Estamos de lleno metidos en las fiestas navideñas y frente a tantos conflictos políticos que inundan las primeras páginas de los informativos, hoy he preferido escribir sobre el que, estoy seguro, sería el regalo más maravilloso para una Navidad feliz: aprender a explotar nuestro talento, a conocerlo y desarrollarlo. Aunque os cueste creerlo, todos tenemos talento. Absolutamente todos. Sólo tenemos que desenterrarlo de las profundidades de nuestro ser.
Cuando hablamos de talento, nos referimos siempre a esa cualidad que creemos innata y que distingue a algunos individuos sobre los demás a la hora de explotar al máximo sus potencialidades, ya sean artísticas, deportivas, literarias... pero no solo. El talento tiene cabida en todos los ámbitos de la sociedad y en todas las profesiones. Como palabra de uso corriente y algo tópica, por qué negarlo, no siempre la utilizamos en su justa dimensión. Uno de los errores más comunes es dar por sentado que se nace con él y que no puede desarrollarse. ¡Falso! Cualquiera de nosotros puede desarrollar el talento sin necesidad de partir de una base extraordinaria.
Desde un punto de vista puramente teórico, podemos considerar el talento como un conjunto de cuatro aspectos complementarios: el que tiene que ver con las habilidades innatas, «saber hacer»; el que tiene que ver con las capacidades, «poder hacer»; la propia actitud de cada uno, «querer hacer»; y, por último, las circunstancias, «que nos permitan hacer».
Parece una obviedad, pero no está de más recordar que hemos conocido profesionales extraordinariamente dotados en el campo del periodismo, sin ir más lejos que no han llegado a cuajar por falta de actitud, de trabajo, o porque sencillamente les han hecho la vida imposible..., y otros que, desde la base de una discreta mediocridad, han llegado a la cima de sus posibilidades y de sus carreras cuando nadie hubiera dado un duro por ellos. Eran grises, eran transparentes, malgastaban su existencia en una de las últimas mesas de la redacción sin que nadie reparara en ellos, hasta que un día llegaba esa noticia extraordinaria, para la que seguro que estaban largamente preparados, y el azar les puso en disposición de entrar en directo abrien- do el informativo de su radio o televisión... ¡y todos se quedaron con la boca abierta!
De lo dicho hasta este momento se deduce la importancia de defender ese talento. Nadie nos va a regalar nada. Es más, lo corriente es que nos disparen desde todos los frentes en cuanto destaquemos del pelotón. Hay que estar preparados, por tanto, para defendernos. Supongo que nadie se sorprende cuando hablo de la necesidad de defenderse de todos aquellos a los cuales les inquieta el talento de los demás. En España, más que en otros países, el éxito y el talento que permite alcanzarlo siempre se ven por la mayoría como algo sospechoso; la envidia es uno de los deportes nacionales. Desafortunadamente, mientras en otros países el talento se admira y se intenta imitar, aquí a menudo da miedo y provoca rechazo. Destacar pa- rece peligroso. Y sin embargo, repito que todos tenemos talento. Absolutamente todos. Y ello porque el talento es la esencia, no su expresión. Repito, sólo tenemos que desenterrarlo de las profundidades de nuestro ser. Es más; no tenemos uno únicamente, sino varios; lo complicado es descubrirlos.
La clave es saber encontrar lo que nos hace diferentes, especiales, únicos...
La clave es saber encontrar lo que nos hace diferentes, especiales, únicos... Los hay que «besan el santo» desde el principio en la mayoría de los casos guiados por su vocación y muchos otros que se ven condenados a coleccionar fracasos sucesivos hasta que por fin hallan estos talentos. Algunos, en fin, se mueren sin llegar a desarrollarlos... por eso he dicho que la búsqueda puede llegar a ser eterna. Pero el viaje merece la pena. Ni qué decir tiene que si la búsqueda es exitosa, nos conducirá derechos al triunfo y nos cambiará la vida. Antes tendremos que trabajar como bestias y, en muchos casos, pedir ayuda.
No pasa nada. Es normal que otros vean en nosotros cualidades que seríamos incapaces de detectar. Dicho lo cual, nadie puede sustituirnos en la tarea de trabajarlas. Tendremos que dedicar esfuerzo y energías inagotables para saber si en nuestro caso particular el talento se halla «dormido»; si pugna por aflorar, pero por alguna razón está «sofocado» o contenido; si está «dormido» o si simplemente, aún lo desconocemos. Es lo que los expertos llaman «los estadios del talento». Y no hay resultados inmediatos, todos los grandes profesionales en materia de liderazgo coinciden: el camino es muy largo... pero merece la pena. Los tiempos, eso sí, son diferentes. Es importante saber detectar los ritmos, los nuestros, claro... y no desanimarnos pensando que a otros les costaría menos. Los mejores actores de doblaje no han nacido con capacidades o voces especialmente sobresalientes, pero han pasado largos años trabajándolas y aprendiendo cómo acomodarlas a cada personaje. Uno de mis colaboradores más cercanos, periodista de oficio y de vocación, traía «incorporada de serie» una notable voz. Pero jamás se le ocurrió recorrer esa senda porque, como él mismo reconocía, no sabía llorar, ni reír, ni enfadarse en un atril. Podía ser un muy buen locutor, pero siempre supo reconocer que hubiera sido un mediocre doblador. Es fundamental conocer nuestros puntos fuertes, pero también nuestras limitaciones. ¡Y, ojo!: talento y genialidad no son lo mismo. Conviene no hacerse líos.
El talento nos ayudará a vivir mejor, ya lo hemos dicho. Puede ser un instrumento muy eficaz para satisfacer nuestras necesidades o deseos, si se lo permitimos, claro está.
Alimentar la esperanza significa creer que el futuro nos reserva algo bueno. En ese derroche de trabajo y energías al que nos referimos habrá golpes, tropiezos... y monumentales fracasos. Tendremos que ser capaces de sobreponernos a ellos y volver a intentarlo, una y mil veces. Todo será más fácil si tenemos a nuestro lado alguien con quien compartir esa ilusión.
Pero no todo son malas noticias: los expertos ya saben
que cuando insisten en la necesidad de una plena y constante dedicación, lo corriente es fruncir el ceño. No es que seamos vagos por naturaleza, pero es humano pensar que un golpe de suerte o la ilimitada generosidad de algún mentor nos va a regalar la piedra filosofal. Nada de eso.
Lo cual no quiere decir que en esta larga carrera no podamos transitar con alegría, con pasión y divirtiéndonos.
Esto último es más propio de vocaciones artísticas, o de oficios como el literario o el periodístico, aunque puede aplicarse a todo tipo de ocupaciones.
Ni que decir tiene que promover la cultura del talento significa, primero, descubrir lo que los demás tienen de bueno y darle valor. Es fundamental aprender, y no sólo de los mejores, aunque conviene tomar siempre ejemplos de excelencia. El gran entrenador de baloncesto ya fallecido Antonio Díaz Miguel, que hizo grande a nuestra selección nacional a principios de la década de los ochenta, decía siempre que copiar del mejor no es ningún demérito. Lo absurdo sería hacerlo del necio, del que no sabe. Díaz Miguel era un ejemplo de superación y a la vez de éxito en su vida. Poseía una gran reputación en el mundo de la moda, a la que también se dedicó con mucha fortuna, pero llegó a ser un gran líder en el deporte de la canasta, su pasión. Y contaba a menudo cómo, cuando llegó a Estados Unidos, no sabía ni una palabra de inglés. Y cada noche lloraba lágrimas como puños traduciendo hasta las claras del día libros sobre baloncesto con un diccionario muy grueso en su mesilla. La voluntad lo puede todo.
Desenvolver el propio talento significa expresar todo lo que de bueno llevamos dentro
De ahí que el respeto hacia todos los demás, insisten los expertos, sea fundamental. Mal podríamos sin él exigirlo para nosotros. Y algo más: si reflexionamos sobre las necesidades ajenas seremos más capaces de detectar las propias.
Desenvolver el propio talento significa, al final, expresar todo lo que de bueno llevamos dentro. O dicho de otra manera, mostrarle al mundo toda la belleza que atesoramos. Es por ello un acto extraordinario, para con uno mismo y para con los demás: mejora nuestra vida, pero también la de los que más cerca están de nosotros, la de las personas a las que queremos.
Descubrir y usar nuestro talento es por ello un derecho, pero también un deber.
¡FELIZ NAVIDAD!
Estamos de lleno metidos en las fiestas navideñas y frente a tantos conflictos políticos que inundan las primeras páginas de los informativos, hoy he preferido escribir sobre el que, estoy seguro, sería el regalo más maravilloso para una Navidad feliz: aprender a explotar nuestro talento, a conocerlo y desarrollarlo. Aunque os cueste creerlo, todos tenemos talento. Absolutamente todos. Sólo tenemos que desenterrarlo de las profundidades de nuestro ser.
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