Con sombras de un rey ausente y de un rey difunto, en un día con luto blanco de cal, sol y ropa muy hervida, Sánchez se comprometió en Rabat a no ofender a Marruecos. La parte recíproca, la de que Marruecos no ofenda a España, no sabemos muy bien dónde ni cómo queda. La reunión de alto nivel ni siquiera sacó de sus vacaciones en Gabón, vacaciones como de caníbal, a Mohamed VI, el rey que es como si Kiko Rivera fuera rey. Pero la ausencia del rey adolescente, festivalero, escopetero, absentista, algo así como nuestro Juan Carlos pero con poderes de Nerón, parece que no ofendió demasiado a Sánchez. Ahora que lo pienso, todo esto que digo sí que podría ofender a Marruecos, donde los reyes son sagrados y la sangre es barata. Sí, Marruecos se ofende con facilidad, pero eso es sobre todo porque se lo puede permitir. Fíjense cómo nuestro Gobierno no se ofende por nada, que es que no puede.
A España no le ofende nada, y ahí Marruecos ya lo tiene todo ganado. Desde luego no le ofende que Mohamed VI, que no es un rey ceremonial sino un rey absoluto, se quede encamado bajo la mosquitera, allí en su mansión con cementerio de elefantes incluido, durante una cumbre de tanta altura y tanto nivel (las crónicas repetían mucho lo de reunión de alto nivel, como si poniéndole zancos al nombre le pusieran zancos al acuerdo). Claro que la ausencia del rey marroquí no es lo más importante, que tampoco es que Sánchez sea de mucho protocolo, de mucha foto con banderolas, abalorios ni celebrities. Además, Mohamed VI lo llamó por teléfono, seguramente desde su teléfono de bañera, antiguo, alto y merengado como una tarta nupcial. A Sánchez no le ofende Bildu, no le ofenden la sedición ni la malversación, no le ofende tener ministros antisistema quemando con el mechero la mesa del Consejo de ministros y la propia Constitución en pasta, le va a ofender que un rey niño no venga a darle su mano con helado derretido.
A España no le ofende nada, y no sólo que no le hagan protocolo victoriano con mucho frufrú, ni ceremonia del té moruno con una tetera como la clepsidra de Fez, ni que Sánchez se desplace con cabalgata de ministros y joteros para que luego los reciba un secretario y la voz de un interfono, como si fueran ángeles de Charlie. A España no le ofende votar con la ultraderecha del Parlamento Europeo contra una condena por vulneración de derechos humanos. A España no le ofende quedar en el Sáhara Occidental y en Europa como pregonero de Mohamed VI, después de darle la vuelta a nuestra postura histórica sobre el conflicto, como si fuera sólo un relojito de arena de recuerdo, y después de enemistarnos con Argelia. A España no le ofende que Marruecos siga usando la inmigración como arma ni la vida como moneda levemente sucia. A España no le ofende que hayan metido Pegasus hasta en el ojal berenjena del presidente. O sea, que así cualquiera hace diplomacia.
Con semejante éxito de claridad y de practicidad, es excusable que esta reunión haya quedado algo desangelada, con esa delegación española recibida sólo como por azafatos de Fitur
A España no le ofende nada, que yo creo que así son mucho más fáciles los acuerdos y los sintagmas, por supuesto. Con semejante éxito de claridad y de practicidad, es excusable que esta reunión haya quedado algo desangelada, con esa delegación española recibida sólo como por azafatos de Fitur. A España no le ofende nada, ésa es una muy buena manera de resumir la relación bilateral, que puede incluir el desprecio o la humillación unilaterales sin abandonar el marco de la buena vecindad, la buena voluntad y la buena pipa. A España no le ofende nada, y con tan retumbante epitafio, claro, los papeles y los telediarios han tenido que rellenarlos con retruécanos, circunloquios y repompeo: la confianza, la cooperación, el diálogo, y una voluntad no ya permanente, sino, por lo que vemos, unidireccional.
A España no le ofende nada y así, claro, cualquier acuerdo es sólo una capitulación. Un problema menos para Sánchez y para Albares, ministro que, al contrario que Sánchez, que surfea frescamente sobre sus contradicciones, uno ve siempre como sudando la geopolítica loca de nuestro presidente, así como sudan algunos segundones de las películas las decisiones de su voluble o decidido jefe. Mohamed VI no estuvo, pero eso no nos ofendió. Yo creo que lo hizo precisamente para que se notara que no nos ofende nada, que no nos puede ofender nada, que por alguna razón Sánchez no está en condiciones de que le ofenda nada. A España no le ofende la sumisión, a España no le ofende el ridículo, a España no le ofende la inmoralidad. A España ni siquiera le ofende que, como nada de esto tiene explicación, el personal no deje de pensar que en realidad lo que pasa es que Marruecos ha pillado a Sánchez con una odalisca de ombligo retorcido, con una barquita de contrabando o, todavía peor, con alguna verdad.
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