Pedro Sánchez, el presidente de traje berenjena con presencia de estatuilla de los Óscar, ya se ha colocado él en la historia igual que en la percha o en la repisita. Un presidente del Gobierno siempre va a quedar en la historia, para bien o para mal, pero lo que ha hecho Sánchez es escribirse él mismo el capitulito. “Una de las cosas por las que pasaré a la historia…”, ha dicho. La cosa en particular, una de tantas por la que Sánchez pasará a los anales, era la exhumación de Franco, ese trabajo entre la albañilería, la numismática y la purificación de poltergeists, pero esto es lo de menos. Sánchez no está en la historia porque lo coloque, como un ministro de Gobernación, el propio Franco con su voz de cucharilla contra la tacita de café de la merienda. Sánchez está en la historia, nos venía a revelar el presidente con su frase como un badajazo, porque la historia se la escribe él o es suya. Toda la historia no es más que la novela de Sánchez, el diario de Casanova o de Pajares y Esteso que él redacta en camisola. Sánchez se pone en la historia como se pondría en su colchón de proezas y pétalos de rosa.
Sánchez es, con toda propiedad, un iluminado, aunque sólo se haya deslumbrado con el espejo
Toda la historia es sólo la novela de Sánchez, la vida de Sánchez, que él nos puede adelantar en cualquier momento por fascículos, como ha hecho ahora. Sánchez soltó la frase, o el spoiler, o la profecía (nos creíamos que el profeta con gusanera de fideos en la barba seguía siendo Pablo Iglesias, pero es Pedro Sánchez); soltó esta revelación, en fin, en un homenaje a Almudena Grandes, que manejó mucho mejor la historia y la ideología que la literatura, como suele ocurrir. Sánchez, que escribe tesis y libros de reojo, o sonámbulo, o libros que se escriben solos como un mensaje de Harry Potter, yo creo que sentía, en aquel ambiente de Goya al mejor corto documental, que podía hacer más. Más por la literatura, más por la historia y más por el antifranquismo, que es como un oficio triste de librero, que sobrevive con sus libros en una época sin libros exactamente como se sobrevive con el antifranquismo en una época sin franquismo. Sánchez, autor sólo de la vida de santo de sí mismo, escrita en realidad por una fraila de partido, aún podía hacer más, y así se reveló como autor y protagonista de toda la historia como de un Evangelio de Saramago, que imaginó el Evangelio según Jesucristo.
Sánchez no está en la historia por desenterrar a Franco como un cuchillo cartaginés, aunque sea algo heroico, digno de Escipión el Africano por lo menos. Lo de Franco, ya lo dijo el propio presidente, es sólo “una de las cosas”. Al fin y al cabo, él sólo hizo aquello guiado por “el legado de luz” del republicanismo, así que ahí está su razón histórica. Sánchez, hermosamente luciferino, ya no es sólo el presidente del Gobierno de la Gente, sino el portador de la luz, o su encarnación más reciente. Ya no es sólo el protagonista de la novela de la historia, que se puede enseguida confundir con uno de esos protagonistas de los novelones de costureras, espadachines u odaliscas que se venden tanto ahora, o con un protagonista de Pasión de gavilanes. Sánchez es, además y sobre todo, la culminación de la historia, que ha ido dando bandazos desde la Creación hasta que ha encontrado ese héroe que nos ha traído la luz, la gnosis, el verdadero conocimiento. Eso nunca puede ser modesto, sino que tiene que ser efervescente, radiante, ejemplificador, justo como es nuestro presidente. Y qué mejor lugar y momento para revelarse que ése, allí, rodeado de luz ateneísta, de inteligencia alechuzada, de frescos de musas y de Pedro Almodóvar.
Sánchez es la historia, Sánchez es la luz, y vamos a tener que levantarle ya un Templo de Salomón o al menos una ermita. Sánchez es, con toda propiedad, un iluminado, aunque sólo se haya deslumbrado con el espejo. Nada más lejos de la luz del republicanismo que la apropiación de lo público y la negación del imperio de la ley que defienden sus socios y que Sánchez consiente, facilita o practica. Nada más lejos de la luz, alegórica o real, que la mentira, el engaño, la doblez, eso de que al iluminado Sánchez aún no le hayamos encontrado una idea, una convicción, ni siquiera un estribillo que haya mantenido sin desdecirse o sin negarse. Sánchez por supuesto que pasará a la historia, pero no va a quedar para techo de ateneo ni para faro de Alejandría. Otra cosa es lo que él se escriba con pantuflas de Bridget Jones, que así puede quedar en los frisos griegos y hasta en el Evangelio de san Juan. Sánchez, presidente que cuelga cada noche en el armario su esqueleto o su alma igual que su traje berenjena, se mete en la historia como se mete en su colchón, orondo, perezoso y excitado de su propio calzoncillo.
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