El PSOE de Madrid tiene un candidato real, humano, de carne, hueso, sudor y verbo, que es Juan Lobato, y no lo que uno se había imaginado, o sea que Sánchez había puesto para el cargo una estatua de hierro o de sombra, como el Quijote y el Sancho Panza de la Plaza de España que saludan a los turistas bajo los molinos franquistas de nuestros primeros rascacielos. Después de Gabilondo, que era como un ser que se había parado perplejo en la política y en nuestro camino, como un animalillo enchufado por los faros del coche, nos habíamos olvidado, y con razón, del socialismo madrileño. El PSOE de Madrid, su gente y su mismo concepto habían terminado siendo una cosa como realquilada o realquilable, con tristeza de videoclub desmantelado y anacrónico, ahí con la pintura y los euroconectores colgando. Y a lo mejor es así, pero ahí está Juan Lobato, como un héroe del rebobinado con boli, liándose entre sus deberes de buen sanchista y sus intentos de no ser barrido de la historia. Ya lo hemos visto defender igual la rebaja de la malversación que la rebaja de impuestos, como otro personaje con desdoblamiento cervantino y necesidad de socorro y de gloria.

Ahí estaba Juan Lobato, como bajo unos cartones, personaje un poco de mudanza o de colecta, que hasta nos lo ha tenido que descubrir o redescubrir Carlos Alsina como si el socialista fuera un pícaro o un juancojones de los de Jesús Quintero. La verdad es que ya era hora de que a Lobato se le viese y se le oyese, siquiera en alguna contradicción sanchista o en alguna contradicción propia, antes de que empezáramos a hablar del PSOE madrileño como del Circo Price. Ayuso, para desconsuelo de los plumillas, está acabando con toda la fauna política de Madrid y casi va a acabar con la Mahou (ya saben que la presidenta con ojos de botella antigua de Coca-Cola tiene cerveza propia como la Gradisca). Uno ya celebra que salga alguien en la política regional o en el tardeo capitalino que le dé a la cosa vidilla, personalidad, anécdota, metáfora, que a mí con Ayuso sólo me salen cosas con sus ojos sexis y con su luto sexi, quizá porque no hay mucho tema político ni color político que explotar.

Ayuso nos dejó sin Gabilondo, que uno veía pasearse por la Asamblea de Madrid como un apicultor, con toda su lentitud y todo su marcianismo pacífico; nos dejó sin el Pablo Iglesias vicepresidente, que era como un vicepresidente en calzoncillos con botellín, mechero y revoluciones y piernecitas de alambre, para dejarnos el Pablo Iglesias influencer, que es un coñazo; y sobre todo nos dejó sin PSOE madrileño, aquel PSOE que tuvo a Tierno, a Leguina y a Simancas, desde la ortodoxia de la pana o de la cátedra azañista a la ortodoxia de romper narices del pugilismo político. O sea que antes había tema y ahora sólo tenemos a Mónica García, que parece una delegada de COU con asuntos de delegada de COU. Lobato a lo mejor no dura como candidato ni como nada, como un gracioso segundón de Quintero, pero al menos nos deja algo para hablar cuando la política regional madrileña se ha quedado en una cosa de paradores y chulapas, de guapas con barquillo y suvenir, y sólo deja páginas de cronista / camarero del Palace.

Debajo de los cartones, pues, estaba Juan Lobato y, creo yo, estaba también el sanchismo más puro, como a veces está la música más pura en un violinista del Metro, música tan pura que a lo mejor no viene de un violín sino de un acordeón y nos da igual. Lobato ha merecido el trending topic y el cachondeo, pero yo aquí veo el futuro más brillante de todo el panorama sanchista, un futuro que sólo puede cargarse, claro, Ayuso, con su afán de cargarse carreras políticas y personajes de mis columnas. Lobato defendió en un tuit a los ricos con pechera almidonada, que también pueden ser buena gente, y hasta la rebaja de impuestos así un poco a lo loco, con locura neoliberal y tory, para luego matizar o recular, que a mí me parece un movimiento tan sanchista como el bamboleo carioca del presidente. Luego, en lo de Alsina, defendió la rebaja de la malversación y el olvido de la sedición no ya con argumentos malos, sino con el argumento de la pura contradicción y el puro sinsentido, sostenido por supuesto cara a cara, mentón macizo y manos entre el ballet y el florete, como un mosquetero (Lobato tiene barbita no sé si de espadachín heroico o de marido muerto en una obra donjuanesca).

Como esos delitos no habían impedido aquello de 2017 en Cataluña, no tenía sentido mantenerlos, defendió Lobato ante un Alsina anonadado que le decía que el delito de homicidio tampoco evita los homicidios y no vamos a eliminarlo por eso. “Exactamente, por eso digo que está muy bien mantener la pena de malversación”, respondía Lobato ya desde el absurdo. Yo creo que Alsina no se daba cuenta de que le estaba siguiendo el juego a Lobato, empeñándose en la lógica cuando el socialista meritorio ya estaba por el regodeo virguero del sanchismo. Sí, Alsina estaba siendo derrotado por el sanchismo más florido, ufano y pedagógico, por ese sanchismo churrigueresco que estaba oculto, como un Ribera perdido, bajo esos cartones de mudanza, de traspaso o de derribo del PSOE madrileño.

Bajo los cartones teníamos un artista, algo así como aquel Goya de los cartones, este Juan Lobato que es el más sanchista, violinista y acrobático de los sanchistas, casi a la altura de campanario a la que está Bolaños. Bravo en la osadía, tornadizo en los principios, firme en la contradicción, obediente en la rectificación, creativo en el absurdo, arquitectónico en la caradura, Juan Lobato es lo que necesitaba el PSOE o lo que necesitaba Madrid, que ya sólo está lleno de patinetes y violeteras. Lobato es perfecto para el sanchismo y si se malogra no será por sus contradicciones sino, claro, porque pierda ridículamente. Otro personaje que se cargará Ayuso, en fin, que el candidato ya viene hasta con cara teatral de marido burlado en el primer acto. Es, ciertamente, ahora en la insalvable decadencia, el peor momento para ser el más puro y aterido de los sanchistas.

El candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Juan Lobato, ha sido entrevistado este martes por Carlos […]