Esta semana representantes de la organización de defensa atlántica se han reunido con el gobierno de Azerbaiyán, con quien colaboran estrechamente a pesar que el país caucásico no forma parte de la misma. Y la semana que viene, el día 23, representantes del gobierno armenio se reunirán con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, para abordar los retos que supone el país y su encaje en la organización de defensa. Esto no sería de interés si no fuera porque Armenia forma parte del CSTO, lo que queda de la defensa conjunta en el espacio postsoviético.
Georgia por su parte, tampoco que queda atrás. A pesar que el gobierno de Tiflis mantiene una equidistancia entre la OTAN y Moscú, el país, ocupado parcialmente por las fuerzas armadas rusas, y con dos gobiernos títeres, no cesa en su aproximación a la organización atlántica. Es más, a pesar de que muchas veces se ha dicho que Georgia, debido a su falta de integridad territorial no puede formar parte de la organización, desde esta han recordado en diferentes ocasiones que el país puede ingresar como lo hizo la República Federal de Alemania, cuya integridad territorial estaba comprometida con el establecimiento de la República Democrática de Alemania, de carácter socialista y dentro del Pacto de Varsovia.
El acercamiento de Armenia a la OTAN es como consecuencia de una serie de desplantes de Rusia y sus aliados del CSTO, que no han intervenido para proteger el país de los ataques de Azerbaiyán, ni tampoco han cumplido con el mantenimiento de las zonas de alto el fuego en el Karabaj. El llamado corredor de Lachin, que comunica Armenia con los reductos de la autoproclamada república de Artsakh, dentro de las líneas de alto al fuego, y que debería estar bajo supervisión rusa, está desprotegido.
La visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU Nancy Pelosi a Ereván, en plena escalada del conflicto, y su calurosa recepción demostró a Rusia que a pesar de ser un aliado histórico de Moscú, no les costaría cambiar a otros aliados.
Más allá de la disposición o no de Armenia y Azerbaiyán de entrar en la Alianza Atlántica, pues solamente Georgia mantiene diálogos intensos con la organización formalmente, lo que es cierto es que la OTAN se vuelve omnipresente en el Cáucaso sur a través de sus Estados miembro. El creciente peso de Turquía en la región, como también el desplante de la CSTO, la relevancia del Reino Unido en Azerbaiyán, la alianza entre Rusia e Irán, la doctrina Von der Leyen, de establecer el Caspio como límite de la zona de influencia de la Unión Europea. Todo una serie de hechos que plantean un cambio de paradigma regional.
Si era impensable hace unos años que Ucrania se sumara a la OTAN, y ahora como se comenta ya lo es de facto, no sería de extrañar que con el avance diplomático de la Unión Europea, la alianza atlántica también estableciera nuevos horizontes en la región. Recordemos que Turquía solicitó su entrada a la organización por el temor que los soviéticos invadieran parte del país, y como alianza defensiva se sumó para hacer de detente. De la misma manera que se unió Grecia, por la amenaza creciente de la intervención soviética desde Bulgaria después de la Guerra Civil Griega, y también por si entraba Turquía.
Si hace una década la importancia recaía en los Estados grandes, los nuevos conceptos de seguridad se inclinan en igualar todos los Estados, de allí que países como Kosovo, Macedonia del Norte o Albania sean reconocidos públicamente por Ucrania como socios fiables. Los tres, además, forman parte de la esfera de influencia turca en Europa. Un hecho que demostraría el creciente papel de Turquía también en los Balcanes, con una Serbia que a pesar de los lazos históricos con Rusia, se encuentra en una encrucijada pues muchos serbios hostiles a la Unión Europea van voluntarios a Rusia a luchar, a pesar que el gobierno serbio lo prohibió. Aun así, Serbia también ayuda humanitariamente a Ucrania, ahora al enviar generadores.
La invasión rusa de Ucrania no solo ha terminado con el marco de las zonas de influencia rusas, sino que también ha puesto fin al inmovilismo de la UE y la decadencia de la OTAN
En conclusión, la invasión rusa de Ucrania no solo ha terminado con el marco de las zonas de influencia rusas, sino que también ha terminado con el inmovilismo de la Unión Europea y la decadencia de la OTAN. Von der Leyen quiere llegar al Cáucaso, Armenia y Azerbaiyán ven en la OTAN un mecanismo de diálogo a pesar que ninguno de los dos forme parte de la organización, y en Georgia la opinión favorable a formar parte de la alianza atlántica está en máximos históricos. También vemos que en los Balcanes la situación es que países como los citados anteriormente, Albania, Macedonia del Norte o Kosovo, ganarán relevancia política y estratégica. De la misma manera que Suecia y Finlandia, a pesar del veto turco a formar parte, rompieron con su histórica neutralidad. Tendremos que seguir, además, que sucede en el Cáucaso norte, donde los movimientos secesionistas parecen renacer.
Guillem Pursals es doctorando en Derecho, máster en Seguridad, especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado.
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