Apenas una semana después de asumir la Presidencia de Brasil, Lula da Silva se enfrentaba ayer a su primera gran crisis -y tal vez la más peligrosa para la democracia brasileña en décadas- cuando miles de bolsonaristas ocuparon y destruyeron el interior de las sedes del Congreso, la Presidencia y el Tribunal Supremo, en un movimiento que recuerda claramente a lo ocurrido en 2021 en el Capitolio estadounidense. Al igual que entonces, hay tres grandes cuestiones que, a vuela pluma, considero interesante tener en cuenta para entender este coup de force fracasado:
En primer lugar, la emocionalidad y el concepto de caverna. Platón hablaba de un grupo de prisioneros que se encontraban encadenados desde niños dentro de una caverna. Allí, veían sombras en las paredes y para ellos esa era su única realidad. Cuando un prisionero logró salir y se dio cuenta de que esas sombras eran personas como ellos, reflejadas por el fuego, regresó para explicarlo pero nadie le creyó. Aquellos prisioneros seguían defendiendo que la suya era la verdad, que la realidad era la que ellos observaban. Las sombras existían. En cierto modo, y siguiendo con la alegoría de Platón, pareciera que muchas personas se han ido a vivir a cavernas, donde todos creen lo mismo, y se retroalimentan de noticias e historias -reales o no- que les dan la razón y reafirman sus creencias. En tiempos de polarización es más cómodo agazaparse dentro de una caverna donde todo el mundo te da la razón, que no salir a comprobar otras versiones, otras realidades. En esa caverna metafórica sentimos que tenemos la razón porque todo el mundo que nos rodea nos la da constantemente.
Atacar las instituciones del Estado -no tengo duda- debía ser (según sus teorías distribuidas vía redes sociales) el detonante para una reacción inmediata del ejército y del resto de fuerzas vivas del país, que iban a ayudarlos a devolver a Bolsonaro al poder que nunca debieron robarle. Porque miles de personas dan total veracidad a que las elecciones fueron amañadas, y que con esa estratagema están atacando el corazón mismo del país y a su democracia. Es la lucha indignada contra lo que consideran injusto. Los indignados más radicales -y creyentes- de Bolsonaro se reunieron este domingo a las puertas de las instituciones brasileñas, y lo hicieron perfectamente organizados, vía comunidades en redes sociales. Porque esa es su verdad, alimentada por su líder, por la extrema derecha y por los medios de comunicación afines, y retroalimentada exponencialmente desde sus comunidades online y offline.
En segundo lugar, el caos y la rabia. Caos y fuerza bruta como muestra de que están ahí y de que tienen la fuerza para estar. No están solos, y son muchos, y organizados. Se sienten -otra vez la emocionalidad- víctimas, atacados. Por el establishment, por los medios de comunicación, o por enormes conspiraciones, o de la izquierda, o por el foro de Davos… Se sienten atacados en sus derechos (como evangélicos, como hombres, como personas que piensan diferente) y menospreciados en sus ideas. Sienten rabia ante una realidad que no consideran cierta. Decía Aristóteles que la rabia puede tener éxito cuando tiene razones objetivas para existir. Para ellos esas razones existen, porque se lo han repetido miles de veces, desde su líder a los medios y a sus comunidades personales. Y creían que iban a tener éxito. También Martha Nussbaum habla del potencial éxito político -y revolucionario- de la ira, siempre y cuando esa ira provenga del intento de restituir la injusticia. Su "injusticia".
Los manifestantes son el pueblo y la patria, y la bandera es su símbolo. Quien no está con ellos no es patriota, no ama la bandera y es un traidor al país"
En tercer lugar, destacaría el uso patrimonial de la bandera. Los manifestantes son el pueblo y la patria, y la bandera es su símbolo. Por eso la utilizan constantemente. Quien no está con ellos no es patriota y, por ende, no ama a la bandera y es un traidor al país. Sus enemigos no sólo van contra ellos, sino que en realidad están atacando al concepto mismo de nación. Sienten que el pueblo real (ellos) tiene el deber de defender a su país, por eso salieron ayer a las calles y rodearon las instituciones. En un claro ejercicio de polarización, quien está contra ellos está contra Brasil. Desde el populismo de extrema derecha se les ha hecho sentir (y la emocionalidad es lo que mueve a las personas) que ellos son el pueblo de a pie, que son una sociedad sana que debe luchar contra la sociedad corrupta (que diría Rosanvallon). Lula es lo contrario: Lula manipula, Lula polariza, Lula miente… Brasil necesita alguien que lo defienda. Ellos son ese alguien.
En definitiva, son tres las emociones que movieron ayer a miles de personas a atentar contra la democracia en Brasil. Sentir que tenían la razón (dentro de sus cavernas), sentirse víctimas (de todos) y sentirse el pueblo elegido (que debe defenderse).
Tres emociones que han movido a miles de brasileños (sí, la mayoría son hombres) a movilizarse por lo que consideran justo. Por muy disparatado que sea, por muy erróneo. Porque confían en un Bolsonaro cuyas palabras y acciones hace tiempo que superaron lo superable. Ganar a cualquier precio, con una retórica populista, con polarización y búsqueda de antagonistas, tiene consecuencias: hay gente que se lo cree y hay gente que es capaz de saltar al abismo. Lo pudimos observar ayer. Por desgracia, no será la última vez.
Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma, politólogo y autor de Las campañas conectadas: Comunicación política en campaña electoral y coautor de Cómo comunica la alt right: de la rana Pepe al virus chino.
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