María Jesús Montero, medio contestando o medio escapando por los pasillos versallescos y asesinos del Congreso, donde los espejos parecen guillotinas, ha apelado a la “lealtad” para no hablar ella o para pedir que no hablen los demás. Los demás son los barones, el partido mesetario o el partido entero, el PSOE presanchista e histórico, con cimiento de acueducto, que no traga que se subaste el Estado, se desuelle la Constitución como la piel de toro íbera de los libros y se hagan las leyes como dotes para los delincuentes, todo para comprar a Sánchez trajes berenjena de Prince de la Moncloa. Después de Page, al que le salía la indignación con risa nerviosa, como liberación física del dolor o la impotencia, ha regresado Lambán dándole la vuelta al argumentario de Sánchez como a su sombrero berenjena: malversar para financiar un delito tan grave como la sedición debería ser un agravante, no un eximente. Pero tiene razón María Jesús Montero, ya no quedan argumentos, sólo la lealtad, la lealtad a Sánchez, al sotanillo de la Moncloa, al búnker con bicicleta elíptica de Sánchez.

Ya es imposible apelar a la ideología, al sentido común, al interés público, a la moral o a la estética (menos todavía la estética de Liberace berenjena de Sánchez), sólo queda la lealtad a Sánchez como un mandamiento de catecismo o de falangismo. Eso es lo que nos enseñaba María Jesús Montero con la boquita cosida, con el cuello abrochado, con su silencio que era el silencio de la modista, de la bibliotecaria, de aquella enfermera del seguro que nos pedía silencio con un beso de ternura y acetato en el dedo, beso al que aspirábamos todos los niños, me parece, pero que creo que no contenta ya al PSOE. Sólo queda la lealtad, que es algo suficiente y saciante, que la ministra de Hacienda parecía engollipada de esa lealtad como si se hubiera tragado el broche o la gorguera de su cuello alto y abotonado como el de una reina portuguesa.

La lealtad como modestia que le tapaba la boca a Montero con un abanico es en realidad la lealtad que exige la vanidad absoluta de Sánchez

María Jesús Montero decía no hablar, no comentar lo de Page ni lo de nadie por sagrada, callada y pesada lealtad, como la de un órgano de iglesia en silencio. Es esa lealtad que se le debe a la jerarquía de secretarios, gondoleros y ángeles que llega hasta Sánchez como en una espiral de Durero, jerarquía donde también están los barones. Es decir, la lealtad de Montero, lealtad abstracta, militar o frailuna y como digo saciante, sólo es una manera de recordarles a los barones su lugar y de recordarle al partido la estructura estratificada y vorticial de los Cielos sanchistas. La lealtad que le abrochaba a Montero el cuello de monja es en realidad la lealtad que debería atar la lengua libertina a los barones. La lealtad como modestia que le tapaba la boca a Montero con un abanico es en realidad la lealtad que exige la vanidad absoluta de Sánchez. Y la lealtad abstracta es en realidad, por supuesto, una lealtad concretísima y personalísima.

La lealtad es sólo la obediencia que pretende disfrazarse de respeto y la fuerza que pretende disfrazarse de auctoritas. Sólo hay que pasearse por el PSOE nacional para darse cuenta de que la lealtad a Sánchez es más bien la ceremonia atufante que se le hace a la dependencia, al agradecimiento o al vasallaje. Muy leales están siendo en el PSC, que abandonó esa independencia tan suya y carolingia respecto al PSOE como marca nacional cuando Sánchez les devolvió si no el poder al menos la gloria del triunfo. Para ello, eso sí, los hizo más cómplices que nunca de la episteme catalanista o charnegocatalanista, cosa que les parece más un sueño que un sacrificio. En cuanto a la Comunidad Valenciana, yo creo que los socialistas de Ximo Puig sólo aspiran a ser una especie de PSC con dialecto que sí ha llegado al poder, o un sanchismopodemismo indígena. En cualquier caso, el espíritu de republiqueta y demolición de leyes y mapas de Sánchez les esperanza y anima.

Muy leales están siendo también en el PSOE andaluz, por supuesto, que son los más tiesos, como siempre lo son los señoritos tiesos, los que lo tuvieron todo y ahora sólo tienen un sombrero de Juncal y una barra con serrín y babas. Y si uno se detiene, siquiera por conmiseración, en el PSOE de Madrid, sólo puede ser para decir que no existe, que es como una pequeña estafeta de la Moncloa con perchero y telegrafista. Quiero decir que el PSOE que aún tiene poder por sí mismo, sin complejos y sin préstamos, que aún tiene una ideología, un programa, una tradición y un orgullo que no dependen de someterse a los indigenismos ni de que Sánchez lo señale desde el caballito balancín del búnker de la Moncloa, ese PSOE de Page o Lambán, en fin, no está por la lealtad calladita sino por la realidad indignada.

Queda, eso sí, el caso un tanto ambiguo de Fernández Vara, al que uno ve un poco en tierra de nadie, como un tamborilerillo perdido en la batalla, con su crítica retenida y su apoyo algo sudoroso (el sudor moral, que diría Roland Barthes) que ya veremos cómo evolucionan con las encuestas. Luego, sólo está la Moncloa, esa Covadonga sanchista, esa abadía de Bolaños tonsurado, ese Gobierno de leales mosqueteros con muceta. Y, más allá, claro, el votante estupefacto.Ya sólo queda la lealtad a Sánchez, al presidente con traje berenjena de Tartufo, el presidente antes conocido como Sánchez, ese Sánchez que decía “no voy a pactar con Bildu” o “no dormiría por las noches” o “tipificaremos el delito de referéndum ilegal”, lealtad a un presidente reducido al glifo o monograma trompetero de su petulancia.

Ha sido iluminador que Montero haya sacado lo de la lealtad porque la gente se estaba perdiendo, como columnistas de El País, en costumbrismos y circunloquios, en el fútbol nacional y en los menstruos identitarios, en justificaciones, paralelismos o humaredas tangentes, históricas y ridículas. Tiene razón Montero, y eso es un poco darle la razón a Page, al que no se le puede rebatir nada, sólo pedirle silencio en los telediarios como en la iglesia o en el practicante. Tiene razón Montero, ya sólo queda la lealtad, la lealtad a Sánchez, al sotanillo de la Moncloa, al búnker con silencio del antifaz de dormir y del galán de noche del presidente.

María Jesús Montero, medio contestando o medio escapando por los pasillos versallescos y asesinos del Congreso, donde los espejos parecen guillotinas, ha apelado a la “lealtad” para no hablar ella o para pedir que no hablen los demás. Los demás son los barones, el partido mesetario o el partido entero, el PSOE presanchista e histórico, con cimiento de acueducto, que no traga que se subaste el Estado, se desuelle la Constitución como la piel de toro íbera de los libros y se hagan las leyes como dotes para los delincuentes, todo para comprar a Sánchez trajes berenjena de Prince de la Moncloa. Después de Page, al que le salía la indignación con risa nerviosa, como liberación física del dolor o la impotencia, ha regresado Lambán dándole la vuelta al argumentario de Sánchez como a su sombrero berenjena: malversar para financiar un delito tan grave como la sedición debería ser un agravante, no un eximente. Pero tiene razón María Jesús Montero, ya no quedan argumentos, sólo la lealtad, la lealtad a Sánchez, al sotanillo de la Moncloa, al búnker con bicicleta elíptica de Sánchez.

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