A la ministra Pilar Llop se le está poniendo cara de dimisionada o dimisionante, que es una cosa entre dimitida, sacrificada, penante y resfriada. Llop, que a uno siempre le ha parecido que llevaba su ministerio de Justicia con discreción y luto, como un estanco de viuda, no deja de salir en todos lados asumiendo responsabilidades, pidiendo perdón y ofreciendo su cuello expuesto, delgadísimo y con ribete de encaje, como una señorita víctima de un vampiro gótico. Los políticos no suelen pedir perdón, menos con este ceremonial de contrición, con ese velo de ceniza por la cara y esa vena palpitante en el cuello blanco, como un animalillo que tiembla en la nieve. O sea que me da que Sánchez, el que dice dar la cara, va a poner por delante de esa cara suya de duro antiguo el cuello antiguo y céltico de una cordera o una pastorcilla con cordera. Sería de un cinismo maravilloso, porque Llop ni siquiera estaba en el Gobierno cuando el Consejo de Ministros, bajo la presidencia, la autoridad y la aureola de Sánchez como en una Santa Cena, envió la ley de ‘sólo sí es sí’ al Congreso, posando para la historia como para Da Vinci.
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