Los primeros sondeos de 2023, que ya recogen el impacto del último paquete de medidas económicas del Gobierno, no son buenos para Pedro Sánchez. Como media, el PP estaría en torno al 30% de los votos (137 escaños) y el PSOE se movería en torno al 25% (97 escaños). Si sumáramos los votos de Vox al PP y los de UP al PSOE, la distancia se ensancharía hasta casi diez puntos. La derecha alcanzaría hoy una holgada mayoría absoluta.
El Gobierno tiene muy poco tiempo para recortar esa distancia de aquí a las elecciones autonómicas y municipales del mes de mayo, que, como ya hemos apuntado en esta columna, son las que van a marcar de manera definitiva quién será el vencedor de las generales de diciembre (si es que el presidente mantiene su promesa de agotar la legislatura).
Es una distancia apreciable, pero no imposible de acortar. El PSOE da Madrid por perdido, pero cree que si mantiene la Comunidad de Valencia, y el ayuntamiento de la capital; resiste en Aragón y Castilla-La Mancha, y se asegura la alcaldía de Sevilla, el resultado, aunque el PP gane en el cómputo de votos municipales, puede venderse como un éxito. Incluso podría darse la carambola de que el candidato del PSC, Jaume Collboni, pueda ser el próximo alcalde de Barcelona, en coalición con Trías. A partir de ahí, recuperar terreno para ganar en las generales -siempre con la ayuda del bloque de investidura- sería una tarea relativamente sencilla.
La que viene a partir de ahora es, por tanto, una guerra con varios frentes, en la que el PSOE tiene que elegir muy bien su artillería y sus objetivos. Y Valencia es la clave.
El error que podría cometer Núñez Feijóo en estos meses cruciales es el exceso de confianza, creer que con no cometer errores será suficiente para ganar
En Moncloa se ve con preocupación el panorama. No sólo porque el PSOE no remonta y porque sigue habiendo una oposición abierta de algunos barones a la política de Sánchez respecto a Cataluña (no hay más que leer la entrevista de Emiliano García Page en El Español), sino porque su socio de Gobierno sigue inmerso en un tenso debate sobre su liderazgo, mientras que Yolanda Díaz aún no ha decidido qué hacer en el mes de mayo.
Como bien apuntaba este lunes Iván Redondo en La Vanguardia (por cierto que el ex todo poderoso jefe de Gabinete de Sánchez se ha olvidado de aquella idea suya de que Yolanda podría ser la futura presidenta), el desgaste del Gobierno es el desgaste de su presidente. En eso les da la razón a los barones que creen que Sánchez, en lugar de sumar, resta. Evidentemente, esa tesis es anatema en Moncloa.
Mientras, en Génova, todo es alegría. Juan Bravo estimó ayer en unos 600.000 los votantes del PSOE que ahora votarían al PP. Y eso lo atribuye a que Núñez Feijóo ha logrado aparecer ante los españoles como "un líder transversal y creíble", frente a un Sánchez cada vez más radicalizado y condicionado por su socios independentistas.
El peligro que corre el PP es el exceso de confianza. Creer que, a partir de ahora y hasta finales de mayo, bastará con no cometer errores. Se equivocarían si no se preparan para un choque en el que el Gobierno va a poner toda la carne en el asador para achicar las diferencias que ahora muestran las encuestas. Núñez Feijóo no puede conformarse con un tiquitaca como el que llevó al fracaso a la selección de Luis Enrique. No se puede salir a mantener la ventaja, porque, en ese supuesto, la capacidad política y mediática del Gobierno se impondría con claridad.
El PP tiene que llevar la iniciativa, lo que nada tiene que ver con tensionar la vida política. Ya en otras ocasiones (Arriola fue el artífice de esa táctica) el PP se equivocó por querer enfriar el partido para no movilizar el voto de la izquierda.
Motivos va a haber más que sobrados. Tanto el frenazo de la economía como la rebaja de penas y la eventual salida de prisión de los corruptos beneficiados por la modificación del delito de malversación, van a dar motivo más que sobrado para descalificar las políticas de Sánchez.
Al PP de Núñez Feijóo le falta equipo, tiene un déficit de banquillo. Sobre todo en las áreas de economía, donde Juan Bravo tiene que despejar y rematar todos los balones. Están en ello, dicen en Génova. Esperemos que la incorporación de nuevas figuras se lleve a cabo pronto, porque no hay tiempo que perder.
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