Pedro Sánchez puede estar posando con Macron, siquiera como un azafato del Tour que le entrega una cocacola de propaganda al presidente francés, y a la vez votando en contra de la condena a la represión de periodistas en Marruecos. Yo creo que la República Francesa, señorita fina del republicanismo y la democracia, le inspira a Sánchez más o menos como la petanca. O sea, apenas para el teatro con relleno de figurantes (tenían algo de doríforos con lumbalgia los socialistas de Coslada llamados al épico vídeo de este nuestro discóbolo del boliche), y para aparecer trajeado pero arremangado, como un oficinista que va al curro con bicicleta y pinzas en el pernil. Pedro Sánchez puede estar hinchándose en el podio político de Europa, entorchado de solapa pinturera y de La Marsellesa, como en Casablanca, y a la vez, en el propio Parlamento Europeo, ponerse del lado de Mohamed VI, cuyo régimen entrulla a periodistas por delitos falsos y alquilados igual que petanquistas falsos y alquilados. Un día, no sé, lo mismo pacta con Esquerra o con Bildu a la vez que se impone medallas de democracia grandes y brillantes como paelleras.
El PSOE de Sánchez se ha quedado por ahí, por los gallineros del Parlamento Europeo, ese gallinero donde están la ultraderecha entre prusiana y tirolesa de Europa y otros frikis transalpinos o telecinquistas, y donde está también Puigdemont, claro, que quizá es todo eso a la vez. El PSOE de Sánchez se ha quedado en el gallinero ideológico, moral o circense de Europa, decía, votando junto a 15 montunos en contra de la condena a Marruecos por “el acoso judicial, el espionaje y el encarcelamiento al que somete a reporteros locales y extranjeros”, según nos resumía aquí Francisco Carrión. No hay sitio para la ambigüedad ni para la duda, a estas alturas, sobre Marruecos y su desprecio a los derechos humanos, o sea que la cosa, como otras tantas de Sánchez, “es lo que parece”, que diría García-Page.
Sánchez puede estar piropeando a las banderas y a la vez quemándolas, como la misma Constitución desplegada
Marruecos tiene a Sánchez cogido por la diplomacia o por Pegasus, que todavía uno no entiende qué embrujo moruno tiene atrapado en las mil y una noches de Rabat a este nuestro Sánchez de tiernos ojos almendrados, como los de un copero mozárabe. Sánchez les da el Sáhara Occidental como el que regala un alfajor intercultural, nos enemista con Argelia a costa del gas y de nuestras tiriteras de carnes y de monedero, descabeza al CNI justo cuando el espionaje se cuela hasta ese colchón de Sánchez que es como su bañera de Cleopatra, y ahora España queda a la altura de Irán votando contra condenas por vulneración de derechos humanos. Eso sí, para Sánchez, que todavía aparecía condecorado, a la vez, de esa misma Marsellesa y esas mismas fichas de casino de Casablanca, simplemente “los eurodiputados españoles socialistas en el Parlamento Europeo no han compartido con el resto de parlamentarios, como suele pasar con otras muchas votaciones”.
Para Sánchez se trata de una votación más como para Rabat se trata de algunos periodistas menos. Es, en fin, otro día en la oficina para Sánchez, con bicicleta, traje, petanca, gorro frigio y cabezada moral, todo a la vez, como la siesta de un estafador de feria, y es otro día en la oficina para Mohamed VI, con poderes absolutos de genio de lámpara mágica fondón. Al final sí que va a haber sintonía entre ambos países, que ya vemos cómo van encajando las escalas morales y yo diría que hasta ese día a día, burocrático, casi aburrido, de la purificación nacional entendida como un trabajo poco más que de serenos (yo creo que aquí Félix Bolaños es nuestro sereno ideológico, con su negro abotonado de bruma hasta el cuello y con el llavín, el silbato y la porra del sanchismo siempre preparados). Según Human Rights Watch, Marruecos ha depurado su técnica y su crueldad hasta encarcelar a los periodistas críticos por “blanqueo de dinero, espionaje, violación y agresión sexual, e incluso trata de personas”. Pero a lo mejor nuestro amigo y vecino también está armonizando su código penal con su entorno, su idiosincrasia o su interés.
Marruecos tiene a Sánchez cogido por la geopolítica o quizá por una fotopolla, que ya no sabe uno qué pensar, que todavía no le hemos visto ninguna ventaja ni ninguna contraprestación a esta relación bilateral que goza de tan “buena salud” según Sánchez. O sea que nos chulean en Europa igual que en Melilla, y en Melilla igual que en Europa, y basta con que Marruecos amenace con cancelar una reunioncilla con té y pastas para que nuestro Gobierno no dude en quedar en ese gallinero ideológico, moral y folclórico del Parlamento Europeo, lleno de Napoleones con gorro de papel de periódico y arios de reloj de cuco. Pero uno empieza a pensar que tampoco esto es demasiado mérito de Marruecos, ni demasiado digno de conspiraciones, que a Sánchez a lo mejor se lo camela cualquiera, por una baratija o un piropo.
Pedro Sánchez puede estar posando con Macron, siquiera imitando su republicanismo fundante como si imitara a Jean Paul Belmondo, y a la vez blanqueando en Europa a Marruecos, esa dictadura de un bebé blandito y cruel. Sánchez puede estar piropeando a las banderas y a la vez quemándolas, como la misma Constitución desplegada. Aún podría aparecer como un héroe con arco o con honda, en Europa o en la petanca nacional, mientras nos vende a todos, o se vende él, a los sátrapas y fanáticos de aquí y de allá. Aún se presentará un día con un pin de progresismo y patriotismo, grande como un abanico de Locomía o un naipe de tómbola, para acabar con el Estado y la democracia. O es justo todo esto lo que viene haciendo, ahora que caigo. Sí, efectivamente es lo que parece. Con Marruecos y con lo demás.
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