido un error pero no reconoce su culpa. Ni ella ni su docena de asesores vieron venir la que se les venía encima provocando con su ley la liberación de agresores sexuales y violadores. Pero nunca reconocerá su error, igual que fue incapaz de rectificar sus palabras cuando afirmó que un menor decide con quién tener relaciones sexuales, aunque sean con un adulto. Ella no se equivoca nunca. Se sabe en el punto de mira y eso la hace más fuerte, aunque su fortaleza aparente es del todo falsa, no solo tiene dudas, sino que de puertas adentro no sabe qué hacer ni qué camino coger para salir de esta.

Culpa a su gabinete técnico de la chapuza de la ley sí es sí, el estandarte de su legislatura y el peor de sus fracasos. Uno sabe que se acerca a su despacho por los golpes que provocan la caída de objetos al suelo, los gritos y las broncas en voz alta que lanza a los suyos. A nadie le sorprende que uno de cada tres funcionarios de su Ministerio haya pedido el traslado. 

Irene Montero es una psicóloga digna de ser analizada por psicólogos. A los 15 años se afilió a las Juventudes Comunistas, muy propio de la rebeldía adolescente, pero sigue sintiéndose comunista con sus 34 años, a pesar de que esa ideología es responsable de más de 100 millones de asesinatos en la historia reciente. Se declara feminista pero el Partido Feminista de España dice de ella que “le han puesto un ministerio para darle un cargo, porque ni ha estudiado ni sabe”. Considera que el amor tradicional es “tóxico, rancio y patriarcal” pero tras coincidir con Pablo iglesias en una televisión y nacer el amor, tuiteaba como una colegiala “orgullosa de cómo nos queremos”. 

A él le debe formar una familia, ser portavoz, diputada y ministra de un ministerio que no existía y crearon por petición expresa de su pareja, exclusivamente para ella. Un gesto más propio del Emir de Qatar que de un demócrata. Aunque la peor pesadilla de Montero, digna de tratarse con profesionales, son los celos. Me aseguran varias personas de su entorno, algunos con cargo público y que la conocen bien, que es celosa con todo y con todos, lo que es consecuencia de su inseguridad y falta de confianza en sí misma.

Celosa con su pareja Pablo Iglesias a quien controlaba incluso sus secretarias cuando era vicepresidente, se encargaba de que no fuesen excesivamente atractivas quienes consiguieran el puesto. No hay gesto más machista que este para una mujer que se califica feminista. Pero también celos con Yolanda Díaz y su cambio de look de hace un año. Irene Montero nunca llevó bien que su pareja no la eligiera a ella y sí a Díaz para ser su heredera política y hoy le susurra al oído “ya te dije que te traicionaría”, como así ha sido. Pero los celos por su vestuario van más allá y cuando Díaz empezó a lucir nueva figura, nuevo peinado y ropa sofisticada, Irene Montero también cambió su look comprando vestidos de marcas como Lady Papi o Bimani, marcas de la jet set, aunque ella no las lucía contenta y se oía en el Ministerio una frase definitiva: “Es que a mí no me quedan como a ella”. Esos celos enfermizos enfriaron la relación entre los dos en más de una ocasión.

Es la inseguridad la que provoca que se rodee de amigas más que de profesionales, Pam, Isa Serra, Lidia Rubio… sabe que no le queda mucho tiempo en el Gobierno y juega sus cartas enviándole mensajes a Sánchez a través de Bolaños. El último de ellos fue para dejarle claro que quería apoyo unánime entre los ministros del PSOE, que ni uno solo la criticara por la salida de violadores a la calle, y así ha sido como prueba el lacónico comentario de la jueza y ministra de Justicia Pilar Llop que preguntada por la chapuza jurídica dijo: “Yo no estaba en el Consejo de Ministros”.

Irene Montero dejará de ser ministra y ya jamás será psicóloga, se moverá con soltura entre manifestaciones y tertulias de radio y televisión, quizá pidiendo un crowdfunding como ha hecho su pareja desde un chalet con 2.000 metros cuadrados con jardín y piscina en una urbanización de lujo en Galapagar.

Sabe que ha cometido un error pero no reconoce su culpa. Ni ella ni su docena de asesores vieron venir la que se les venía encima provocando con su ley la liberación de agresores sexuales y violadores. Pero nunca reconocerá su error, igual que fue incapaz de rectificar sus palabras cuando afirmó que un menor decide con quién tener relaciones sexuales, aunque sean con un adulto. Ella no se equivoca nunca. Se sabe en el punto de mira y eso la hace más fuerte, aunque su fortaleza aparente es del todo falsa, no solo tiene dudas, sino que de puertas adentro no sabe qué hacer ni qué camino coger para salir de esta.

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