Ciudadanos ya no sabe muy bien qué hacer, así que se ha cambiado el logo, que es como ese cambiarse el sombrerito en una dama que le da mucha importancia al sombrerito. El nuevo logo les ha quedado un poco de editorial de fascículos y colecciones, o un poco de supermercado de la esquina, con guiño retro a la UCD como un guiño a la Mirinda. El verde oscuro, verde cooperativa aceitera, se ha unido al naranja y se ha unido a la historia, a toda esa como cuerda de almas en pena que forma aquí el centro, la malograda Tercera España, que lleva penando diría que desde los doceañistas. El logo de UCD era como el dónut partido en dos de España (aquel donut setentero de los anuncios) queriéndose unir de nuevo, y yo creo que usaron el verde y el naranja después de haber aclarado, igual que en una acuarela, el rojo y el azul con el que se hacía todo en esa España ajedrezada, bicolor, pobre de paleta y de mirada. Suárez, en fin, inventaba la democracia, inventaba los logos e inventaba hasta los colores. Pero Ciudadanos ya no inventa nada y yo diría que sólo ha cogido el medallón del antepasado glorioso, ese verde esmeraldino, para morir con grandeza heredada.
De Ciudadanos a lo mejor sólo queda un Adolfo Suárez triste y derrotado, como un Unamuno triste y derrotado, aplastado por el pragmatismo y por los errores propios, aunque aún levantiscos de orgullo intelectual. En Cs se atrevieron a levantarse contra la episteme nacionalista, que no sólo es el independentismo sino el seguidismo acomplejado del PSC e incluso el regionalismo jotero, de zueco y tintorro (identitarismo sin sangre, pero con babas) que aún se puede ver en Feijóo o en los de Vox. O sea que se levantaron contra el mito predemocrático de la tierra, la sangre y las vacadas, poniendo en el centro de la política al sujeto del contrato social, al ciudadano. Yo creo, la verdad, que el español, acostumbrado al conflicto lindero, a la cucaña del pueblo y a los derechos de cañada, esto le pareció siempre un poco marciano. Pero su valentía y luego su triunfo en Cataluña los puso de moda.
Albert Rivera se puso de moda (sigo diciendo que a Casado lo eligieron para tener un Rivera como de seminario), Inés Arrimadas se puso de moda (la jerezana juncal, lúcida, dura, pedagógica, como una maestrita hermosa entre garrulos), el partido se puso de moda, compitiendo con Podemos en atención y en novedad (lo llamaban la nueva política y ninguna era nueva, no lo era el posmarxismo y no lo era el liberalismo ilustrado). Pero luego el objeto de Cs se perdió o se disolvió al extenderse por España, con mucha prisa y mucha tropa alquilada o ropa alquilada. Quiero decir que el nacionalismo es un enemigo grande pero facilón, muy ubicable y muy rebatible, muy peliculero en cierto modo, porque remite a una lucha primigenia entre ilustración y oscurantismo que parece de cine mudo. En el resto de España, sin embargo, Cs no terminaba de encontrar el enemigo peliculero, sólo tenían eso del bipartidismo, que sonaba más a bizquera que a calamidad. Su reformismo higienizante también se volvía contradictorio, que a ver qué objetivo modernizador, reformista y regenerador podía haber en sostener a Susana Díaz, que había heredado la Andalucía de los ERE como una yeguada.
Suárez inventaba la democracia, inventaba los logos e inventaba hasta los colores. Pero Ciudadanos ya no inventa nada
Antes de que Rivera se encontrara con el dilema de Pedro Sánchez, Ciudadanos ya mostraba que se había quedado sin objeto u objetivo. Ya sólo lo sostenían la moda y la potencia de aquellos principios fundadores que empezaban a parecer un poco cargantes, pesados, cacharreramente grecorromanos (yo, claro, es que miraba mucho para Andalucía y no veía nada de grecorromano en Juan Marín). Sin objetivo, empezó a competir con el PP por ser algo que la gente no identificaba, otro PP como laicizado o iconoclasta, o la parte más guapita de una derecha “trifálica”, según el hallazgo de Dolores Delgado. Competía además ya, como cualquier partido, por el sustento, y los sillones en gobiernos regionales o locales, con mucho gañán y mucho buscavidas, le iban quitando ese lustre de compromiso intelectual y un poco naif con los grandes principios de los que surgió. Lo de Sánchez, el enfrentamiento entre Sánchez y Rivera, ya terminó de desconcertar al votante.
Yo sigo creyendo que un pacto entre Rivera y Sánchez siempre fue imposible, pero nadie lo entendió así. Había ahí dos grandes egos, dos guapitos de cara con popularidad y proyección, y fue más normal lo que ocurrió, estuviera o no ya en el “plan” de Sánchez. O sea, que Rivera se lanzara a intentar maximizar su proyección, alcanzar al PP, y que Sánchez recurriera a Podemos, a Iglesias, el secundario feo que le expande el terreno hacia la izquierda y del que sabe que nunca sobrepasará en su popularidad los límites de la izquierda de toda la vida, esa audiencia y esa tribu de fiesta del PCE y revolución de chapitas como un fútbol de chapitas. Seguramente, nunca hubo otra posibilidad, salvo para los editorialistas. Rivera tenía razón, lo de la banda y lo del plan de Sánchez se ha cumplido, pero entonces todos lo criticaron o lo criticamos. A Cs, curiosamente, lo han machacado igual por no pactar con Sánchez (Rivera) que por pactar con Sánchez (mociones de censura en Murcia y Madrid, seguramente por pura tiesura). Y yo creo que no terminábamos de ver que no era por decir sí o no a Sánchez, sino porque el partido se había quedado sin objeto y todo lo que hacía lo hacía sin saber ellos ni saber nosotros el porqué.
Cs se quedó sin objeto u objetivo y así sigue. Bal ha querido hacer al partido socialdemócrata, Arrimadas lo ha dejado en liberal o liberal-vergonzante, pero a estas alturas el votante ya ha dado demasiadas vueltas y ha regresado a la conocida bizquera patria, a esa cambalada por turnos, izquierda y derecha, de las dos Españas cojitrancas. Ciudadanos cambia un poco de organigrama, cambia de color y cambia el logo por uno de caja de ahorros o así. Le ha metido un verde esperanza o quizá un verde de muerto aterciopelado, como la UCD, y le ha metido como un pin de solapa de Suárez, que a lo mejor también inventó el pin. Pero yo creo que esto sólo sirve para adecentar el último adiós. Aquí, a la Tercera España sólo la sacamos, de cuando en cuando, para volver a enterrarla, siempre con mucha tristeza, mucho alivio y mucho vino.
El Partido Socialista (PSOE) ha admitido que las reformas del Código Penal emprendidas entre noviembre y diciembre del año pasado, […]Ciudadanos ya no sabe muy bien qué hacer, así que se ha cambiado el logo, que es como ese cambiarse el sombrerito en una dama que le da mucha importancia al sombrerito. El nuevo logo les ha quedado un poco de editorial de fascículos y colecciones, o un poco de supermercado de la esquina, con guiño retro a la UCD como un guiño a la Mirinda. El verde oscuro, verde cooperativa aceitera, se ha unido al naranja y se ha unido a la historia, a toda esa como cuerda de almas en pena que forma aquí el centro, la malograda Tercera España, que lleva penando diría que desde los doceañistas. El logo de UCD era como el dónut partido en dos de España (aquel donut setentero de los anuncios) queriéndose unir de nuevo, y yo creo que usaron el verde y el naranja después de haber aclarado, igual que en una acuarela, el rojo y el azul con el que se hacía todo en esa España ajedrezada, bicolor, pobre de paleta y de mirada. Suárez, en fin, inventaba la democracia, inventaba los logos e inventaba hasta los colores. Pero Ciudadanos ya no inventa nada y yo diría que sólo ha cogido el medallón del antepasado glorioso, ese verde esmeraldino, para morir con grandeza heredada.