Ahora ha sido Javier Lambán, presidente de Aragón, socialista que viene de los ayuntamientos de fuente de piedra, santo de piedra y verdad de piedra, el que le ha dado un sopapo a Pedro Sánchez, sopapo de piedra también. Lambán, en una mesa sobre el Estado de las autonomías donde él ponía gesto de padre resignado, melancólico y razonable, se atrevió a decir que “mejor le hubiera ido a este país” si en vez de Sánchez el secretario general del PSOE hubiera sido Javier Fernández, el ex presidente asturiano. Luego ha matizado o reculado, nada más sentir el telefonazo de la Moncloa, como un aldabonazo en el castillo de Frankenstein. Pero ahí quedó lo que dijo, con su sinceridad de padre que evoca en la mesa lo vivido y lo errado.
A los barones socialistas sólo hay que ponerles un micrófono en un cestillo, una mesa con parroquianos, un fondo de retablo o de viñedo, o una plaza donde resalte la colegiata del lugar, como una vieja dama de orfeón engalanada, y hacerlos hablar de su tierra o de su partido, y hasta el más discreto termina rajando de Sánchez. La realidad empuja a rajar de Sánchez y nadie se resiste salvo los soldados de Moncloa, que son como la tropa de un submarino, donde el motín es impensable. Los barones rajan con esa autoridad en la realidad que tiene la gente de las villas, apenas les dan un poco de cuerda o un poco de cable. Lambán no había sido el más protestón hasta ahora, pero la necesidad de rajar, como de respirar, está ahí, no en las baronías sino en el PSOE.
El sanchismo requiere una contención industrial del partido, como la contención del oxígeno en el submarino, una militaridad de la asfixia y una militaridad de la mentira, convertida casi en panel contrachapado. Para aceptar el sanchismo uno tiene que negar la evidencia, la verdad, la lógica, la moral y hasta el pasado, y eso requiere no ya disciplina sino entrega y vocación. El sanchismo es una vocación, como la de marino mercante, que puede parecer dura e incomprensible desde fuera, pero por lo visto es bastante satisfactoria para muchos. El sanchismo no es socialismo, no es una manera de ser o de conducirse el PSOE, es la vocación de ser sanchista como la de ser alpinista, hasta la irritación, hasta el absurdo, hasta la muerte con la sonrisa congelada, ese logo sanchista. En este caso, se trata de ser sanchista por encima no ya de la lógica o del límite de sumergibilidad de la mentira, sino por encima del partido y del país.
La realidad empuja a rajar de Sánchez y nadie se resiste salvo los soldados de Moncloa, que son como la tropa de un submarino, donde el motín es impensable
Para ser sanchista hay que servir, y yo creo que el socialista de toda la vida, no ya con su campanario, su sembrado o su ciudad levítica o atlante, sino con su mero socialismo, no sirve para esta militancia fanática y presurizada. Los barones no es que se rebelen, sino que no están dentro del sanchismo, se mantienen aparte, en su pequeña mandorla románica de poder, mirando de reojo como los cuadros y lanzando de vez en cuando rayos de vidriera, inevitables apenas les da la luz. El sanchismo es un fenómeno muy circunscrito al sotanillo o búnker de la Moncloa, es un monacato como de Santo Sepulcro, un enclaustramiento de fantasma de la ópera (a quien Sánchez ganaría en fantasmadas), un enterramiento gótico a los pies de Sánchez como a los pies de Annabel Lee. Yo diría que sólo el PSOE andaluz se ha vuelto auténticamente sanchista, que el socialismo andaluz se ha guiado siempre por el poder como por un cristo andaluz y, una vez perdido, se han girado otra vez hacia él desesperadamente, como hacia un cáliz. Pero el resto del partido sólo es distancia a la Moncloa.
Los barones rajan, no envalentonados por su poder sino inspirados por la distancia hasta la Moncloa, que es como la distancia hasta Xanadú, hasta el centro de un imperio implacable, feroz, kitsch, sin corazón ni ideología, que no tiene nada que ver con su socialismo ojival. Lambán, como otros, ha rajado, y ha rajado en piedra, aunque intente desdecirse, matizarse, explicarse, enredarse. Esa rectificación sólo ha llegado porque lo ha visitado un heraldo exterminador de la Moncloa, algo así como Bolaños vestido del monje albino de El código Da Vinci, aunque yo creo que el heraldo principal es la prudencia, que Sánchez no está en posición de exterminar barones ahora. Lambán matiza pero es difícil ser más directo, más contundente y más mortal de lo que lo ha sido él, borrando a Sánchez con el deseo, con un ojalá casi de gitanería, que es el mayor desprecio y la mayor maldición. Ahora ha sido Lambán el que ha rajado, pero volverán los otros, volverá todo el PSOE un día, cree uno.
Uno sigue pensando que no puede haber tantas vocaciones locas para mantener el sanchismo. En realidad, apenas es el submarino de Bolaños, con un reparto y un repertorio como de musical de marineros, y el abejeo de los ministerios. Apenas es la Moncloa aguantando la respiración, como parece aguantarla Isabel Rodríguez en esas comparecencias en la que se diría que va vestida de buzo, hablando, moviéndose, escapándose o muriéndose lentamente. Apenas es la Moncloa y unos débiles hilos más de prudencia que de poder que tiende hacia las baronías. Luego, todo el resto del PSOE es distancia, esa distancia que termina por romper el sellado de la realidad que intenta imponer, con un esfuerzo ya de ahogado, Sánchez. Claro que rajan los barones. La realidad empuja a rajar de Sánchez y nadie se resiste salvo los soldados de Moncloa, que viven y mueren como en submarinos de bañera.
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