Pedro Sánchez sufre unas urgencias legislativas, constitucionales o urinarias muy confusas y urticantes, y ya no sabe uno si quiere que los del Tribunal Constitucional se cambien de sexo o decirles a los indepes que no siempre sólo sí es sí. Todo está en el mismo papeleo, en la misma carrera, en la misma sesión donde los diputados tienen que votar con chuleta y casi a caballo. Entre las enmiendas al Código Penal o a leyes de cabalgata se cuelan modificaciones de las leyes orgánicas del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, sin debate, sin tiempo, sin garantías, como si Sánchez se fuera por la pata abajo legislativa. A uno, la verdad, lo que le parece inaudito no es que al Constitucional se le plantee si las leyes orgánicas se pueden modificar así, como en el estribo del tranvía del Congreso y de la Constitución, una cosa que podría ser inconstitucional además de vacilona, sino que Sánchez esté legislando con estas diarreas y picores. Sánchez tiene un indisimulado apretón, Sánchez tiene mucha prisa, y es lo que huele a chamusquina, más que el TC o el CGPJ funcionando a su velocidad de rueca.
Nunca hasta ahora intentaron controlar el Poder Judicial los que tienen como objetivo acabar con la propia Constitución. Los métodos han sido similares, pero los objetivos nunca han sido tan peligrosos
A Sánchez le ha entrado prurito constitucional con el Constitucional y con el CGPJ justo a la vez que le ha entrado prurito por complacer a los que quieren quemar la Constitución y, si es posible, quemar España como si fuera un molino cervantino. El Gobierno y los indepes están los dos dándole a la misma manivela legislativa, enmendadora o moledora, con esa velocidad cómica de manivela de cine mudo, así que la prisa de Sánchez es la prisa indepe, la causa de Sánchez es la causa indepe y el ardor constitucional de Sánchez sólo puede ser cinismo y sabotaje. Sólo puede ser cinismo y sabotaje que ese Sánchez al que le han declarado inconstitucionales un estado de alarma y el cierre del Congreso, y cuyos socios creen que la democracia es una timba y que la Constitución es franquismo en pasta; ese Sánchez, decía, de repente no pueda soportar que en los salones con carillón del CGPJ o del TC se incumpla la sagrada Carta Magna porque ha caducado un señor juez como un huevito en huevera de ganchillo, o han caducado las galletas de la caja de galletas de costurero de las que se alimentan allí.
Sánchez es un singular ser constitucional e inconstitucional al mismo tiempo, con una Constitución para el garrotazo o bibliazo a la oposición y otra para quemar en sus aquelarres ultraizquierdistas e indepes. Todo este jaleo no tiene nada que ver con que Sánchez pegue un brinco ante un juez caducado como ante un gato negro, ni con que nuestro presidente se desmaye cuando se incumple una línea de la Constitución como si viera una aguja (si fuera así, iría en camilla a hablar con sus socios). Sánchez, simplemente, quiere que el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional estén a sus órdenes y que lo estén rápido, porque los indepes ya están otra vez con el mambo y él está con el agua al cuello.
El CGPJ y el TC son algo así como unas poncheras del Estado que se usan bastante poco y por las que la mayoría de la gente no se preocupa, allí en lo alto, en los cielos de anaquel de la vajilla buena o de los aperos de adorno. Hasta el edificio del Constitucional parece una taza bocabajo, la taza buena guardada para Nochebuena o alguna ocasión de relumbrón. El CGPJ y el TC la mayoría del tiempo están dormidos o los percibimos dormidos, como esa ponchera, ese piano o ese acordeón de la casa que no se usan. Tanto repentino ardor constitucional por estos órganos que son polvo y sueño, sobre todo por parte de quienes han demostrado sólo desprecio por la Constitución, lo que nos dice es que Sánchez y los suyos van a sacar la ponchera y van a tocar polkas al acordeón, que Sánchez y los suyos tienen fiesta y no va a ser una fiesta de la Constitución precisamente.
Ya sabemos por qué Sánchez tiene esas premuras, esos ardores cólicos, que la verdad es que eso ya lo vimos también en el felipismo, aunque sin tanta urgencia por la pata abajo, cuando Guerra diseñó ese sistema de pachas de jueces y tribunales. Lo que quería el felipismo es lo mismo que quiere Sánchez, controlar el Poder Judicial. No se trata de la Constitución, sino del poder, que la sufrida Carta Magna seguía siendo la misma antes, cuando los jueces elegían a los jueces, y después o ahora, cuando hacen falta ruidosos acuerdos, indistinguibles de guerras. Todos los partidos han querido controlar los altos tribunales y coser un poco por su lado la separación de poderes, también el PP, por supuesto (en cualquier caso, de lo único que puede acusar Sánchez al PP es de colocar o parapetar jueces mejor que él). La diferencia es que nunca hasta ahora intentaron controlar el Poder Judicial los que tienen como objetivo acabar con la propia Constitución. Como ya he dicho alguna vez, los métodos han sido similares, pero los objetivos nunca han sido tan peligrosos.
Los jueces del CGPJ deberían elegirlos los jueces, y así todo sería igual de constitucional pero mucho más pacífico. El CGPJ y el TC serían de nuevo poncheras o acordeones que coge de vez en cuando la gente que usa poncheras y acordeones, con más costumbre de funcionario o de luthier que ardor guerrero, y sobre todo no estaríamos al borde del bananerismo. Estamos más cerca del bananerismo que nunca, cerca de ver a los poderes del Estado enfrentados en jurisdicciones y potestades, acusándose de dar golpes o de secuestrar la “voluntad popular” (como si hubiera una voluntad popular, algo así como un solo grito de la hinchada española). Pero pensar que el legislativo puede hacer lo que le dé la gana es pensar como los indepes sediciosos. Pensar que la división de poderes lleva a un conflicto de legitimidad es pensar como los indepes sediciosos. Hablar de golpe de los jueces a la democracia es hablar como los indepes sediciosos. Y es lo que está haciendo el sanchismo. La misma prisa, la misma manivela, el mismo lenguaje, el mismo objetivo. Van rápido a por la ponchera y a por el acordeón porque va a haber, otra vez, mambo.
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