Mientras Ratzinger espera el Cielo abuhardillado de los intelectuales de Dios, Pedro Sánchez espera el año electoral un poco también bajo el baldaquino de la Moncloa, como otro papa encerado para la historia o para la cripta. Yo creo que Sánchez iba para papa joven, para papa guapo, para papa diabólico, como Jude Law en la serie de Sorrentino, y sólo se quedó en presidente por un error del Espíritu Santo como un error del cartero. La verdad es que a Dios nunca le hicieron falta intelectuales mientras tuvo ángeles y soldados, un poco como a Sánchez nunca le ha hecho falta la política, así que Ratzinger es la contradicción fundante de la teología y Sánchez es la contradicción fundante del sanchismo. Yo veo al presidente muy alejado de la razón política y de la razón humana, y sigo pensando que la providencia, o la ambición de Sánchez, confundieron el Congreso con una Capilla Sixtina de ateneíllo. De estar en el Vaticano, Sánchez no sólo hubiera solventado todas las contradicciones de la religión con una sonrisa pentecostal, sino que hubiera sido el perfecto papa de las profecías, el papa último, apocalíptico, flamígero y magmático.
Ratzinger era un papa que ya no hacía de papa, sólo se paseaba por los jardincillos y monasterios del Vaticano leyendo muchas veces las cosas que ya sabía (a lo mejor eso es la sabiduría, renunciar a aprender); cosas reverberantes que él hacía aún más reverberantes dentro de su capucha de papa o su armadura de papa. Ahora que lo pienso, Sánchez tampoco manda nada y la Moncloa o la presidencia del Gobierno también le sirven sólo para pasearse, no ya como un papa sino como un Dios del Antiguo Testamento, ahí por un Paraíso de cuadros modernitos como una selva de Henri Rousseau. Lo de Sánchez es un poco el monacato de él mismo, con su hábito berenjena, y el reinado pospolítico y glorioso de su persona emérita o caducada, que hasta Félix Bolaños no es otra cosa que un secretario o camarlengo que se desplaza entre frufrús de sala en sala, de susurro en susurro y de jarabe en jarabe, como una monja con cornete.
Yo creo que Sánchez iba para papa joven, para papa guapo, para papa diabólico, como Jude Law en la serie de Sorrentino, y sólo se quedó en presidente por un error del Espíritu Santo
Ratzinger era un intelectual que se dedicó a pensar toda su vida lo que ya estaba pensado antes por Dios, o sea que uno no entiende qué hacía pero desde luego eso le ocupaba todo el tiempo. Y yo creo que hay una explicación, porque si la teología ya es de por sí circular, uno se imagina al papa atrapado en esa eternidad recursiva que va de Dios hasta su representante en la tierra, o sea él, que a su vez piensa en Dios. Eso, que no es ego sino el peso de Dios en este mundo, es en lo que trabaja el papa y yo creo que también es un poco en lo que trabaja Sánchez. O sea, el trabajo agotador, interminable, de ser uno mismo, de no poder escapar de uno mismo, en papamóvil o en silla de ruedas, en Falcon o en bermudas, no por vanidad sino para sostener todo el sentido de la Creación o de nuestra Democracia. Yo no sé si los papas al final se creen sus teologías, como Sánchez no se cree su política, pero el caso es que están obligados a trabajar en ella, o sea en sí mismos, hasta que se les cae el tintero de la mano.
Lo de Ratzinger ya estaba pensado por Dios, ya digo, pero el papa emérito seguía pensando. Igual, lo de Sánchez ya está pensado por sus socios, pero el presidente sigue pensando. Es más, cuanto más lejos se esté del poder, como lo estaba el papa emérito, más hay que pensar para mantener el milagro. Yo creo que eso es pura vida contemplativa, esa vida a la que ha llegado Ratzinger renunciando al papado y a la que ha llegado Sánchez renunciando a gobernar. Pensar lo ya pensado, perdonar lo que ya se ha hecho, justificar lo que ya se cree, argumentar que el Dios de Abraham es el mismo Dios de Jesús como el Sánchez de 2019 es el mismo de 2023, y hacerlo allí en la cima solitaria del mundo, donde sólo hay un árbol, un pájaro, una campana y un secretario o ministro con una tacita o una palangana… Sí, eso es vida contemplativa, vida santa, que es un lujo que no dan el poder ni el dinero, sólo el intelecto.
Sánchez iba para papa, papa guapo o papa negro, cada vez lo tengo más claro. Ratzinger, en su velatorio, parecía preparado para despegar hacia el Cielo, vestido como un astronauta de Dios. Se diría que ha sido bueno sin hacer mucho y ha sido sabio sin pensar tampoco mucho, que ya digo que todo está pensado y pensar demasiado siempre fue pecado. Aunque Dios, como Sánchez, sea indistinguible del azar, aún se le ama, aún se le obedece, aún se le dedican templos, burocracias, sinsentidos y fatigas. Aunque lo de Dios esté ya muy escrito y mandado, parece que su voluntad cambia con el tiempo, como si lo que cambiara fuera sólo el ser humano. Es algo así, ya ven, a cómo cambian la política o la personalidad de Sánchez. Y aunque, a pesar de Dios y sus ministros, el mal no se remedie, siempre se puede culpar al Diablo y conformarse con la caridad, de calderilla o de palabra. Es lo que hace Sánchez, que en los discursos navideños y reverberantes (siempre navideños, siempre reverberantes) abre el cepillo, del que salen palomas pentecostales, como su sonrisa. Ratzinger y Sánchez parecen los dos cumplidos, serenos y empaquetados para los ángeles y para la historia. Lo suyo, desde luego, no era de este mundo, y los que se quedan aquí, en la realidad, lo saben.
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