Irene Montero sigue resistiéndose a la reforma de su ley del ‘sólo sí es sí’, sigue agarrada a la pegatina como sigue agarrada al ministerio, que para ella es un gran surtidor de pegatinas como un gran surtidor de sirope. Por supuesto no soltará ninguna de las dos cosas, ni la pegatina ni el ministerio, si no se quedaría en tiktoker o en campanera o campanóloga radiofónica o mañanera, como el gallo descrestado que es Pablo Iglesias ahora. Las negociaciones con el PSOE no van bien, ni creo que vayan a ir mejor, por el propio carácter de los dos partidos. El PSOE de Sánchez puede darles la vuelta a sus opiniones y hasta a sus dogmas porque en realidad no tiene ni opiniones ni dogmas. Sin embargo, Podemos no puede hacer esto, es todo dogma como el santo que es todo llagas, y sólo le queda la contumacia en la ortodoxia, igual que al mártir en la parrilla. En realidad, estamos considerando que todo esto es un error que la soberbia les impide reparar, pero lo que parece ya más bien es que la ley les ha salido justo como querían. Por eso la siguen defendiendo aun dentro del caldero hirviendo.
La ley del ‘sólo sí es sí’ es el punto de encuentro perfecto entre el simbolismo feminista, esa cabalgata de mujeres un poco wagneriana y un poco de Carmena, un poco con tridente y un poco con hule y varita mágica, y el simbolismo antipunitivo, o sea eso de que la cárcel y el señor guardia no dejan de ser otro mecanismo de represión del capitalismo y tal. Se diría que se nos ha olvidado lo antipunitiva que es esa izquierda, salvo cuando se trata de que ellos castiguen al capitalista, a la marquesa, al torero, al españolazo, a la flamenca del Whatsapp, al facha en general (o sea de Sabina hacia la derecha, todo seguido) por crímenes contra el pueblo o contra la proteína vegetal. La misma Irene Montero, hace un par de años, le decía esto a Julia Otero, con pomposidad desveladora: “La lucha para garantizar las libertades sexuales y contra las violencias sexuales no es fundamentalmente punitiva, aunque hay que hacer cambios en el Código Penal. Es una lucha que pasa por la sensibilización, la formación, la prevención y la educación”. ¿Entonces, por qué se rebajan las horquillas de las penas? ¿Eso forma parte de la sensibilización, de la formación, de la prevención o de la educación?
Lo que parece ya más bien es que la ley les ha salido justo como querían. Por eso la siguen defendiendo aun dentro del caldero hirviendo"
El otro día, Ignacio Escolar, en La Sexta, retomaba el argumento, que como ven no es una excusa improvisada sino un pilar conceptual desde hace mucho. Venía a decir el paladín de esa izquierda como compostelana que las penas mayores no tienen por qué proteger mejor a la mujer (tampoco las penas menores, supongo). El argumento antipunitivo venía con una especie de corolario minifaldero, una como compensación psicológica: ahora, la mujer no tiene que explicar en el juicio si cerró bien las piernas y cosas así, explicaba Escolar. En realidad esto tampoco pasaba antes, es una trola, pura propaganda como lo del consentimiento, algo que está en el “centro” desde finales del siglo XIX. En cualquier caso, la lucha, ya ven, no es punitiva, o no fundamentalmente punitiva, con lo que uno se pregunta a qué venía la urgencia de reformar el Código Penal, que justo va de eso, de las faltas, los delitos y sus castigos.
El lío es considerable, porque por un lado tenemos una libertad sexual que se concibe como una especie de libertad de espíritu que no necesita estar protegida por penas demasiado severas, sino que le basta la propia conciencia de libertad y suficiente pedagogía. Y, por otro lado, parece que esta misma libertad sexual consiste en el fondo en un frágil pudor que se quiebra cuando el juez indaga sobre las circunstancias del delito, como es su deber, pero no se quiebra cuando el violador sale años antes con la sonrisa vertical patrocinada por el Ministerio. Es decir, que parece que hay más carga punible en el juez que en el violador. Y quizá sea así, o sea que hay una violación simbólica del patriarcado que te mira y juzga la minifalda y la honra en el juicio (por lo visto elegir entre dos tipos penales según la violencia ejercida era un poco juzgarte la minifalda y la honra), a pesar de que eso no pasaba ni antes ni ahora.
La mujer no tiene que explicar si cerró bien las piernas y cosas así. Esto tampoco pasaba antes, es una trola, propaganda, como lo del consentimiento, que está en el “centro” desde finales del siglo XIX"
La violación simbólica, política, ideológica, es la que les importa. Lo demás se puede y se debe sobrellevar y disculpar, eso es lo que deja esta ley, más martirologio feminista que defensa de la mujer. Aun así, ¿por qué se rebajan las penas? Cuando repasamos el Código Penal nuevo, vemos que las horquillas se han reducido sistemáticamente, e incluso ha desaparecido la protección especial que había para las edades de 16 a 18 años, donde el mero consentimiento explícito no era suficiente si mediaba, por ejemplo, engaño (ahora lo argumentan las víctimas de ese policía infiltrado follador, aunque ellas no son menores de edad y, de todas formas, esto ha sido eliminado sabiamente por la ley salvadora). La verdad es que no hay otra explicación que la de que, simplemente, las penas se han reducido porque se ha querido. Sin duda, hay que combatir la represión, guardia con porra del capitalismo, incluso para los violadores. Sólo el sistema viola, sólo el sistema es criminal. Ya saben, pedagogía, que con eso basta.
Vamos a tener que concluir que esta ley es perfecta, como ya decían en Igualdad. Es el documento fundante de un feminismo adánico y simbólico, y de un antipunitivismo muy real, que sitúan al Estado como principal fuente de la violencia contra la mujer (extensible a todo lo demás, clases, pueblos, identidades y otros constructos). Es más, contra esta violencia (jueces, medios, partidos) siguen luchando ellos ahora, con su resistencia a la reforma y su adherencia a la pegatina. La ley es propaganda salvífica elevada por encima de la verdad, de la necesidad social, de la ética y hasta de la compasión. Y, por supuesto, un golpe en los bigotazos del señor guardia del sistema, que es como el señor guardia de los tebeos, con su casco como la campana de la parroquia. Hay una gran enseñanza aquí: hasta cuando ellos hacen las leyes, éstas se presentan como contrapuestas a la voluntad del pueblo o de la moral, porque siempre hay mediadores, agentes, poderes, que las tergiversan o se oponen. Sólo ellos, sin mediadores, o sea sin leyes, podrían arreglar las cosas. Claro que la ley les ha salido como querían. Pura pedagogía.
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