Pedro Sánchez está desinflamando tanto Cataluña que por allí ya preparan el próximo referéndum de independencia como si fuera la tomatina, con mucha previsión alegre de gentes, viandas y sucedáneos festivos de la violencia. Está tan desinflamado el ardor indepe, sobre todo desde que Sánchez se puso el traje berenjena de regalar chuches de Willy Wonka o globos de mimo, que el independentismo ya está haciendo cálculos, listas y ramos, eligiendo fechas, tipografías y castillos, como para la boda de una heredera. 50% de participación, 55% de síes y una estimación de primos, abuelas, gorrones y entremetidos que se ajuste a la geometría sentimental tanto como a la económica y a la arquitectónica. Así van ya de avanzados los planes de la parte desinflamada, que yo creo que está ciertamente desinflamada porque en vez de centrarse en el esfuerzo y el sacrificio de una revolución ya sólo tienen que centrarse en la gracia de sus adornos florales. Luego pide García-Page que no nos tomen por tontos, cuando los tontos ya tienen su propia mesa en la celebración, como la mesa de los niños en las bodas, todo papafritismo y kétchup.

La desinflamación de Cataluña va bien, o sea que los indepes han cambiado el abotagamiento, la agonía y el estreñimiento eterno de su independencia por un alivio como de pantufla, bata y regüeldo. Hasta a Junqueras lo vemos ahora como si hubiera salido por fin de la sauna o del baño, destensado entre vapores exfoliantes, aceites descontracturantes y crucigramas relajantes, cumplido, completo y desplegado como un mapamundi. La gran pregunta de la desinflamación de Sánchez, que es una pregunta fláccida intelectual y aerostáticamente, o sea ésa de si preferimos la Cataluña de ahora o la de 2017, yo creo que hay que hacérsela a los indepes, no a ese Feijóo peregrino de radios y portadillas. Y los indepes, o sea Junqueras relajado como nunca en su batamanta de fraile, Rufián desperezado hasta abarcar por primera vez el alcance de su laca, e incluso Puigdemont, liberado de su encierro o su ridículo como un caganer con máscara de hierro en el torreón de Waterloo; todos ellos, y los demás, contestarían que sin duda prefieren esta Cataluña, la Cataluña desinflamada con referéndum lubricado.

Si ya no hay sedición por montar la republiqueta en el cafetín, si ya no hay malversación por usar recursos públicos para el referéndum en particular o para la causa en general, no ve uno qué va a impedir que haya otro 1-O

Sánchez, el otro día en Barcelona, muy cómodo dentro de esa burbuja particular de catalanismo, complejo, autoindulgencia y ceguera que es siempre el PSC, dijo que las decisiones que había tomado eran “arriesgadas” pero que “no hay otro camino”. No es cierto, no es el único camino, sólo es el camino más fácil, para Sánchez y para el independentismo, que va en tobogán lubricado con su referéndum lubricado y su Código Penal lubricado, mientras el presidente sigue en su colchón monclovita, también muy lubricado de sus perjúmenes. La cosa está tan lubricada que Félix Bolaños aún intentaba colarnos, como el que intenta meternos un paraguas por la boca (el paraguas mal plegado que parece él), que eso del referéndum es imposible porque la Constitución no lo permite. Hace falta mucho lubricante o muchas tragaderas porque justo ellos acaban de dejar al Estado sin herramientas para defenderse de eso mismo, de que se hagan cosas que la Constitución no permite, pero que terminan haciéndose.

Bolaños, con su presencia de paraguas tieso y desvarillado olvidado en un reclinatorio de la Moncloa, dice que no habrá referéndum, aunque los indepes ya tienen hasta los globos, facilitados por el mimo de los globos que decíamos antes, o sea el Sánchez aberenjenado con globos aberenjenados. No es ya que Sánchez diga siempre que no a los indepes para luego decir que sí (quizá debería hacer una ley con eso, la ley de ‘Sánchez siempre dice sí’), sino que uno no ve ningún impedimento para el referéndum ni para lo que pueda venir después. Si ya no hay sedición por montar la republiqueta en el cafetín, si ya no hay malversación por usar recursos públicos para el referéndum en particular o para la causa en general, no ve uno qué va a impedir que haya otro 1-O. Ni que, a partir de ahí, se busque la legitimidad en los hechos consumados y en los agujeros que hay por las nuevas leyes o por el nuevo Tribunal Constitucional, pronto apolillado y traqueteante de sanchismo como una máquina de coser de la abuela, a la que recordamos un poco como cosiendo con toga. En cualquier caso, el intento les saldría a los indepes mucho más barato que el anterior, a ver por qué iban a renunciar a ello.

El camino de Sánchez no era el único ni era tampoco arriesgado, era una mera elección y era además una elección segura, porque ningún ambicioso o fanático se apacigua si le ponen más fácil su ambición o su fanatismo. Es decir, o bien a Sánchez esto no le importa, o bien es lo que busca, que lo mismo por la republiqueta catalana puede venir la republiqueta sanchista. Sánchez va a culminar su desinflamiento de Cataluña justo a la vez que los indepes van a culminar el desinflamiento de la Constitución o del mismo Estado de derecho, y a lo mejor todo es lo mismo, el mismo desinflamiento y el mismo plan. Estoy por decir que es incluso el final perfecto, simétrico, circular, avolutado, como una sonrisa o una solapa berenjena de Sánchez, para toda esta trampa o todo este circo. Aquí no se trataba de desinflamar nada, sino de malvenderlo todo. Ahora todos lo ven, y es lo que venía a decir Page, que lo que está haciendo Sánchez no hay manera de disimularlo, que “el 95% de los españoles saben lo que está pasando, lo entiende Junqueras, lo entiende Aragonès y lo entiende Puigdemont”. Page, enfadado como nunca lo había visto uno, parecía haber heredado toda la inflamación que se le ha quitado no a Cataluña sino al independentismo, un independentismo que Sánchez ha dejado no sólo subvencionado sino tonificado, musculado, ligero y motivado, con Junqueras hecho un dios griego con pies alados y jabalina de marfil. Los inflamados, los agónicos, los rebeldes y los hartos, claro, ahora seguramente van a ser los españoles. Va a ser hasta el propio PSOE, donde empieza a no caber ni el sanchismo más aberenjenado y lubricado.

Pedro Sánchez está desinflamando tanto Cataluña que por allí ya preparan el próximo referéndum de independencia como si fuera la tomatina, con mucha previsión alegre de gentes, viandas y sucedáneos festivos de la violencia. Está tan desinflamado el ardor indepe, sobre todo desde que Sánchez se puso el traje berenjena de regalar chuches de Willy Wonka o globos de mimo, que el independentismo ya está haciendo cálculos, listas y ramos, eligiendo fechas, tipografías y castillos, como para la boda de una heredera. 50% de participación, 55% de síes y una estimación de primos, abuelas, gorrones y entremetidos que se ajuste a la geometría sentimental tanto como a la económica y a la arquitectónica. Así van ya de avanzados los planes de la parte desinflamada, que yo creo que está ciertamente desinflamada porque en vez de centrarse en el esfuerzo y el sacrificio de una revolución ya sólo tienen que centrarse en la gracia de sus adornos florales. Luego pide García-Page que no nos tomen por tontos, cuando los tontos ya tienen su propia mesa en la celebración, como la mesa de los niños en las bodas, todo papafritismo y kétchup.

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