Shakira se ha despachado bien con Piqué dedicándole una canción toda uñas desde las famas y pompas de su fama y de su pompa, y a mí eso me parece un lujo de ruptura y una pijada de venganza. Habrá quien vea en el despecho de Shakira, en la venganza de Shakira, el despecho y la venganza históricos de toda la mujer empoderada o de todo el polígono resabiado, pero yo sólo veo el despecho y la venganza de los ricos, como la venganza de una Joan Collins de discoteca. O sea que Shakira ha sustituido ese cuarto de baño azulejado de rabia, tarritos rotos y peinetas de despedida en el vaho, que suele ser el altar de todas las rupturas, por un videoclip azulejado de rabia, tarritos rotos y peinetas de despedida en el vaho, que no deja de parecer un cuarto de baño e incluso suena a cuarto de baño, con esa voz de teléfono de yogur que tiene ella en la canción. Es como si Shakira se hubiera ido a por la limusina de peluche o a por las pieles buenas de su tótem de loba alfa para romper con clase o superioridad, como una Gloria Swanson bajando la escalera. Pero a mí me parece una vulgaridad de rico, el equivalente a una despedida de soltero de Sergio Ramos pero en ruptura.
El despecho de los ricos siempre es más vistoso y más cruel, porque la chica normal y corriente que es condecorada de cuernos o abandonada sin más entre sus cuencos de cera fría sólo puede tirar los calzoncillos del novio por la ventana, reventarle la Play Station, revolear por sus coletas de putilla a la entrometida, si se tercia, y guasapear sobre el tamaño o el rendimiento de la cosita del machito, normalmente inversamente proporcional al pavoneo. De eso, claro, sólo se enteran las amigas y la señora vecina a la que la ruptura le pilla abducida por el papel de plata del tinte del pelo, allí en su salón engalanado de fuagrás para gatos. Lo de Shakira, en realidad, es lo mismo que lo de la chica corriente (aventar calzoncillos, tirar de las extensiones a la otra…) pero con mucha más producción, o sea con un lujo innecesario en estas cosas, que es justo lo que lo hace kitsch, el lujo y el alarde innecesarios, como el lujo y el alarde en el cagar. Con mucha más producción, mucho más lujo, mucho más alarde y mucha más audiencia, claro.
Entre ricos lo que pasa no es ya que te destrozan el deportivo con tus propios palos de golf (suena a vídeo de Taylor Swift y a lo mejor lo es, que yo ya confundo a tantas artistas de las rupturas y a tanta loba del empoderamiento). Ni siquiera que el estatus hace más doloroso que sean una peluquerita sexi o un limpiador de piscinas sexi los que te adornen esa frente hecha sólo para tiaras o para laureles. No, entre ricos lo que pasa sobre todo es que enseguida se involucran el famoseo, el negocio, el cuché, el TikTok, los 40 Principales y hasta el Gobierno de España, que la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, se tuiteó viendo el vídeo de Shakira, no sé si porque aún quedan fondos europeos para estas cosas. Así que lo que para las personas corrientes, o mejor normales, queda en el círculo de los amigos, en la vecina del patio interior y en ese cuarto de baño húmedo de lágrimas, taponcitos y dedos; eso que sólo es regla de la vida y ciclo del amor, resulta que con el rico, sobre todo estos ricos que son ricos como los curas son curas, se convierte en universal, simbólico, ideológico, y en seguida hay que tomar partido y sacar consecuencias, lecciones y copias.
Sí, a mí todo esto me parece despecho de ricos y venganza de pijos. A ver qué persona normal, cuando le rompen el corazón, en vez de llorar factura
Los ricos hacen siempre con sus rupturas y sus peleas como guerras dinásticas o civilizatorias. Hasta lo de Vargas Llosa e Isabel Preysler quería presentarse como un enfrentamiento entre la cultura y el espectáculo, la caoba y la porcelanosa, la gloria y el bobo famoseo, o, desde el otro punto de vista, como el enfrentamiento entre la mujer libérrima, Cleopatra de la loza, y el maromo celoso, especie de moro del academicismo. Seguramente no era ni una cosa ni la otra, pero parece que esta gente no se puede aburrir, no se puede cansar, no se puede pelear ni desenamorar ni odiar sin que forme parte de algún conflicto universal, paradigmático en lo humano. Esto no pasa con la peluquerita o el limpiador de piscinas, o no pasa mientras no se cuelen en el jacuzzi que no les corresponde, porque entonces sí pueden acabar en la historia de la venganza, en la historia de los canapés y en la historia del perreo.
Lo de la canción de Shakira es algo que, simplemente, podría haber ocurrido en un aparcamiento pero ha ocurrido en un videoclip, seguramente porque en un aparcamiento no se hubiera enterado nadie. Antes, uno se vengaba quemando las cartas de amor (todas ridículas, decía Pessoa), esas cartas que nos convertían a todos en soldados enamorados o tísicos enamorados. O rompiendo las fotos en un cenicero aguado de cubata, como en un vudú donde quedaban desfigurados a la vez aquella novia dulce y el absurdo Curro de la Expo. Si acaso, los poetas dejaban un poema amargo como el cubata ahí en un libro, igual que un mechón, recuerdo vivo y muerto a la vez, evocador, traicionero y espeluznante. Los ricos, sin embargo, te hacen una exclusiva, un número uno de los Cuarenta o un trending topic con sus peinetas, sus cuernos y sus uñas, artísticos y excesivos como cornucopias de Rubens.
Shakira, que se lio con un futbolista, todavía le pedía cerebro en la canción, un poco como se reclamaban, en ese último reproche o reparto del desamor, los discos y los amigos. Se podría haber liado con un poeta con velas de mocos en los bolsillos, o con un funcionario de Hacienda, que hubiera sido muy útil a la postre. Pero los ricos no suelen emparejarse como los demás, ni separarse como los demás. Lo de Shakira, la verdad, podría haber quedado escrito en la carpeta de Super Pop de un estudiante, pero ha quedado en una playlist de estudiante, que es una evolución en la ostentación pero no en el concepto. Sí, a mí todo esto me parece despecho de ricos y venganza de pijos. A ver qué persona normal, cuando le rompen el corazón, en vez de llorar factura.
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