Me parece a mí que Pedro Sánchez ha eliminado el delito de sedición no por los indepes, sino por él. Sánchez va camino de ser nuestro nuevo Puigdemont, con toda la soberanía popular o populachera haciéndole nido en la cabeza, sin freno, sin medida, sin ley, sin poda, temblando de pureza y libertad mientras es perseguido por jueces fachas acharolados y ganchudos, por todo el franquismo en calesita, en sidecar o en carricoche como en una persecución de Berlanga. Nuestro presidente Sánchez, el otro día, por ahí por esa Europa suya que ya parece ciertamente la de Puigdemont, encastillada, estrellada, mágica y falsa como un trono de hada madrina, hablaba nada menos que de “intento de atropellar la democracia por parte de la derecha política, judicial y mediática”. Sin sedición, ya ven, se pone más barato no sólo independizar Cataluña o Trebujena, sino empezar a tomar las sentencias de los tribunales como mera y mala literatura falangista, que era verdaderamente mala. Nuestro nuevo Puigdemont acabará con España o acabará en Waterloo, me parece.
Mientras el Tribunal Constitucional, dividido en su mesa entre progresistas y conservadores como por un gran pavo navideño, decidía si empezaba a decidir, el PSOE aún hablaba con insinuaciones, generalidades y la boquita pequeña que se usa para los eufemismos como para el té o para la mentira. Pilar Alegría no se atrevía a decir simplemente que el Gobierno obedecerá al Constitucional, que debería ser una obviedad pero a ellos todavía les parece delicado, discutible o quizá opcional. Sólo recordaba (con bastante mala memoria, creo) que ellos siempre han sido “respetuosos” con la separación de poderes y la Justicia. Eso sí, no quieren “imaginar” que el TC, después de trinchar el gran pavo navideño, les lleve la contraria. Yo creo, sin embargo, que ya lo tienen todo muy imaginado, muy discurrido, muy argumentado, según estamos viendo estos días, y todo lleva a instalar en la Moncloa el palomar de Puigdemont.
No entiende uno cómo el PSOE puede decir lo mismo que los indepes, los bolivarianos o el Cojo Manteca, o sea que las leyes no se les aplican porque ellos son el pueblo
Uno no ve por ningún lado el PSOE respetuoso con la separación de poderes, la independencia de la Justicia o siquiera los sellos de Correos. Uno lo que ve es a Sánchez hablando de contubernios judiciales con fondo marinero de banderas, un poco como Nicolás Maduro con chándal o como Junqueras con cogulla y escapulario; a Félix Bolaños en su admonición dominical con gafa gorda y sudada de vapores infernales o tentaciones de la carne, como aquel Torra de misa y chocolate; o a Felipe Sicilia con empalizada verbal de balas, como Rufián, que también dice que “Tejero lleva toga”, en sintonía con el diputado socialista. Hasta Carmen Calvo se ha unido en este magisterio democrático y nos mandaba en Twitter a “copiar 500 veces a mano” que “todos los Poderes e Instituciones del Estado están por debajo de la soberanía del pueblo español, y éste se expresa de manera directa en el Congreso y en el Senado”.
Yo creo que no hace falta ir al Constitucional, donde trinchaban al pavo o quizá lo operaban de cadera, para recordar ese artículo 9 que dice que “los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”, y sigue por ahí, por ese camino tan facha que desemboca en lo que se llama principio de legalidad, algo que sustenta el Estado de derecho pero, según parece, también la cruz o espadón del Valle de los Caídos. No entiende uno cómo el PSOE puede decir lo mismo que los indepes, los bolivarianos o el Cojo Manteca, o sea que las leyes no se les aplican porque ellos son el pueblo o les ha elegido el pueblo, y seguir asegurando que respetan la Justicia y que los que no cumplen la Constitución son los demás. Claro que el PSOE andaluz, de un peronismo gazpachero, ya lo usaba antes, y Sánchez me parece bastante más ambicioso y audaz que el bueno de Manolo Chaves.
El Constitucional trinchaba o aún cocinaba el pavo, después de haberle hecho como radiografías, mientras sonaba de fondo un reloj de horno, que uno imagina más bien como el despertador rococó, aparatoso y con poca cuerda de la abuela. La cosa puede parecer enredada jurídicamente, pero la argumentación puramente iliberal del PSOE no tiene nada que ver con lo jurídico sino que es, precisamente, totalmente antijurídica, es la misma negación del principio de legalidad, o sea, lo que hacen los indepes. A mí, personalmente, me sorprende que el mismo TC haya ya sentenciado en 2011, tras un recurso del PSOE, que no se pueden modificar leyes a través de enmiendas a otras leyes, pero decirle eso ahora al Gobierno dé para un golpe a la democracia y para muchas cenas o toracotomías con pavo. Y aún más me sorprende que el TC resolviera en su día que la ley felipista, la que nos tiene así, era constitucional siempre que las Cortes eligiesen a los vocales del CGPJ atendiendo a criterios diferentes a la división de fuerzas en las cámaras, y ahora se diga que lo constitucional y lo decente es lo contrario. Lo que no me sorprendería es ver a Sánchez montado a caballo, o escondido en un maletero, tirando hacia Waterloo.
Aunque tarde en trinchar o en desplumar el pavo, el TC sigue siendo el TC. Se habla mucho de los jueces caducados, como los yogures de coco que parecen, pero, la verdad, no hay ninguna norma que diga qué ocurre cuando el CGPJ o el TC no se renuevan a través de la mera buena voluntad, que ya parece una cosa sólo navideña (los legisladores, ahora nos damos cuenta más que nunca, suelen ser torpes y eso no es culpa de los jueces). El caso es que el TC no se ha podrido en el jamonero de tal manera que lo pueda sustituir Bolaños con su hisopo o Sánchez con su republiqueta del apretón. El TC, como el CGPJ, simplemente es víctima o rehén de una guerra política que terminaría sacando a los políticos, no metiendo a más jueces puestos por políticos.
Aun lento, cojo, pesado, flamígero y dudoso, como el despertador de la abuela, el TC sigue siendo el TC. Plantearse desobedecerlo, o dejar el asunto colgando de condicionales y puntos suspensivos, es ya meterse en el palomar o en la cabeza de Puigdemont, como el que se tira al pajar del populismo y de la sedición. Claro que por qué no tirarse a ese pajar, que ahora, gracias a Sánchez, es sólo como un deporte tirolés.
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