Los niños de la lotería, ángeles de calderilla escanciando monedas como botones o botones como monedas en los copones de una España siempre de retablo, repartían el dinero y el perdón a todos los pobres cuando en el Senado, sin nadie del Gobierno, se borraba la sedición y se convertía la malversación en pecadillo de Navidad, de glotón festivo, de dulce de convento, de vicio divino. La lotería es el dinero de los pobres, que nunca llega, mientras la política es el dinero de los espabilados, que siempre toca. La Navidad sonaba a canicas rodando por las escaleras, a monedero de la abuela abierto en la falda, como si las monedas fueran para los pájaros, pero ésa era una Navidad falsa. La Navidad de verdad, la Navidad de Pedro Sánchez, se parece más a una cesta con quesos y viandas, más alguna botella culona envuelta en redecilla, que le ha llegado desde la Moncloa a Junqueras o a algún choricillo olvidado, a algún malversador de concejillo, entre la correspondencia familiar y la compota carcelaria, tan tristes. Paz en la tierra, ya saben, a los mangantes de buena voluntad.
Los pobres tienen (tenemos) su Navidad en la lotería, que hace nevar cascabeles de oro siempre muy repartidos, y los sediciosos tienen su Navidad en la Moncloa, que es como todo el bombo del Estado descerrajado, desparramado y desvalijado. La lotería es un poco el intento del Gobierno de hacer milagros de Navidad, de hacer cristianismo con sus funcionarios y sus ordenanzas, al menos para el pueblo. En realidad, el Gobierno, igual que la Iglesia en el fondo, igual que el sabio cuando ya se ha hecho sabio, sabe que no hay milagros, sólo azar para el pobre y voluntad para el poderoso.
Sánchez no es la Navidad de los indepes, sino todo su calendario y toda su agenda
El pobre, o sea toda España (España será siempre pobre mientras haya lotería o recompensas que parecen lotería, porque la lotería sólo le puede tocar al pobre y todos quieren que les toque); el pobre, o España, decía, está esperando que el ángel salga de su jaula de ángeles, con sus mofletitos de nube, con su bolita entre los dedos como un querubín que sostiene un racimo, y le roce. El poderoso, sin embargo, simplemente pega el telefonazo o el aldabonazo y exige lo suyo. Es decir, que ahora no hay nadie más poderoso que los sediciosos y los indepes. Como para el poderoso siempre es Navidad, la Navidad no es aplicable a ellos. Sánchez no es la Navidad de los indepes, sino todo su calendario y toda su agenda.
Sí, Sánchez no es la Navidad, aunque parezca que la Navidad ha llegado con la estrella de su dentadura, con el trineo de sus zapatos, con la nieve de sus canas apaisadas, como una loma nevada, y con el perdón de los ladrones. Sánchez no es la Navidad, y no sólo porque nuestro presidente no se limite a funcionar un solo mes, encendiendo hadas en los árboles y frutas en los charcos para engañarnos o seducirnos con el tiempo y la prisa de los vendedores de temporada. Sánchez no es la Navidad, sobre todo, porque, en todo caso, sería sólo un funcionario de la Navidad, un envolvedor de milagros, un paje del poder como un paje de rey mago municipal, con falsa magia como su falso orientalismo.
Yo estoy convencido de que, en realidad, Sánchez no quiere poder, sólo quiere el sitio del poder, como el trono de la reina de las fiestas. Sánchez no sabría qué hacer con el poder, no sabe de hecho qué hacer, porque no tiene ideología, no tiene propósito, no tiene ningún objetivo más allá de mantener ese sitio en el telediario, en las alfombras, esa silla con patas de león y dorado de purpurina que, en realidad, no vale nada. Los que sí tienen ideología, propósito y objetivos son los indepes y los sediciosos. Sánchez no sabe qué hacer con España hasta que alguien con verdadero poder, o sea con verdadera voluntad, se lo dice, se lo exige a cambio de esa sillita de reina. Sólo entonces Sánchez desmantela el Estado o desmantela la urología de los géneros, como un mandado.
La Navidad es de los pobres, que los poderosos tienen todo el año, y por eso el día de la lotería los pobres, aun millonarios, parecen gorriones que salen a picotear al lado del lotero y de los quioscos. La Navidad es de los pobres y de los niños, que no sé si eso es cristianismo o sólo Dickens. La Navidad es de los pobres, de los niños y, si acaso, también de esos ricos un poco menesterosos, sin poder ni libertad en realidad, esclavos y como barrenderos de su dinero, que aún se salvan no por dejar de ser ricos sino por volver a ser niños (Scrooge). Sánchez y sus socios suelen sacar mucho a los poderosos, poderosos oscuros y conspiradores, poderosa derecha que mueve dineros y jueces (siquiera uno más que la izquierda). Yo creo que enseguida se imaginan a Florentino en un jacuzzi de mamachichos y futbolistas controlando España con el mando del karaoke, o algo así. Pero ni siquiera Florentino ha conseguido que las Cortes Generales, con toda su legaña de dignidad y democracia, como salieron de fondo para Meritxell Batet y Ander Gil, le borren un delito entero y le dejen otro reducido a pecadillo de monja. Un pobre hombre, Florentino, al lado de los dueños de Sánchez, tan poderosos que tienen una Navidad y una lotería cada vez que quieren.
Sánchez ha cogido el poder o el sitio del poder, los sediciosos han cogido a Sánchez, y ahí está el milagro de verdad, el milagro que es seguro, ése en el que llevas todas las papeletas. Los niños de la lotería, como monaguillos con arras, como Joselitos de concurso radiofónico y esperanza del pueblo, repartían el azaroso y leve consuelo de los pobres, que eso es la mayoría de las veces el dinero para los pobres y las leyes para los pobres, mientras en el Senado se borraban delitos o se borraba el pasado y en el Congreso se quedaba Carmen Calvo sola, como una solterona de copla, absteniéndose ante la abolición de la ginecología o algo así. Uno no cree en milagros, pero sí en la voluntad. Aun así, como es Navidad, yo me pido que los maleantes y los antidemócratas sólo se lleven estos días un queso de bola y una lata de melocotón en almíbar. Y que esta lotería de los sediciosos se quede en el décimo mojado en el cenicero y en el reparto fantasioso del cuñado perdido entre sus quinielas, como para la mayoría de los españolitos. Y, ya que estamos, que lo que hay en Moncloa sea soñado y desmontable como una Navidad.
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