El PSOE de Madrid tiene un candidato real, humano, de carne, hueso, sudor y verbo, que es Juan Lobato, y no lo que uno se había imaginado, o sea que Sánchez había puesto para el cargo una estatua de hierro o de sombra, como el Quijote y el Sancho Panza de la Plaza de España que saludan a los turistas bajo los molinos franquistas de nuestros primeros rascacielos. Después de Gabilondo, que era como un ser que se había parado perplejo en la política y en nuestro camino, como un animalillo enchufado por los faros del coche, nos habíamos olvidado, y con razón, del socialismo madrileño. El PSOE de Madrid, su gente y su mismo concepto habían terminado siendo una cosa como realquilada o realquilable, con tristeza de videoclub desmantelado y anacrónico, ahí con la pintura y los euroconectores colgando. Y a lo mejor es así, pero ahí está Juan Lobato, como un héroe del rebobinado con boli, liándose entre sus deberes de buen sanchista y sus intentos de no ser barrido de la historia. Ya lo hemos visto defender igual la rebaja de la malversación que la rebaja de impuestos, como otro personaje con desdoblamiento cervantino y necesidad de socorro y de gloria.
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