Para acatar la decisión del TC el sanchismo se vistió de entripado y luto, como si se les hubiera muerto el padre en la cena de Nochebuena, que algo de eso había, un Sánchez atragantado con el turrón o con la guinda del pavo ahí tendido en la alfombra. Entre luz de árbol de Navidad mojado y luz de tanatorio encerado, salieron Meritxell Batet en el Congreso y luego Ander Gil en el Senado, que parecían los dos, con esa cara de mirar tristes por la ventana con nevadón, un poco los anti Bing Crosby y Frank Sinatra del momento. Era una institucionalidad de espumillón, como de belén de la Zarzuela, buscada pero fallida, porque los dos sólo eran portavoces de Sánchez, o sea que traían de nuevo el argumentario de Puigdemont, entre guerrillero y arlequín, las intromisiones en el Poder Legislativo, el atropello a la democracia y otras variantes falaces y penosas del populismo. Sí, era gravísima la cosa: Sánchez va a tener que tramitar las leyes como debe hacerse, y no como le venía bien a él, o sea cantando en la ducha o bailando en la escalera como el Joker con su traje berenjena.
Batet y Gil, con gravedad radiofónica, como de locutores franquistas, me parecieron más relevantes incluso que Félix Bolaños, que por supuesto también salió luego, oficiando la misa de difuntos con manos blandas, movedizas y apalomadas. Bolaños, como el mismo Sánchez, que compareció ya por la mañana, refrescado o consolado por su colchón, son al fin y al cabo Moncloa, búnker. Pero Batet y Gil son otra cosa, representan la institucionalidad como pura imposibilidad o contradicción aquí, o sea la institucionalidad partidista, tomada como botín, que usa el Congreso y el Senado como hornacina o como calcetín navideño con cascabel.
El sanchismo, vestido de enterrador del Oeste, acataba el dictamen a la vez que deslegitimaba al TC, a la vez que embestía no ya contra la decisión sino contra los fundamentos del Estado de derecho
Acatando la decisión como se acata el veredicto de un revólver o una boda de penalti, Batet, no en nombre de su jefe Sánchez sino de toda la congresidad del Congreso, de toda la majestad legislativa y de toda la ebanistería del Hemiciclo, llegaba a decir que el TC impide el debate de las leyes, cuando lo que ha hecho, en todo caso, es protegerlo. Concretamente, protegerlo del intento de Sánchez de reformar dos leyes orgánicas por el españolísimo método del timo de la estampita, entre enmiendas a otras leyes como entre recortes de papel de estraza. Gil aún fue más agresivo, altivo, puigdemonesco, sedicioso que diría algún antiguo, de ésos de cuando había sedición como miriñaques. Acusó al TC nada menos que de derogar la inviolabilidad parlamentaria, cuando sólo se trataba de negar la omnipotencia de Sánchez.
Bolaños, claro, culminó la pirámide o la escalerita de servicio que va de la institucionalidad al partidismo recogiendo toda esa legitimidad impostada de los presidentes de las Cámaras, como autoridades de cabalgata, hasta convertir su propaganda monclovita en villancico nacional o en anuncio de Campofrío. Así, cuando compareció el presidente, parecía que todo estaba hecho, que sólo tenía que obedecer a la indignación y a la dignidad que reverberaba en los pasillos y espejos de las Cortes como en una copa sostenida por una soprano, y a la propia voluntad popular que, claro, habían estado colocando ellos mismos durante la noche, como el árbol de los regalos.
El sanchismo, vestido de enterrador del Oeste (Bolaños parece que ha heredado el traje negro, polvoriento y de viruta de Salvador Illa), acataba el dictamen a la vez que deslegitimaba al TC, a la vez que embestía no ya contra la decisión sino contra los fundamentos del Estado de derecho, y justo desde sus mismos templos, dados la vuelta mágicamente como un palacio reflejado en un lago. Por el contrario, cuando la magistrada progresista del TC María Luisa Balaguer explicaba en televisión su postura con tecnicismos sutiles y hasta simpatía, se iba toda la tragedia y todo el interés. La verdad, ya lo hemos dicho estos días, es que el mecanismo que ha intentado usar Sánchez, muy apurado por su apretón preelectoral, ya fue declarado inconstitucional en 2011; que la decisión puede ser inaudita pero nuestro ordenamiento la recoge, la apoya la propia doctrina del TC y evita que dos leyes orgánicas importantísimas, además de la misma composición del TC, puedan ser alteradas mediante un procedimiento ilícito y quizá irreversible. Como decía Tseban Rabtan en Twitter, es un “extraño golpe el del TC, que se resuelve presentando la ley de nuevo, solo que bien esta vez”.
Como un ángel desconchado de cementerio, entre elegías, suspiros y lágrimas de viuda, falsas como perlas falsas de viuda, el sanchismo enterraba lo fundamental, o sea que una maniobra manifiestamente ilegal de Sánchez había sido parada, legítima y razonablemente, por el único órgano que podía pararla. Y así lo ha reconocido ya Europa, la de verdad, no esa Europa como de parque de Torrejón que es la de Puigdemont. La decisión del TC puede ser inaudita, pero sólo en estricta correspondencia con la jeta inaudita de Sánchez. Inés Arrimadas, preguntada por lo de los magistrados caducados, que suena a morcillas con chero, no citó la ley orgánica que niega el concepto, sino la obviedad de que a Sánchez no le importa que los magistrados caduquen (también los hay entre los progresistas) sino que no le obedezcan. Por eso quiere meter en el TC a sus ministros y empleadas, no a pimpollos fresquísimos de carnes rosadas.
Todo esto, ya lo he dicho muchas veces, como lo dice el Consejo de Europa, se arregla haciendo que los jueces del CGPJ sean elegidos por jueces, que así seguro que Sánchez puede dormir de nuevo tranquilo, sin desvelarse por magistrados zombis que arañan bajo el colchón. En realidad, el reparto de vocales entre los partidos según la proporción de los escaños es inconstitucional (STC 108/1986), pero a todos, hasta al TC, se les ha olvidado. Sin duda el PP hace obstruccionismo no prestándose a la renovación del CGPJ, pero, claro, a ver si Sánchez se cree que juega a esto solo. Después del falso entierro, el juego, por supuesto, continúa.
Para acatar la decisión del TC el sanchismo se vistió de entripado y luto, como si se les hubiera muerto el padre en la cena de Nochebuena, que algo de eso había, un Sánchez atragantado con el turrón o con la guinda del pavo ahí tendido en la alfombra. Entre luz de árbol de Navidad mojado y luz de tanatorio encerado, salieron Meritxell Batet en el Congreso y luego Ander Gil en el Senado, que parecían los dos, con esa cara de mirar tristes por la ventana con nevadón, un poco los anti Bing Crosby y Frank Sinatra del momento. Era una institucionalidad de espumillón, como de belén de la Zarzuela, buscada pero fallida, porque los dos sólo eran portavoces de Sánchez, o sea que traían de nuevo el argumentario de Puigdemont, entre guerrillero y arlequín, las intromisiones en el Poder Legislativo, el atropello a la democracia y otras variantes falaces y penosas del populismo. Sí, era gravísima la cosa: Sánchez va a tener que tramitar las leyes como debe hacerse, y no como le venía bien a él, o sea cantando en la ducha o bailando en la escalera como el Joker con su traje berenjena.
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